domingo, 13 de diciembre de 2015

Las polillas

Sevilla 2 - Sporting 0


 No se puede confiar en un insecto.

La mosca, de David Cronenberg

Le ocurre al Sporting, en algunos partidos, como a esas largas novelas a las que, según los entendidos, les sobran cien páginas. En partidos que se preven desiguales, al Sporting le sobra la última media hora, los últimos quince minutos o, en algún caso, el descuento. Así le sucedió con el Atlético de Madrid, con el Celta y, ayer por la noche, con el Sevilla. Si esos tres partidos hubiesen sido algo más breves, el Sporting habría sacado un punto en cada uno de ellos.

Pero de momento, del mismo modo que al fútbol se juega con una única pelota, los partidos solo pueden durar noventa minutos. Como mínimo.

Comenzó el partido mientras Rajoy y Teresa Campos hablaban en la tele de sus cosas como dos viejos conocidos. Comenzó, además, con la misma tensión competitiva que esa entrevista. El Sevilla tenía la pelota pero no sabía qué hacer con ella y el Sporting esperaba bien plantado atrás y sin angustias. Incluso en el minuto 24 consiguió dar doce pases seguidos sin perder el balón. Eso sí, los seis últimos fueron hacia atrás. Hasta llegar a Cuéllar, que le dio un patadón y lo envió, como casi todos los saques que hizo ayer, fuera de banda. A pesar de Halilivoc, que sigue ensimismado y espeso, en esta clase de partidos el Sporting observa la porteria contraria con telescopio, como un país exótico e improbable.

Todo discurría así, plácido y aburrido. Algún saque de banda de Luis Hernández, una falta de Llorente a Meré -espléndido-, un intento de fantasía de Carlos Castro, un tiro inofensivo de Halilovic, un cabezazo de Llorente a las manos de Cuéllar... Por la tele, a falta de otra cosa, repetían los agarrones de Bernardo a Llorente...

Que el Sevilla se moviese tan lentamente se explica viendo el tonelaje que se gastan varios de sus jugadores: Rami, Kolodziejczak, N`Zonz, Krychowiak, Llorente.., tienen todos el aspecto de recios armarios de roble. A su vera, los jugadores del Gijón (Carlos Castro, Halilovic, Cases, Isma López,,,) parecían más bien mesillas de noche. La desigualdad era evidente. Aún así, nuestro equipo resistía. Terminó la primera parte con Ndi, casi el único que fue capaz de guardar la pelota un ratito, arrollado varias veces por los estibadores polacos, lo que provocó que se retirase al vestuario muy disgustado.

Durante el descanso reflexionamos en la cantidad de kas que se encontraban en la alineación del Sevilla: Kolodziejczak, Krychowiak, Krohn-Dehli... Un equipo kafakiano e impronunciable... Por si no fueran suficientes, en la segunda mitad entró Konoplyanka. Este, a diferencia de sus compañeros, se mostró ligero, habilidoso y veloz. Como una polilla que hubiese salido de uno de esos armarios. Se le unió Gameiro, sin ka y francés, pero con apellido de brasileño, lo que en este deporte del fútbol es un invitación a la fantasía. Resultó ser otra polilla: ligero, habilidoso y veloz. Cambiaron el partido. El Sevilla comenzó a acosar el área del Sporting y a tirar a puerta con muy mala intención. Luego se lesionó Meré y, al poco, el árbitro decidió cobrar todos los agarrones que le habían hecho a Llorente y, tal vez en el más leve, pitó un penalti y expulsó a Luis Hernández. Ahí se acabó el partido. Le sobraron, a este, quince minutos. Si hubiese durado setenta y cinco o no hubiesen aparecido las polillas, a lo mejor habríamos empatado.


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lunes, 7 de diciembre de 2015

Virtudes prescindibles

Sporting 3 - Las Palmas 1


Raramente se adquieren las virtudes de las que podemos prescindir

Mme. de Merteuil
 
En torno al minuto siete se mostraron, nítidas, dos evidencias: que cualquier equipo mueve mejor la pelota que el Sporting y que, a pesar de ello, en cualquier contragolpe, sobre todo si el balón pasa por Halilovic o Jony, el Sporting puede ponerse por delante en el marcador. Antes del primer gol, por ejemplo, habían estado los jugadores de Las Palmas abanicándose con el balón un rato, pero en cuanto lo perdieron de vista un segundo, el croata con cara de niño bueno ya le había hecho un caño a un defensa dentro del área, había provocado un córner y Meré -¡qué jugador!-, había cabeceado este al larguero. Eso amedrentó a los canarios, que de pronto vieron cómo nuestro equipo acumulaba un par de buenas jugadas, todas por la izquierda, y lograban ese gol primero, que también llegó por ese costado. Haciendo gala de un derroche físico admirable, alcanzaron Jony y Ndi el mismo balón -el único, de momento, con que se juega un partido de fútbol- y, lejos de estorbarse, que es lo que suele ocurrir en estas ocasiones, despistaron a los rivales. Tiró a puerta el primero, rechazó el portero vistante y Sanabria, como quien recoge un caramelo arrojado desde la carroza de un rey mago -digamos Gaspar-, empujó la pelota al fondo de la red. 

Llegaron entonces esos minutos picantes y espumosos que acostumbra a mostrar nuestro equipo tras un gol a favor. Halilovic, Jony e Isma López corrían libres y felices por la verde pradera de El Molinón. Éramos felices. Parecía el Sporting, en esos minutos, una alegre y despreocupada banda de pop. Poco virtuosismo musical -salvo el violín del rubio y angelical croata- compensado con un enorme entusiasmo y grandes dosis de energía. No se le pueden pedir este año al Sporting elaboración, pases precisos, jugadas bordadas con esmero. Esas virtudes son para otros. 

En el minuto 29, Haliloviv debería haber marcado el segundo después de un robo de balón y una contra veloz. Pero no. Fue el comienzo de lo que podría haber sido un amargo final.

A partir de ese instante, la cosa se transformó radicalmente. Como ese día que amanece espléndido y soleado y sin que uno se dé cuenta se ensombrece  de un modo irremediable, se llena de nubes negras y rompe a llover, y se desata una tormenta espantable... A partir de ese momento, Las Palmas comenzó a jugar y no había jugador del Sporting capaz de quitarles el balón. Esto también es un clásico en los partidos de nuestro equipo. En cuanto se le va la espuma, queda el equipo manso y a merced del contrario, corriendo de aquí para allá un poco como pollos sin cabeza. 

El gol del empate del equipo canario lo venía marcando desde hacía ya un buen rato. Lo metió en el 38, tras un pase al corazón del área con la defensa desaparecida. Pero, ya lo he dicho, fue la materialización de un gol anunciado varios minutos antes. Dejamos de ser felices. Por no comernos las uñas, nos fijamos en las estadísticas que cada poco ponían en la esquina superior izquierda de la tele. Pero también tuvimos que dejar de mirarlas. La cantidad de pases que había dado Las Palmas multiplicaba los de nuestro equipo por dos. Y la posesión..., de la posesión mejor no hablar...

Lo único bueno de ese gol contrario y doloroso fue que aplacó un tanto la superioridad de Las Palmas. Es algo que suele suceder y que se entiende mal. Afortunadamente, llegó el descanso.

La segunda parte comenzó como había terminado la primera: con Las Palmas con las fauces abiertas, el balón de un lado a otro, presto el equipo a cerrarlas sobre nuestra portería y marcarnos el segundo de una dentellada certera y atroz. Todo parecía preparado para el desastre, para una escena final trágica e irremediable. Entonces, el entrenador de los canarios, el memorable centrocampista Quique Setién, movió una ficha que, pienso yo desde mi enorme ignorancia, cambió las cosas a nuestro favor. Sacó a un centrocampista y puso en el campo a un delantero más. Esta clase de decisiones hacen simpático a un entrenador. Estaba claro que quería ganar. Sin embargo, creo yo que ese movimiento desequilibró a su equipo, porque a partir de ese instante Cases comenzó a parecer mucho mejor jugador de lo que había parecido hasta el momento, Las Palmas perdió la autoridad que había mostrado hasta esa hora y el Sporting comenzó a crecer. Una jugada tras otra, como si de pronto empezase a subir la marea hacia el área de los canarios. Aquello parecía una resurrección. Para mejorar las cosas, Aythami, que es un defensa que tiene nombre de cacique, como el Caupolicán de Darío, y juega como tal, se ganó la expulsión con la segunda entrada dura del partido. Se puso rumboso el Sporting y volvió a aparecer Sanabria, en el papel de delantero matador, servido por un Jony agudo y preciso. Primero de cabeza - taconazo mediante de Isma López antes del centro de Jony, un verdadero lujo- y luego lanzándose la suelo. 3-1. No participó  mucho, esta vez, Halilovic, un poco enfurruñado en su banda, testarudo en su idea de regatear a todos los defensas el solo y desafortunado cuando pudo rematar franco, tras una jugada feliz de Carlos Castro por la izquierda. Otra vez será.

El partido se acabó ahí. Ni la entrada de Valerón, con su estampa de hidalgo antiguo y los restos de un talento descomunal para jugar al fútbol, pudo cambiar nada. El final fue raro e intrascendente. Volvió, en los tres minutos de descuento, a tocarla y tocarla la Unión Deportiva. Para entonces ya era tarde. El Sporting, sin haber dado ni la mitad de pases que los canarios, había ganado claramente.


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domingo, 29 de noviembre de 2015

Azar y fatalidad

Celta 2 - Sporting 1


Olvida que deberías haber sido recompensado ayer y no lo fuiste. ¡Qué importa, sé feliz! No eches de menos ninguna cosa ni esperes nada tampoco. Lo que ha de suceder, escrito está en el libro que hojea, al azar, el viento de la eternidad.

                                                                                                                                       Omar Khayyam

No ha de maravillarnos que el azar pueda tanto sobre nosotros partiendo de que vivimos por azar.

Montaigne 

 Aunque los hombres se vanaglorian de sus grandes obras, frecuentemente no son estas el resultado de un noble propósito, sino efecto del azar.

Rochefoucauld 


Hacía dieciocho años que la televisión pública nacional no emitía un partido del Sporting.  Y es raro porque últimamente esta televisión común no suele echar partidos de equipos de postín, sino encuentros entre los equipos más menesterosos de la liga, y, no nos engañemos, hace ya muchas temporadas que nuestro equipo pertenece a esta clase de escuadras. De manera que nos la tomamos como una jornada solemne. Comuniqué a la familia, con el tiempo suficiente para que lo fuesen asimilando, que el sábado, a las diez en punto de la noche, el mando de la tele iba a ser mío; cené temprano; bajé la basura sin utilizar el ascensor, por ir calentando; y un cuarto de hora antes del comienzo del partido, ya estaba frente al televisor.

A. y P., más acostumbrados, no me hacían caso ninguno, pero mi suegra contemplaba todas estas maniobras mías con desconfianza. Me ha escuchado gritar algún gol en el estudio, frente al ordenador, y siempre me ha dicho que, en esos momentos, teme que me dé un infarto. Así que trató de aconsejarme.

-Haz el favor de no darme sustos. Esos gritos no te pueden hacer bien. El fútbol tiene que verse con talento-me dijo.

Apunté el aforismo, por si nos pudiese servir algún día, y ya solo tuve ojos para el televisor.

Empezó el partido igualado y sereno. Mi suegra podía estar tranquila, pues aunque el Celta tenía la pelota, la sobaba en su propio campo, muy lejos de la portería de Cuéllar.  Hasta el minuto 15. Nolito, que es un delantero sin duda muy talentoso, envió un pase venenoso al lado derecho del área del Gijón, por donde apareció, un poco apurado, Bongonga, que tocó la peota por hacer algo y se la dejó a Orellana franca para marcar. A mí me pareció un flagrante fuera de juego. El hecho de que apenas repitiesen la jugada me afirma en esa opinión forofa. No sería raro que el realizador fuese gallego. Gallegos hay en todas partes.

-¿Quién ha marcado?-preguntó mi suegra- ¿Quiénes son los del Sporting? ¿Los de rayas o los de azul? ¿En qué portería tienen que meter los goles?

Luego todo volvió a la normalidad plana de los primeros minutos. El Sporting mantenía bien alejado al Celta del campo propio. Jugaba bien Mascarell, atento a todo, se asomaba peligroso Halilovic, amenazaba Jony, volvía a regatear hacia adentro Isma López. En una jugada desde el extremo izquierdo del campo, marcó este último después de una buena combinación entre cuatro o cinco jugadores gijoneses. Este gol, en cambio, sí se anuló por fuera de juego. A mí no  me lo pareció. El hecho de que volviesen a repetirlo de una manera casi clandestina, una sola vez y muy rápido, me confirmó esta opinión forofa. El realizador, ahora ya no me cabía duda alguna, no solo tenía que ser gallego, sino que sería del mismo Vigo. Sin duda. Rumiando esta convicción, terminó la primera parte.

La segunda fue, hasta cierto punto, muy agradable de ver para un aficionado sportinguista. Se adueñaron nuestros jugadores del balón y, aunque están lejos de ser, salvo muy contadas excepciones, unos estilistas, bien colocados y muy atentos, dominaron el partido. El método para ello estaba un tanto inspirado en el rugby. Ganábamos metros con esfuerzo pero sin desmayo. Se sucedían las faltas de los gallegos, aunque todas lejos del área. Tambores lejanos. 

Hasta que empatamos y casi ni lo vimos. Menos mal que existe la moviola -qué bella palabra-, porque el realizador gallego, del mismo Vigo, andaba distraído cuando el portero del Celta cometió una pifia monumental. Le pasó el balón a Carlos Castro, recién ingresado en el campo -yo creo que era ese el primer balón que tocaba-, que no desperdició el regalo, marcando el gol con serenidad y talento. 

Los siguientes minutos fueron la demostración plástica de las razones por las que queremos tanto a este equipo y a su entrenador; allí se pudieron ver las causas por las que nunca podremos reprocharles nada. Se lanzó el Sporting a un ataque sin cuartel. Atacamos con cinco y hasta seis jugadores, la defensa plantada en el medio del campo. Como si fuésemos, por ejemplo, el Barcelona. No se crearon muchas oportunidades -no somos el Barcelona-, pero fue admirable. Después ya se calmó un tanto la cosa. Se puso el partido convencional y educado, como un cóctel. El equipo anfitrión dominaba y amagaba un vago interés por ganar, mientras que el Sporting esperaba atrás, muy tranquilo, como con una copa en la mano y acodado en el mueble bar. El empate parecía seguro. Sin embargo, Carlos Castro estuvo a punto de marcar el segundo, con una vaselina venenosa. Habría sido un maravilloso gol. Seguramente fue ahí cuando se presentó en el campo el azar. Seguramente también gallego, del mismo Vigo. Vestido con una camiseta celeste. La vaselina se fue fuera por muy poco y al rato a Nolito no le hizo falta nada más que ponerse delante de Cuéllar cuando este llegó antes que él a un pase y despejó con toda su alma. El balón, que tendría que haberse perdido en lo más alto e inhóspito de las gradas de Balaídos, rebotó en las piernas del delantero vigués y se coló burlona en la portería de nuestro equipo. No nos lo podíamos creer. A esas alturas del partido, ya casi en la medianoche, mi suegra ya se había ido a acostar, lo mismo que P. A. también dormía, a mi lado en el sofá. Tuve que maldecir en silencio.

A partir de ahí, el partido se fue desangrando triste, lento y fatal.


www.goal.com

 

domingo, 22 de noviembre de 2015

El viento del desengaño

Sporting 0 - Levante 3

Ya veo al cristal del Desengaño, que soy polvo, nada y viento

Calderón de la Barca

Estos fuertes vientos provienen del interior de la comarca y arrastran una gran cantidad de sedimentos en el aire; con lo que se recomienda tener cerradas puertas y ventanas que estén orientadas hacia el Este, ya que en cinco minutos se llena el alojamiento de arena y tierra.

zaharaenlaweb.com

El levante es un viento incómodo y molesto. Sobre todo si dejas las puertas y ventanas de tu casa abiertas. Y así fue como las tuvo, casi de par en par, el Sporting en la primera parte. Por mucho que se afanase en cerrarlas, ese viento áspero se las volvía a abrir sin dificultad. El Sporting tiene un problema grave de bisagras.

Y eso que el día parecía más propicio para que soplase el nordeste. Para que pudiésemos asistir, en la mañana lluviosa, gris y desapacible, a un típico partido norteño, ya se sabe, uno de esos partidos a la inglesa, de ida y vuelta, sudoroso y esforzado. Un partido antiguo que terminaría por desarbolar a un equipo que, por levantino, no asimilaría bien el ritmo septentrional, la balada del norte. Todo parecía preparado para eso. Los primeros minutos, con un Jony rápido y afilado, anunciaban que sería, efectivamente, de ese modo. Pero no. En cuanto el Levante consiguió amainar esas ventoleras del extremo sportinguista, le dio la vuelta al viento y puso patas arriba a la defensa de nuestro equipo. Ni siquiera necesitó crear ocasiones. Cuando nos dimos cuenta, teníamos el marcador lleno de arena y tierra. Tonelada y media de cada. 

Luego, la segunda parte no fue más que la constatación de que esta vez no iba a haber ni épica, ni gloria, ni remontada alguna. No se rindió el Sporting -nunca lo hace-, pero cada uno de sus intentos de arreglar el desaguisado acabó en nada. Le cuesta a nuestro equipo articular el juego, masticar las jugadas, dialogar con el balón un rato sin que el contrario sea capaz de meter baza. El Sporting es, de momento, pura voluntad. A veces, con eso es capaz de empatar e incluso ganar algunos partidos. Pero no este. Se encendió una débil luz cuando el árbitro señaló un penalti. Lo fallamos. Esta vez venció el desengaño.

www.levante-emv.com

lunes, 9 de noviembre de 2015

Solo era un punto

Atlético de Madrid 1 - Sporting 0


Poco dura la alegría en la casa del pobre
Refrán

Al comienzo, antes incluso de que el partido empezase, pensaba que la derrota era cosa segura. Incontestable. Pensar en cualqueir otra cosa, incluso para un aficionado imaginativo como yo, resultaba una fantasía desmesurada. Como las hipérboles. 

Al final, en cambio, dos minutos antes de que el partido se acabase, pensaba que ese punto, ese modesto punto como un mendrugo de pan, ya no nos lo quitaba nadie de la boca y que nos iba a saber a gloria. 

Me equivoqué dos veces. 

Decidí verlo fuera de casa. Lejos de El Molinón y fuera de casa. El equipo y yo. No sé por qué razón, pensaba que digeriría mejor la derrota segura en un bar, solitario entre la afición atlética. Imaginaba que esta llenaría las cafeterías y tabernas. Elegí la irlandesa que hay en el barrio. Cuando llegué, la afición atlética estaba ausente. Apenas una docena de parroquianos, absortos en sus conversaciones, y en las televisiones -cinco de distintos tamaños-, el Albacete-Córdoba.

-¿Vais a poner el partido del Atleti?-le pregunté a una camarera distraída y lánguida.
-¿El del Atleti? Me parece que sí...-me contestó un tanto ausente.

De manera que le pedí una cerveza. Sin embargo llegó la hora del partido y en la tele continuaba el partido del equipo de la ciudad, al que nadie hacía caso. Insistí.

-No sé-me explicó- El jefe no está, y hasta que no venga... 

Me bebí la cerveza de un trago, pagué sin decirle nada y me eché a la calle, cagándome en la lánguida camarera, en su jefe ausente y en todos los demonios. 

Apreté el paso y en unos minutos di con un bar, al lado de la Catedral, en el que lo estaban emitiendo. Tampoco había allí señal alguna de la tan alabada afición colchonera. Solo media docena de bebedores acodados en la barra y absortos en sus conversaciones. Pedí otra cerveza y me acomodé frente al televisor más grande -había cuatro-. Corría ya el minuto once del partido. Todavía empataban a cero. Pensé que la afición del Atleti está muy sobrevalorada.

Si estaba tan convencido de la derrota en aquellos momentos se debía a que el enfrentamiento me parecía muy semejante al que podrían dirimir, en la lucha por el Óscar, una superproducción hollywoodense -ellos-, con una película independiente, de bajo presupuesto, casi casera -nosotros-. No había color. 

Además, cuando llegué se acababa de lesionar Sergio Álvarez. Luego caería Guerrero. El partido era intenso y muy parecido a tantos de los que juega nuestro equipo. Los rivales llevaban a los nuestros de un lado a otro sin permitirles apenas tocar el balón. Un ejercicio abusivo de dominio y posesión. Aunque, eso sí, sin hacer sangre. Cuéllar vivía tranquilo. Las líneas defensivas continuaban de pie. De todas formas, para aliviar la angustia de un dominio tan continuo y aplastante, de vez en cuando miraba por el ventanal. Atardecía y unos chiquillos jugaban con una canasta que habían colgado en una farola. Al volver la vista al televisor, seguía el cero a cero. También me perdía a veces en el platillo de los frutos secos que me habían puesto para acompañar la cerveza. Al levantar la vista, todavía cero a cero.  

Fue después de una de esta breves ausencias cuando, a alzar de nuevo la mirada, vi a Jony en la izquierda del área colchonera, con el balón controlado. Vi cómo daba un pase atrás, más o menos al punto de penalti, y cómo aparecía en ese lugar Halilovic. Vi cómo este golpeaba la pelota al lado contrario al que se había comenzado a desplazar Oblak... Era un gol seguro. Ocurre, sin embargo, que estos equipos poderosos suelen escoger, para el papel de portero, a grandes artistas, a actores consumados, expertísimos y brillantes. Estiró Oblak una mano prodigiosa y evitó lo que a nosotros nos había parecido, hasta el último instante, un gol cierto y verdadero. 

Luego, otra vez la misma canción. Y así fueron pasando los minutos.

Y con el paso de estos, fuimos nosotros sosegándonos. Porque si bien era cierto que el Atleti dominaba sin contestación, no había logrado ni una sola ocasión clara de gol. En todo el partido solo alcanzaría -además de la del gol, que no sé si se puede considerar como tal-, una doble situación de verdadero peligro, solucionada por Cuéllar con un par de actuaciones muy aparentes. El Sporting, en cambio, consiguió otra más, en un tiro magnífico remitido por Jony, desde fuera del área, y con dirección a la escuadra derecha de Oblak, s/n. También parecía gol, pero de nuevo lo evitó ese portero, sobrio y elegante, discípulo aventajado del Actors Studio. 

Y ya no hubo más. Por esa razón llegamos tan serenos al final, sin necesidad de mirar por la ventana o ensimismarnos en el platillo de los frutos secos. No contábamos con el galán escurridizo de Griezman, con su bigotillo a lo Errol Flynn, en el papel de pillo carterista. Solo quedaba un minuto y ese punto que ya nos estaba sabiendo a gloria se esfumó. Se perdió como se pierden las lágrimas en la lluvia.

No nos pareció justo. Salimos del bar dolidos. Para curarnos un poco la herida, íbamos lamiéndonosla, diciéndonos que en los partidos del Sporting, esta temporada, las cosas importantes suceden cuando parece que ya no puede pasar nada, y que lo que hoy había sido pérdida u derrota, otros días había sido alegría y ganancia; que, al fin y al cabo, solo había sido un punto... Así íbamos consolándonos, por las calles vacías -¿dónde estarían los aficionados del Atleti?-.


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lunes, 2 de noviembre de 2015

La coctelera

Sporting 1 - Málaga 0

La única manera de evitar la resaca es continuar borracho
Dean Martin

Casi todos los partidos del Sporting se parecen. En realidad, el Sporting juega cada semana el mismo partido. Como un cóctel cuyos ingredientes sabemos de memoria. El cóctel del fin de semana -con la extravagancia de algún lunes-: mucho entusiasmo, un gol temprano, defensa al borde del área propia, dominio y empate del equipo contrario. Picante y alegre en el paladar, áspero cuando comienza a deslizarse por la garganta, y ardoroso y agrio al desembocar en el estómago. Así la mayoría de los partidos que apuramos, devotos, en el caliz de la televisión.

Esta vez nos volvimos a quedar en casa. Las tardes de los domingos pueden resultar venenosas. La idea de tomarme esa copa en un bar, solo y rodeado de desconocidos, me deprimió. Me quedé en casa. Allí también sigo los partidos solo, pero al menos en la habitación de al lado está la familia. Está allí, aunque no me hace ni caso. Cuando el fútbol, me hacen más caso y compañía los camareros de los bares. Al menos, cuando les pido una cerveza, me escuchan y me la sirven. En casa, en cambio, cuando les digo que me encierro a ver al Sporting, me miran con pena, y no dicen nada, cada uno en sus afanes. 

El cóctel de este domingo, el partido de esta semana, comenzó como siempre. La alegre muchachada sportinguista lo intentaba todo con entusiasmo, aunque con escasa fortuna, y lo mismo le pasaba al Málaga. Esta vez tardó algo más en llegar, pero también en esta ocasión fue nuestro equipo el que marcó primero. Halilovic -qué fenómeno de jugador-, abrió el balón hacia la banda izquierda, donde Jony tocó la pelota a Sergio, que lo dobló con fe y realizó un pase hacia atrás. Fue uno de eso pases canallas y desconcertantes que dejan a la defensa descolocada y palideciendo en el punto de penalti. Entonces apareció quien había abierto la jugada, el joven y angelical Halilovic, que no pudo golpear con más tino el balón. Abajo, a la izquierda, fuerte, colocado y con rosca. Un primer gol que nos supo a gloria. 

Este primer sorbo suele provocarnos fantasías delirantes. Nos embriaga de tal modo que comenzamos a imaginarnos que tras él vendrán, como salidos del cuerno de la abundancia, otros goles, y que por una vez tendremos una tarde báquica y tranquila, borrachos de goles. Pero no. Lo que ocurre a continuación suele ser algo muy parecido a una resaca. El Sporting recula y se pone a defender al borde del área, como si esa línea fuese una trinchera. Se parece, en esos momentos, a un equipo de balonmano. La pelota queda entonces a merced del equipo contrario, que comienza a llevarla de un lado a otro, hasta que nos da un susto o directamente nos mete un gol. O más de uno -Betis, Granada-. En esos momentos, el Sporting se convierte en los ingredientes del cóctel y su contrincante, en un bárman habilidoso. Agitan a nuestro equipo arriba y abajo, a la izquierda y a la derecha, que es una lástima.

Así parecía que iba a ser, una vez más, este domingo. Sin embargo, en esta ocasión se modificó la fórmula. La defensa se mantuvo más o menos firme, el portero en su lugar y Halilovic decidió añadirle a todo eso unas gotas de su fútbol espumoso. El Málaga atacaba, sí, pero el Sporting decidió continuar bebiendo las jugadas escanciadas por el joven croata. Montó, con la ayuda de Fraile, unos cuantos contraataques que bien podrían haber hecho realidad esa fantasía nuestra de una goleada. Habría sido injusto, desde luego, pero no raro, que el partido hubiese finalizado con un 3-0.

Fue el momento de Halilovic, el jugador que sube los grados de un equipo esforzado y valiente. De momento, más que hacer mejor a su equipo y el nuestro, Halilovic se lo subió a sus espaldas y se fue con él a cuestas en busca de la portería contraria. Como quien va de romería. Dos balones al larguero y varios regates y carreras con el balón pegado a su bota, consiguieron convertir el final del partido no en la agonía que nos temíamos, sino en una espicha feliz donde corría la sidra. Y nosotros, con él, borrachos de alegría. 


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martes, 27 de octubre de 2015

Una catedral demasiado grande

Athletic de Bilbao 3 - Sporting 0

Un libro, como un viaje, se comienza con inquietud y se termina con melancolía
José Vasconcelos

Convengamos que un partido de fútbol se pueda comparar con un viaje, incluso con un libro. En este caso, nadie puede dudar de que que un partido de fútbol pertenece al género narrativo. Hay un marco, espacial y temporal; hay personajes, protagonistas y secundarios; hay unas peripecias, organizadas en dos partes; y hay, incluso, varios narradores: el árbitro, los entrenadores, los cronistas de la radio y la televisión... Un partido de fútbol es, entre otras mil cosas, una polifonía de voces y puntos de vista.

El tiempo de la historia, un lunes por la noche, ya quedó dicho aquí que nos parecía una muy mala idea. Una idea desafortunada que solo podría traer, a quien se viese envuelto en ella, grandes desgracias. La semana anterior, ante el Granada, ya estuvo la cosa a punto de resultar un enorme desastre. En aquella ocasión, solo la voluntad inquebrantable de un equipo distinto pudo arreglar un desaguisado que se presumía de notables dimensiones. Ayer, sin embargo, ni con la voluntad se pudo hacer nada.

El espacio fue solemne. Un campo de fútbol que, a pesar de estar recién estrenado, ha conseguido conservar la mística del antiguo y heredar por ello la denominación del antiguo, La Catedral, es algo más que un campo de fútbol. Jugar con alegría y espontaneidad en un lugar así debe resultar bien difícil. Y si encima es un lunes, día el más extraño para la práctica de un partido de fútbol, las cosas se vuelven realmente inquietantes.

De los personajes, poco que decir. Los protagonistas estuvieron todos en el bando del Athletic: Beñat, Raúl García, Aduriz, Williams. Los del Sporting, salvo Alberto, actuaron como secundarios: Jony, Halilovic, Guerrero, Bernardo..., o incluso como muy secundarios, extras sin papel, meros figurantes...

Volví a ver el partido en casa, porque yo, un lunes a las ocho y media, no salgo de mi cuarto. Los veinte primeros minutos fueron esperanzadores. Como en el resto de los partidos de esta temporada, el Sporting no era superior a nadie, pero tampoco inferior. Se manejaba, en campo tan campanudo, con soltura y sin complejos. Hasta trazó un par de jugadas de relativo preligro. Jony se veía fino, Guerrero incordiaba a los centrales, Halilovic lo intentaba, Mascarell parecía un centrocampista solvente, Isma López amenazaba por su banda... Pero llegó el primer gol y todo se vino abajo. El Athletic no dejaba respirar a los centrocampistas del Sporting y estos comenzaron a jugar hacia atrás. Desde ese momento y hasta el final, el partido discurrió de ese modo. El Bilbao fue superior en cada uno de los lances del encuentro. Apagó cualquier otra voz y ya solo hubo un narrador y un relato. El Sporting no fue capaz de decir ni esta boca es mía.

Convengamos que, a veces, un partido de fútbol también se pueda comparar con un diálogo. Si este del Sporting en San Mamés se hubiese desarrollado como en los primeros veinte minutos, habríamos titulado esta crónica Conversación en La Catedral -para demostrar nuestra cultura libresca, claro, y nuestro menguado ingenio, también-. Pero no hubo caso. El partido, desde ese minuto, fue un monólogo.

Comenzó este partido, como se inician los viajes y los libros, con inquietud; y terminó, como estos, con melancolía. La melancolía venenosa que te dejan en el alma las derrotas incontestables.


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miércoles, 21 de octubre de 2015

Una voluntad enérgica

Sporting 3 - Granada 3

Cuando uno quiere, siempre puede

Novalis y también mi padre

Ellos pueden porque piensan que pueden  

Virgilio

El porvenir de un hombre no está en las estrellas, sino en la voluntad

Shakespeare

Una voluntad enérgica encuentra tiempo o lo crea

William E. Channing

Y podríamos seguir poniendo citas, porque de la voluntad se han escrito todo tipo de frases. Por ejemplo, Balzac, que tan bien conocía el alma de las gentes, dejó dicho que "la voluntad puede y debe ser un motivo de orgullo mucho más que el talento", que fue más o menos lo que comentó David Moyes, el entrenador de la Real Sociedad, cuando se enfrentó al Sporting. A lo mejor no tienen mucho talento, vino a decir el inglés, pero tienen otras cosas que les van a dar puntos. 

El triunfo de la voluntad, teníamos pensado titular esta crónica, pero ya se sabe que ese título quedó inservible desde que lo usó Leni Riefenstahl para hacerle la propaganda a los nazis con una película. No se me ocurría otro mejor para abrochar con brevedad lo que pasó el lunes por la noche en El Molinón. Pero si no sirve ese, nos contentaremos con esa "voluntad enérgica" del reverendo Channing.

El partido lo vimos, otra vez, en casa. Un lunes a las ocho y media, ya anochecido, no nos apeteció salir por ahí, en busca de un bar donde tuviésemos que explicarle al camarero que nos gustaría ver un partido que le importaría un bledo a él y a sus parroquianos. Y ya no dejarían de mirarme un poco raro, y con lástima, al verme sufrir con semejante encuentro. 

Jugar un partido de liga un lunes me parece una ocurrencia desafortunada. Una verdadera descortesía. Un partido de liga debe jugarse el fin de semana. Llevar a un equipo a ese primer día de la semana, tan melancólico y venenoso, resulta de una crueldad manifiesta. Cuando ya todos han jugado el suyo, y miran la clasificación pensando en el próximo partido, andábamos nosotros aún sin haber hecho nada. La sensación es parecida a que todos tus amigos pasen de curso y solo te dejen a ti -y a tu contrario- para septiembre. Los tontos de la clase.

Esas murrias, sin embargo, se nos disiparon muy pronto, cuando a los pocos minutos Bernardo, nuestro aguerrido central, cabeceó un balón que venía dibujando una comba muy artística sobre el cielo de El Molinón, y marcó un hermoso gol. Nos está a costumbrando el Sporting, cuando marca, a hacerlo muy pronto. Así lo hizo con el Coruña, con el Betis, con el Espanyol... De pronto, gracias a esos goles madrugadores, nos permitimos imaginar un partido en el que nuestro equipo logrará una victoria abultada, tal vez una goleada gloriosa, y podremos asistir de ese modo a un espectáculo plácido y sin angustias. Pero quien tiene una costumbre acostumbra a tener varias, y entre estas, el Sporting cultiva el que terminen, más pronto que tarde, por empatarle. Esta, más que una costumbre, a nosotros nos parece un vicio. El lunes comenzó siendo lunes, el gol de Bernardo lo convirtió en sábado y el empate lo adelantó a un domingo por la noche. Luego llegó Isaac Sucess, que lo devolvió al lunes de nuevo con un gol maravilloso. El Granada fue, sobre todo, ese jugador, un delantero potente, rápido, poderosísimo. Él y un grupo de tipos marrulleros como hacía tiempo que no veía. Parece mentira que una ciudad tan hermosa tenga un equipo tan feo, pensé, ya definitivamente herido por un tercer gol del equipo nazarí. 

Otro de los hábitos de nuestro equipo es el de comenzar bien, incluso muy bien, para pasar a languidecer buena parte del partido y, cuando ya todo parece perdido -o empatado-, resurgir con una voluntad inquebrantable. Es como si los primeros minutos fuesen de noviazgo, luego todo se convirte en un largo y monótono matrimonio y al final, cuando la relación se encuentra al borde del divorcio y la derrota, renace, de entre las cenizas, aquella llama del amor temprano y todo se vuelve, otra vez, fiebre. En la Coruña fueron Halilovic y Álex Fernández; en Barcelona, un rechace y otra vez Álex Fernández - un jugador al que le suelen quitar el balón con la misma facilidad con que esos aguerridos defensas le arrebatarían un caramelo a un niño, pero al que hay que perdonárselo porque luego aparece donde nadie se lo espera y marca un gol que es el de la victoria-. El lunes fue sobre todo Halilovic, que tras un partido muy gris y perdido, decidió abrir una nueva ruta hacia el área contraria por la banda derecha. La ruta Halilivoc. Por allí consiguó ponerle un pase de gol a Cases, que no falló, y desde allí le puso otro pase parecido a Pablo Pérez, que sí lo hizo. 


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El tiempo se acababa, incluso el de descuento, cuando a los jugadores del Granada les dio por hacer el cafre un ratito, a ver si así se acababa de morir el partido. Al final, los granaínos acabaron furiosos con el árbitro, al que achacaban la responsabilidad del empate por haber alargado el partido más de lo justo. Pero se equivocaban. No fue el árbitro. Fue la voluntad del Sporting por no perder, su resistencia a la derrota, la que encontró el tiempo o lo creó, que diría el reverendo Channing. El tiempo suficiente para que Guerrero, emulando en sus moviminetos a Benzema, recogiese un balón sobre el área, lo acomodase con naturalidad y lanzase un disparo incontestable. 

Y fue así como un empate en casa nos pareció a todos una victoria feliz. 


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domingo, 4 de octubre de 2015

Una alegría inesperada

Espanyol  1 -   Sporting  2

Ser un aficionado de un equipo de fútbol es vivir atado al vagón de una montaña rusa, un sube y baja permanente. Estar condenado a transitar entre la euforia y el desconsuelo, la esperanza y el abatimiento.

John Carlin, El córner inglés

Así si sigue uno al Sporting. Así si uno es un hincha sportinguista. A lo largo de cada partido nos es dado vivir multitud de sensaciones, algunas dulces, otras amargas. El sentimiento final, sin embargo, queda marcado a fuego por el resultado. De poco nos sirve a los seguidores que los nuestros hayan jugado bien si, cuando el árbitro decide que ya es hora de que todos nos vayamos para casa, el equipo ha perdido. Fueron amargos los finales contra el Valencia -este especialmente amargo-, el Rayo o el Betis; nos sonó a gloria -armonioso y delicado- el pitido final contra el Madrid; fue feliz el de Coruña; e insustancial el de San Sebastián. Y muy feliz, especialmente feliz, este último de Barcelona, contra el Espanyol.

¿Quién nos lo iba a decir? Aunque acostumbro, durante los partidos, a tener fantasías, algunas de ellas francamente exageradas, en las que veo a mi equipo levantar un resultado adverso o incluso muy adverso, lo de la tarde de ayer no estaba a alcance de mi imaginación. Había comenzado ya a alimentar la melancolía que arrastran consigo la mayoría de los empates, estaba considerando lo magro del botín y la pobreza de esos seis puntos en seis partidos, cuando de repente, lo que parecía un modo de alejar el balón, una manera como otra cualquiera de achicar agua, se transformó mágicamente en una asistencia perfecta. Un pase que dejó a Álex Menéndez solo frente al portero contrario, al que batió con seguridad, con un disparo que se pareció mucho a una cuchillada limpia y mortal. Gritamos ese gol con tanta alegría, con una voz tan ronca, que mi suegra, en el salón, creyó por un momento que estábamos infartándonos. Es lo que tienen las alegrías inesperadas. Te dejan tan feliz que no te importaría morir así.

-Pues tú juega con esas cosas, que no serías el primero al que le da un soponcio por esa tontería del fútbol- me recriminó mi suegra.

Le contesté con una sonrisa amorosa. Noté que no me importaba que estuviese pasando una larga temporada en casa.


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domingo, 27 de septiembre de 2015

Pequeña contabilidad de aciertos y errores

Sporting 1 - Betis 2

La historia se repite. Ese es uno de los errores de la historia

Charles Darwin

Eso que llaman verdad no es más que la eliminación de los errores

George Clemenceau 

El curso pasado, el único equipo que consiguió vencer en El Molinón fue el Betis. Entonces comenzó marcando el Sporting, un gol bien hermoso de Juan Muñiz tras un desborde de Jony por la derecha. Luego, el Betis se recompuso y, sin demasiados alardes, le dio la vuelta al marcador. 1-2. Esta mañana volvió a suceder lo mismo. Una jugada magnífica por la derecha, en esta ocasión de Halilovic, y un movimiento extraordinario de Carlos Castro para quedarse solo ante el portero y batirlo con una naturalidad exquisita. Pero luego, como si la historia estuviera condenada a repetirse, el Betis marcó dos goles y se llevó, otra vez, el partido.

Sin embargo, el de esta mañana ha sido muy distinto a aquel del curso pasado en la Segunda División. En esta ocasión el Sporting jugó más que bien los primeros treinta minutos. Durante ese tiempo, ser hincha del Gijón y estar delante de la tele, fue una verdadera alegría. Halilovic mariposeó por todas partes, hiperactivo y libre, y mejoró a todo el equipo. Este muchacho es cosa seria y seguramente esta de dejarle a sus anchas y concederle los galones ofensivos del equipo, sea la mejor de las estrategias. Durante todos esos minutos, el Sporting dominó a un Betis que pareció un equipo gris, sin carácter. No sabía cómo echarle el lazo al rubio.

El Sporting, en cambio, se manejaba con la autoridad de los equipos sólidamente construidos. Bien, como casi siempre, la defensa -lo de Meré, tan joven e imberbe, impresiona-, trabajadores los del centro del campo, punzantes y descarados Jony y Álex Fernández por los pasillos, y con aires de delantero de clase -aguanto, me vuelvo, amenazo...-, el pequeño Carlos Castro. Pero la táctica, una vez ordenado el equipo, era, ya queda dicho, darle el balón al rubio. 

Esta verdad incontestable del primer tiempo, saltó por los aires apenas comenzado el segundo. Primero por un doble error -un mal pase y un despeje desgraciado-, que dejó a media docena de jugadores del Betis frente al portero local, con  casi todo el equipo demasiado lejos como para llegar a auxiliarlo; y al poco, otra equivocación desafortunada en un despeje hacia atrás. Fue un poco como cuando, en nuestra infancia, malográbamos una lámina de dibujo técnico, emborronándola lamentablemente tras largos minutos de esforzado e inmaculado trabajo.

La respuesta del Sporting no fue brillante, pero sí digna y abnegada, y poco faltó para conseguir el empate e, incluso, la victoria. Somos unos aficionados imaginativos e ilusos, y cuando suceden estos pequeños desastres, damos en fantasear con lo que hubiese ocurrido si ese pase no hubiera sido equivocado, si ese despeje se hubiese perdido muy lejos. Si eso hubiera pasado -si no se hubieran dado esos errores-, y, al contrario, Carlos Castro y Guerrero hubiesen marcado, en la segunda parte, dos ocasiones francas frrente a Adán  -buen nombre para un portero, el primer jugador del equipo-, yo cuento un 3-0. Y en mi imaginación, ese resultado me parece no solo justo sino también verdadero.

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sábado, 26 de septiembre de 2015

Juan Tallón y los errores arbitrales

Juan Tallón es un escritor que nos gusta mucho. Uno de los libros más felices que se hayan escrito sobre el fútbol lo ha firmado él. Se titula Manual de fútbol. Un libro en fuera de juego. Recomendabilísimo. Desde hace unos meses, escribe regularmente en El País. También de fútbol. Unos días antes del funesto encuentro de Vallecas, escribió, como una premonición, ESTO.



jueves, 24 de septiembre de 2015

En un solo minuto

Rayo Vallecano 2 - Sporting 1

No hay cosa más perjudicial en la República que un necio con opinión de sabio, mayormente si tiene algún mando y gobierno

Huarte de San Juan, Examen de ingenios

... porque de toda la vida lo hemos llammado "el campo del Rayo". El único campo de primera con un fondo siin asientos, el terreno de juego más cuadrado de toda la liga (100x65), con edificios que lo rodean desde los que se puede ver el fútbol y en el que era mejor no jugar en casa la primera jornada de enero, porque los corredores de la San Silvestre Vallecana  dejaban el campo para el arrastre cuando acababan la carrera sobre su césped...

Quique Peinado, ¡A las armas!

El árbitro se dirigía a nosotros con prepotencia

Lora, lateral derecho del Sporting

 Del partido de ayer no hay mucho que decir. En el viejo y hermoso -a su manera- campo vallecano -"el campo del Rayo", el único que alberga en su interior dos federaciones tan ajenas como la de boxeo y la de ajedrez, las madrileñas, una enfrente de la otra- lo realmente importante sucedió en un único minuto. A veces, lo que debía desarrollarse en noventa minutos sucede en apenas treinta -como ocurrió en Riazor- o incluso, como quien pretende romper un récord, en uno solo. Fue ese minuto de la primera parte en el que el árbitro pitó una mano -inexistente- a Bernardo y lo expulsó del partido. 

En esta ocasión lo vi en casa. Cuando me senté frente al televisor, el primer plano que contemplé fue uno primerísimo del árbitro, un tal Vicandi Garrido. Se me vino a la cabeza Huarte de San Juan, aquel médico que dio en componer una clasificación del carácter de las personas por su aspecto. Recordé que al hombre alto, delgado y seco, lo consideraba el bueno de Huarte hombre bajo el influjo de la bilis, y por consiguiente de naturaleza colérica, siempre al albur de permanentes arrebatos y sueños resplandecientes, llenos de truenos y cosas peligrosas, insomne y melancólico, a merced de pesadillas sin cuento y persona de opiniones intransigentes. Vicandi se veía, en esa primera imagen, alto, delgado, seco.

Hasta ese minuto en el que sucedió todo, no ocurrió casi nada. Tal vez por tener tan cerca esas federaciones, la cosa se asemejaba a un combate en el que los dos contendientes bailaban uno frente al otro, sin encontrar por dónde encajarle al contrario un buen gancho; o a una partida en la que nadie era capaz de lograr alguna ventaja en el centro del tablero. Estaba el asunto muy parejo y no se adivinaba un ganador. Si acaso, a los puntos, el Sporting había disparado dos veces con peligro contra la portería del Rayo -la que está en el único fondo sin asientos que existe en toda la Liga española-, y eso nos animaba a albergar ciertas, tímidas, esperanzas de victoria. Porque el Rayo también había hurgado, tímido y lejano, en la defensa sportinguista.

Pero apareció el colérico, melancólico, insomne Vicandi, y sus opiniones intransigentes. Se cobró ese penalti inexistente y esa expulsión, y ya no hubo manera de enderezar el entuerto. 


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lunes, 21 de septiembre de 2015

Treinta minutos de locura


 Coruña 2 - Sporting 3

Juan Ignacio Rodríguez, alias "El Rácano", pequeño extremo de hábil regate que fichó por el Real Madrid de las copas de Europa de los 60, aunque la competencia le obligó a marcharse al Dépor, donde tuvo más suerte. Luego jugó en el Rayo Vallecano -creo recordar- y acabó su carrera de nuevo en el Albacete, en Regional Preferente, con el que ascendió a tercera en 1975, el año de los 111 goles. Recibió un homenaje multitudinario en su retirada. Después hizo de todo: entrenador del juvenil, secretario técnico, gerente, director de la Ciudad Deportiva, hasta que se jubiló, hace siete u ocho años. Yo le vi jugar: escurridizo, listo como el hambre. Un hombre de club. No como sucede ahora, que son funcionarios de los fondos buitre.

Cristóbal Guzmán, en respuesta a una petición de información nuestra, por wasap


En mi ruta por los bares y cafeterías que hay en el barrio -como en todos los barrios de este país, más de una docena-, el domingo elegí el Manavi, el más cercano a casa y probablemente el más feo. 

Debido a lo temprano de la hora - esa hora perezosa y lánguida de la sobremesa-, apenas se veía a nadie por la calle. En la cafetería, aparte de dos camareros, solo estaban un señor moreno y bajito que leía en Marca como quien estudia un manuscrito antiguo en la Biblioteca Nacional, y un par de muchachos que charlaban de sus cosas, no puedo decir cuáles, porque no pude escucharlos.

Eran ya las cuatro de la tarde y en los tres televisores que colgaban de las paredes se veía el mismo  partido, pero no era el Coruña-Sporting. No era el de Riazor aquel césped esmeralda, sino el de White Hart Lane, y el encuentro que retransmitían el Tottenham-Crystal Palace. Le pregunté al camarero, un muchacho cojo, si podrían cambiar de canal.

-¿El Coruña-Sporting? Eso es de Segunda, ¿no?

Mal empezamos, pensé. ¿Cómo es posible que el camarero de un bar con tres televisores que están mostrando continuamente partidos de fútbol ignore que nuestro equipo ha subido a Primera? Va a tener razón mi padre, cuando dice que este mundo va de mal en peor.

El caso es que el buen mozo cambió al canal correcto, le pedí un café y me senté a ver qué pasaba. El Sporting iba de amarillo. Me acordé de Molière, y no me dio buena espina. 

El camarero cojo se dirigió entonces al lector moreno y bajito que estudiaba el Marca.

-¡Juanito!, que es el Coruña. Y va a perder, ya lo verás.

El tal Juanito resultó ser una vieja gloria del Albacete Balompié, y, a lo que parece, también llegó a jugar en el Coruña.

-¡Qué va!-contestó Juanito sin dejar de mirar su periódico-. Hoy el Coruña gana -sentenció.

Pero no. En esta disputa de videncia entre los camareros y la vieja gloria, resultaron ganadores los camareros.

Todo lo importante sucedió en apenas treinta minutos. Desmintiendo lo ocurrido en partidos anteriores -la esterilidad sportinguista y su solidez defensiva, la misma que se le alababa al Coruña-, ese Sporting de amarillo no solo no murió en escena, sino que comenzó matando con una saña inimaginable. A los siete minutos ya ganaba 0-2. Yo, la verdad, no daba crédito. De pronto mi equipo, que todavía no había marcado ningún gol en los tres partidos anteriores, los metía ahora con una facilidad pasmosa. Ni en el mejor de esos sueños despiertos que tenemos antes de los partidos, y en los que nos imaginamos un encuentro perfecto y feliz, nos habíamos atrevido a tanto.

Fueron dos jugadas nacidas en la periferia del campo, en esas calles que aran extremos y laterales. Sin necesidad de  pasar por la burocracia del centro del campo. Fueron dos jugadas muy semejantes, casi iguales, en las que Lora apareció marcial e infalible y puso dos centros venenosos al centro del área coruñesa, donde Sanabria, vestido de delantero centro de toda la vida, remató impecable y solo. En el primer gol, Lora regateó a su compadre gallego de banda un par de veces, como quien juega con un niño, y la mandó donde más duele. En el segundo, intervino también el angelical Halilovic. Primero muy esforzadamente, luchando por una pelota que se perdía por la banda y que salvó arrojándose al césped. Luego, exquisito, engañó al defensa con un taconazo delicioso que dejó libre a nuestro calvo lateral para que repitiese el mismo diálogo, por segunda vez en apenas unos minutos, con Sanabria. Siete minutos de partido y 0-2. Impensable e increíble.

La vieja gloria del Albacete aguantaba estoico las chanzas de los dos camareros, que si bien no sabían a qué divisón correspondía ese partido, sí sabían, en cambio, que el Coruña era un equipo con una media de edad mucho más alta que la chavalería gijonesa. 

-Si te tienen que marcar, mejor que sea al comienzo - les contestó, sentencioso, el tal Juanito.

Y qué razón llevaba. Porque a partir de ahí, el Coruña hizo casi lo que quiso. Sin centro del campo amarillo, donde Sergio y Cases se mostraron sombríos y desacertados toda la tarde, el equipo gallego se instaló al borde del área del Sporting y empató el partido con la misma facilidad y rapidez con que lo había comenzado a perder tan tempranamente. Para entonces, Juanito se había ido, que tenía cosas que hacer, les dijjo a los camareros. Yo volví a acordarme de Molière. Me resigné al desastre. "Palmamos seguro", pensé. Fue entonces cuando apareció de nuevo Halilovic. Con el Coruña cebándose en el área del Gijón, condujo el balón, como un ángel por el desolado centro del campo sportinguista, con una elegancia que no estamos acostumbrados a ver en nuestro equipo. Sanabria trazó un desmarque diagonal y arrastró consigo a toda la defensa del Coruña que, como es natural, desconfiaba de ese delantero que les había marcado dos goles. Entonces, ese chico rubio, pálido y genial que el Barça nos ha prestado, abrió la pelota al otro lado, por donde apareció el esforzado Álex Menéndez, que en lugar de perder el balón y malograr la jugada, se coló en el área rival como quien se pasea por el salón de su casa y cruzó un disparo certero y raso. Tercer gol. Se puede afirmar que fue ahí, en ese instante, cuando, más o menos, se acabó todo.

La segunda parte, dejando de lado algún susto, ya no ofreció apenas nada. A Álex Menéndez le quitaron todas las pelotas que le dieron, el centro del campo continúo igual de sombrío y desacertado, la delantera desapareció... Halilovic se fue del campo, dejándolo más oscuro y frío. Sin embargo, la defensa volvió a mostrarse más o menos impenetrable y el Sporting pudo, al fin y al cuarto intento, cantar victoria. El amarillo no fue, al final, tan mal augurio.


 (lavanguardia.com)



domingo, 13 de septiembre de 2015

El ejecutor

Sporting 0 - Valencia 1

El ejecutor de una empresa atroz debe imaginar que ya la ha cumplido, debe imponerse un porvenir que sea irrevocable como el pasado.
J. L. Borges  

Esta crónica -la crónica de un hincha sentimental y solitario, no lo olvidemos- debe comenzar, como algunas novelas modernas, por la última jugada del partido. En la penúltima, justo cuando se contaba el primer minuto del descuento -esa propina que se les concede a todos los partidos, un breve tiempo de calderilla con el que algunos comienzan a cimentar su riqueza-, un joven jugador sin rasgo particular alguno, un muchacho como tantos -ni alto ni bajo, ni fuerte ni débil-, un muchacho común y corriente, acababa de embocar de cabeza un gol en la portería de nuestro equipo. 

Solo quedaba tiempo para bajar los brazos e irse para el vestuario. Pues no fue así. El Sporting, un equipo al que le cuesta un mundo hilvanar una jugada de ataque, aprovechó las cenizas de un partido que ya estaba extinguido para montar un ataque sensato, bien llevado, de caligrafía limpia y clara, y consiguió, justo cuando el árbitro llenaba de aire sus carrillos para pitar el final del partido, un último disparo contra la portería del Valencia. Una volea que..., ¡oh crueldad divina!, rechazó un portero que, cuando se lo exigieron, respondió con agilidad y un entusiasmo encomiable. Expulsó el aire almacenado en sus carrillos el réferi o referí -qué bonito anglicismo, anticuado y esdrújulo o agudo, al gusto- y los jugadres de la casaca blanca y un murciélago en el escudo se abrazaron felices, como si acabasesn de ganar algún título. Ese gesto, pienso yo que a los sportinguistas tiene que confortarnos. Va a ser muy difícil ganarle al Sporting en El Molinón. El que lo quiera conseguir, tendrá que sudar sangre. El Madrid que un par de horas antes había vencido 0-6 al Espanyol en Barcelona, en El Molinón no había podido decir, tres semanas antes, esta boca es mía. Al Ronaldo de los cinco goles de Cornellà, en El Molinón no le habían dejado decir ni pío.

El partido se pareció bastante a aquel del Madrid. El Valencia es un equipo poderoso, con jugadores atléticos, llenos de talento y muy bien plantados en el campo. Sin embargo, todas esas virtudes solo le sirvieron para dominar el partido en algunas fases y coser algunas oprotunidades, que no aprovecharon por falta de puntería y por el indesmayable esfuerzo de los jugadores de Abelardo. Lo que diferenció este encuentro del del Madrid fue que, en esta ocasión, el Sporting también supo contestar con alguna bofetada que, desgraciadamente, se perdió en el aire. A veces por falta de tino, a veces porque el portero, un tal Jaume, supo estar en su sitio muy responsablemente. Y, claro, ese muchacho de apariencia corriente.

Para ver el partido elegí esta vez un café que hay muy cerca de casa, justo enfrente del cuartel de la Guardia Civil. Dominan en él los colores verdes, tanto por la iluminación y algunos adornos, como por los uniformes de la clientela, básicamente números de la Benemérita. Se llama Green Café. También son asiduos algunos abuelos del barrio, que mantienen donosas charlas con las camareras. Apenas había nadie. Solo dos guardias que estaban hablando del escalafón. Del partido no se ocupaba nadie. Así que me senté frente al telvisor más grande -en este establecimiento también tienen tres televisores, estratégicametne colocados-, y pedí una cerveza. 

Me gustó la alineación, con el angelical Halilovic entre los titulares, y también con Pablo Pérez, que es una debilidad nuestra. 

La cosa comenzó bien. Igualada. Luego ya dominó el Valencia, faltaría más, pero con poca puntería. Esto se mantuvo así hasta la media hora de la segunda parte. Entonces el partido se puso precioso. El Sporting decidió ir a por la victoria y dibujó tres o cuatro jugadas de mucho peligro que se emborronaron a final. 

Me lo pasé bien, aunque llevaba un rato con la mosca detrás de la oreja. Detrás y delante, de la oreja y de la nariz, pues estoy hablando tanto de una mosca real, que se encaprichó conmigo, como de una mosca simbólica, porque hacía un ratito que Paco Alcácer, ese jugador con pinta de muchacho común y corriente, circulaba por el campo. A la mosca la espantaba cada rato con grandes manotazos, pero con Alcácer no podía hacer nada. Aperantemente, es un jugador vulgar al que no se le aprecia cualidad notable alguna. Sin embargo, se trata de esa clase de jugadores que han nacido para vivir en el área contraria e hincharse a marcar goles. Ese es su hábitat y eso es lo que mejor sabe hacer. Es, no hay duda alguna, un ejecutor. Lo sabe él y lo saben los contrarios. De manera que cuando en ese fatídico minuto, el primero del descuento, el balón voló sobre el área del Sporting y se pudo ver que Alcácer estaba allí, todos supimos lo que iba a suceder de un modo inevitable. En ese breve instante, el porvenir se dibujó tan irrevocable como el pasado.



lunes, 31 de agosto de 2015

Defensa, defensa, defensa

Real Socieda 0  Sporting 0



La invencibilidad es una cuestión de defensa, la vulnerabilidad, una cuestión de ataque. Mientras no hayas observado vulnerabilidades en el orden de batalla de los adversarios, oculta tu propia formación de ataque, y prepárate para ser invencible, con la finalidad de preservarte. Cuando los adversarios tienen órdenes de batalla vulnerables, es el momento de salir a atacarlos.

Sun Tzu, El arte de la guerra

El partido, pasiones forofas aparte, fue infumable

Marca, 30 de agosto de 2015


Empecé a verlo cinco minutos tarde. Había elegido de nuevo el irlandés de al lado de casa, pero tenían las televisiones apagadas. Hasta el partido del Barça no los iban a encender. De manera que tuve que buscarme otro lugar. Fui al King, un bar que hace esquina al lado de la catedral y que, aunque más pequeño, también tiene tres o cuatro televisores, estratégicamnete colocados. Es un bar donde casi siempre encuentras gente muy arreglada, como si estuviesen esperando para ir de boda. En realidad, están esperando para ir de boda. En la catedral. Algunos están aguardando a que comience la ceremonia; otros, a que acabe. El caso es que suele estar lleno de hombres enchaquetados y mujeres envueltas en papel de regalo. Dicen que es un lugar donde no se come mal. Pero yo no iba ni elegante ni hambriento. Yo sabía bien a lo que iba a aquel lugar. Pedí una cerveza y me senté frente al televisor más grande. Salvo yo, nadie le hacía caso al partido de Anoeta.

La cosa no comenzó mal. Igualada. Incluso el Sporting pudo marcar en un pase de Jony, con muy mala intención, esa clase de pases que rasgan el área entre los defensas centrales y el portero y dejan en el aire un olor a pólvora. Pero ni Guerrero ni Carmona llegaron. Pólvora mojada. Acudieron tarde porque venían de cuidar el campo propio. 

Eso fue lo que el Sporting hizo durante todo el partido. En la primera parte de un modo constante.  Luego, tras esa jugada esperanzadora, la Real Sociedad tomó el balón y, como si fuese un crío egoísta y el esférico -¡qué hermosa palabra!- se lo hubiese comprado esa misma mañana su padre, no dejó que ningún jugador del Sporting lo tocara. A cambio, estos no permitieron que los vascos se acercasen por el área. Cuéllar creo yo que hasta se aburrió un poco. Como todo el mundo.

Aproveché el descanso para cambiar de cerveza y fijarme un poco en los invitados de la boda. Eran más o menos como todos los invitados de todas las bodas. Más aburridos incluso que el partido.

La segunda parte comenzó en la izquierda del ataque donostiarra -en las crónicas deportivas, o pseudodeportivas, como lo son estas, da mucho gusto usar adjetivos así,-. Un extremo llamado Bruma -no me digan que no es precioso el  nombre de este jugador- comenzó a corretear por ese lado del campo, a hacer un regate tras otro y a meterse en el área del Gijón. Llegó hasta ahí. Pero ni un paso más. La defensa del Sporting es cosa seria. Se responsabiliza de ella todo el equipo. Hasta los derlanteros no hicen otra cosa que defender. La defensa del Sporting es, de momento, de una solidez incontestable.  Por esta razón, la segunda parte fue, incluso, plácida. Me tomé, la segunda cerveza, bien despacio, sin angustias. Naturalmente, todo lo que tiene de firmeza defensiva, se desvanece en la parte atacante. Si Cuéllar se aburrió, Rulli debió de contener más de un bostezo. El ataque del Sporting no fue tímido. Fue mudo. En ataque se puede decir que el Sporting no dijo esta boca es mía. 

Solo cuando salió el angelical Halilovic, pequeño, ligero y rubio, pensé que podríamos divertirnos un poco. Pero tampoco. Tardó en tocar un balón un cuarto de hora -más o menos-. Perdió el primero, recuperó el segundo, y ya luego jugó unos cuantos. No pudo hacer mucho, porque los compañeros se veían derrengados por el esfuerzo. Pero dejó abierta la puerta a la esperanza en una conducción elegante al filo del área de la Real. 

Terminó el partido con un par de sustos en dos tiros lejanos de los donostiarras y en cuanto el árbitro decretó el final, me acerqué a la barra a pagar las dos cervezas. Los de la boda ya no estaban. Me fui para casa pensando que llevamos dos partidos y aunque no hemos metido ni un solo gol, tampoco nos han marcado ni un solo gol. Paso a paso, poco a poco, se hace camino al andar, que decía don Antonio.


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