domingo, 13 de diciembre de 2015

Las polillas

Sevilla 2 - Sporting 0


 No se puede confiar en un insecto.

La mosca, de David Cronenberg

Le ocurre al Sporting, en algunos partidos, como a esas largas novelas a las que, según los entendidos, les sobran cien páginas. En partidos que se preven desiguales, al Sporting le sobra la última media hora, los últimos quince minutos o, en algún caso, el descuento. Así le sucedió con el Atlético de Madrid, con el Celta y, ayer por la noche, con el Sevilla. Si esos tres partidos hubiesen sido algo más breves, el Sporting habría sacado un punto en cada uno de ellos.

Pero de momento, del mismo modo que al fútbol se juega con una única pelota, los partidos solo pueden durar noventa minutos. Como mínimo.

Comenzó el partido mientras Rajoy y Teresa Campos hablaban en la tele de sus cosas como dos viejos conocidos. Comenzó, además, con la misma tensión competitiva que esa entrevista. El Sevilla tenía la pelota pero no sabía qué hacer con ella y el Sporting esperaba bien plantado atrás y sin angustias. Incluso en el minuto 24 consiguió dar doce pases seguidos sin perder el balón. Eso sí, los seis últimos fueron hacia atrás. Hasta llegar a Cuéllar, que le dio un patadón y lo envió, como casi todos los saques que hizo ayer, fuera de banda. A pesar de Halilivoc, que sigue ensimismado y espeso, en esta clase de partidos el Sporting observa la porteria contraria con telescopio, como un país exótico e improbable.

Todo discurría así, plácido y aburrido. Algún saque de banda de Luis Hernández, una falta de Llorente a Meré -espléndido-, un intento de fantasía de Carlos Castro, un tiro inofensivo de Halilovic, un cabezazo de Llorente a las manos de Cuéllar... Por la tele, a falta de otra cosa, repetían los agarrones de Bernardo a Llorente...

Que el Sevilla se moviese tan lentamente se explica viendo el tonelaje que se gastan varios de sus jugadores: Rami, Kolodziejczak, N`Zonz, Krychowiak, Llorente.., tienen todos el aspecto de recios armarios de roble. A su vera, los jugadores del Gijón (Carlos Castro, Halilovic, Cases, Isma López,,,) parecían más bien mesillas de noche. La desigualdad era evidente. Aún así, nuestro equipo resistía. Terminó la primera parte con Ndi, casi el único que fue capaz de guardar la pelota un ratito, arrollado varias veces por los estibadores polacos, lo que provocó que se retirase al vestuario muy disgustado.

Durante el descanso reflexionamos en la cantidad de kas que se encontraban en la alineación del Sevilla: Kolodziejczak, Krychowiak, Krohn-Dehli... Un equipo kafakiano e impronunciable... Por si no fueran suficientes, en la segunda mitad entró Konoplyanka. Este, a diferencia de sus compañeros, se mostró ligero, habilidoso y veloz. Como una polilla que hubiese salido de uno de esos armarios. Se le unió Gameiro, sin ka y francés, pero con apellido de brasileño, lo que en este deporte del fútbol es un invitación a la fantasía. Resultó ser otra polilla: ligero, habilidoso y veloz. Cambiaron el partido. El Sevilla comenzó a acosar el área del Sporting y a tirar a puerta con muy mala intención. Luego se lesionó Meré y, al poco, el árbitro decidió cobrar todos los agarrones que le habían hecho a Llorente y, tal vez en el más leve, pitó un penalti y expulsó a Luis Hernández. Ahí se acabó el partido. Le sobraron, a este, quince minutos. Si hubiese durado setenta y cinco o no hubiesen aparecido las polillas, a lo mejor habríamos empatado.


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