lunes, 21 de septiembre de 2015

Treinta minutos de locura


 Coruña 2 - Sporting 3

Juan Ignacio Rodríguez, alias "El Rácano", pequeño extremo de hábil regate que fichó por el Real Madrid de las copas de Europa de los 60, aunque la competencia le obligó a marcharse al Dépor, donde tuvo más suerte. Luego jugó en el Rayo Vallecano -creo recordar- y acabó su carrera de nuevo en el Albacete, en Regional Preferente, con el que ascendió a tercera en 1975, el año de los 111 goles. Recibió un homenaje multitudinario en su retirada. Después hizo de todo: entrenador del juvenil, secretario técnico, gerente, director de la Ciudad Deportiva, hasta que se jubiló, hace siete u ocho años. Yo le vi jugar: escurridizo, listo como el hambre. Un hombre de club. No como sucede ahora, que son funcionarios de los fondos buitre.

Cristóbal Guzmán, en respuesta a una petición de información nuestra, por wasap


En mi ruta por los bares y cafeterías que hay en el barrio -como en todos los barrios de este país, más de una docena-, el domingo elegí el Manavi, el más cercano a casa y probablemente el más feo. 

Debido a lo temprano de la hora - esa hora perezosa y lánguida de la sobremesa-, apenas se veía a nadie por la calle. En la cafetería, aparte de dos camareros, solo estaban un señor moreno y bajito que leía en Marca como quien estudia un manuscrito antiguo en la Biblioteca Nacional, y un par de muchachos que charlaban de sus cosas, no puedo decir cuáles, porque no pude escucharlos.

Eran ya las cuatro de la tarde y en los tres televisores que colgaban de las paredes se veía el mismo  partido, pero no era el Coruña-Sporting. No era el de Riazor aquel césped esmeralda, sino el de White Hart Lane, y el encuentro que retransmitían el Tottenham-Crystal Palace. Le pregunté al camarero, un muchacho cojo, si podrían cambiar de canal.

-¿El Coruña-Sporting? Eso es de Segunda, ¿no?

Mal empezamos, pensé. ¿Cómo es posible que el camarero de un bar con tres televisores que están mostrando continuamente partidos de fútbol ignore que nuestro equipo ha subido a Primera? Va a tener razón mi padre, cuando dice que este mundo va de mal en peor.

El caso es que el buen mozo cambió al canal correcto, le pedí un café y me senté a ver qué pasaba. El Sporting iba de amarillo. Me acordé de Molière, y no me dio buena espina. 

El camarero cojo se dirigió entonces al lector moreno y bajito que estudiaba el Marca.

-¡Juanito!, que es el Coruña. Y va a perder, ya lo verás.

El tal Juanito resultó ser una vieja gloria del Albacete Balompié, y, a lo que parece, también llegó a jugar en el Coruña.

-¡Qué va!-contestó Juanito sin dejar de mirar su periódico-. Hoy el Coruña gana -sentenció.

Pero no. En esta disputa de videncia entre los camareros y la vieja gloria, resultaron ganadores los camareros.

Todo lo importante sucedió en apenas treinta minutos. Desmintiendo lo ocurrido en partidos anteriores -la esterilidad sportinguista y su solidez defensiva, la misma que se le alababa al Coruña-, ese Sporting de amarillo no solo no murió en escena, sino que comenzó matando con una saña inimaginable. A los siete minutos ya ganaba 0-2. Yo, la verdad, no daba crédito. De pronto mi equipo, que todavía no había marcado ningún gol en los tres partidos anteriores, los metía ahora con una facilidad pasmosa. Ni en el mejor de esos sueños despiertos que tenemos antes de los partidos, y en los que nos imaginamos un encuentro perfecto y feliz, nos habíamos atrevido a tanto.

Fueron dos jugadas nacidas en la periferia del campo, en esas calles que aran extremos y laterales. Sin necesidad de  pasar por la burocracia del centro del campo. Fueron dos jugadas muy semejantes, casi iguales, en las que Lora apareció marcial e infalible y puso dos centros venenosos al centro del área coruñesa, donde Sanabria, vestido de delantero centro de toda la vida, remató impecable y solo. En el primer gol, Lora regateó a su compadre gallego de banda un par de veces, como quien juega con un niño, y la mandó donde más duele. En el segundo, intervino también el angelical Halilovic. Primero muy esforzadamente, luchando por una pelota que se perdía por la banda y que salvó arrojándose al césped. Luego, exquisito, engañó al defensa con un taconazo delicioso que dejó libre a nuestro calvo lateral para que repitiese el mismo diálogo, por segunda vez en apenas unos minutos, con Sanabria. Siete minutos de partido y 0-2. Impensable e increíble.

La vieja gloria del Albacete aguantaba estoico las chanzas de los dos camareros, que si bien no sabían a qué divisón correspondía ese partido, sí sabían, en cambio, que el Coruña era un equipo con una media de edad mucho más alta que la chavalería gijonesa. 

-Si te tienen que marcar, mejor que sea al comienzo - les contestó, sentencioso, el tal Juanito.

Y qué razón llevaba. Porque a partir de ahí, el Coruña hizo casi lo que quiso. Sin centro del campo amarillo, donde Sergio y Cases se mostraron sombríos y desacertados toda la tarde, el equipo gallego se instaló al borde del área del Sporting y empató el partido con la misma facilidad y rapidez con que lo había comenzado a perder tan tempranamente. Para entonces, Juanito se había ido, que tenía cosas que hacer, les dijjo a los camareros. Yo volví a acordarme de Molière. Me resigné al desastre. "Palmamos seguro", pensé. Fue entonces cuando apareció de nuevo Halilovic. Con el Coruña cebándose en el área del Gijón, condujo el balón, como un ángel por el desolado centro del campo sportinguista, con una elegancia que no estamos acostumbrados a ver en nuestro equipo. Sanabria trazó un desmarque diagonal y arrastró consigo a toda la defensa del Coruña que, como es natural, desconfiaba de ese delantero que les había marcado dos goles. Entonces, ese chico rubio, pálido y genial que el Barça nos ha prestado, abrió la pelota al otro lado, por donde apareció el esforzado Álex Menéndez, que en lugar de perder el balón y malograr la jugada, se coló en el área rival como quien se pasea por el salón de su casa y cruzó un disparo certero y raso. Tercer gol. Se puede afirmar que fue ahí, en ese instante, cuando, más o menos, se acabó todo.

La segunda parte, dejando de lado algún susto, ya no ofreció apenas nada. A Álex Menéndez le quitaron todas las pelotas que le dieron, el centro del campo continúo igual de sombrío y desacertado, la delantera desapareció... Halilovic se fue del campo, dejándolo más oscuro y frío. Sin embargo, la defensa volvió a mostrarse más o menos impenetrable y el Sporting pudo, al fin y al cuarto intento, cantar victoria. El amarillo no fue, al final, tan mal augurio.


 (lavanguardia.com)



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