domingo, 29 de noviembre de 2015

Azar y fatalidad

Celta 2 - Sporting 1


Olvida que deberías haber sido recompensado ayer y no lo fuiste. ¡Qué importa, sé feliz! No eches de menos ninguna cosa ni esperes nada tampoco. Lo que ha de suceder, escrito está en el libro que hojea, al azar, el viento de la eternidad.

                                                                                                                                       Omar Khayyam

No ha de maravillarnos que el azar pueda tanto sobre nosotros partiendo de que vivimos por azar.

Montaigne 

 Aunque los hombres se vanaglorian de sus grandes obras, frecuentemente no son estas el resultado de un noble propósito, sino efecto del azar.

Rochefoucauld 


Hacía dieciocho años que la televisión pública nacional no emitía un partido del Sporting.  Y es raro porque últimamente esta televisión común no suele echar partidos de equipos de postín, sino encuentros entre los equipos más menesterosos de la liga, y, no nos engañemos, hace ya muchas temporadas que nuestro equipo pertenece a esta clase de escuadras. De manera que nos la tomamos como una jornada solemne. Comuniqué a la familia, con el tiempo suficiente para que lo fuesen asimilando, que el sábado, a las diez en punto de la noche, el mando de la tele iba a ser mío; cené temprano; bajé la basura sin utilizar el ascensor, por ir calentando; y un cuarto de hora antes del comienzo del partido, ya estaba frente al televisor.

A. y P., más acostumbrados, no me hacían caso ninguno, pero mi suegra contemplaba todas estas maniobras mías con desconfianza. Me ha escuchado gritar algún gol en el estudio, frente al ordenador, y siempre me ha dicho que, en esos momentos, teme que me dé un infarto. Así que trató de aconsejarme.

-Haz el favor de no darme sustos. Esos gritos no te pueden hacer bien. El fútbol tiene que verse con talento-me dijo.

Apunté el aforismo, por si nos pudiese servir algún día, y ya solo tuve ojos para el televisor.

Empezó el partido igualado y sereno. Mi suegra podía estar tranquila, pues aunque el Celta tenía la pelota, la sobaba en su propio campo, muy lejos de la portería de Cuéllar.  Hasta el minuto 15. Nolito, que es un delantero sin duda muy talentoso, envió un pase venenoso al lado derecho del área del Gijón, por donde apareció, un poco apurado, Bongonga, que tocó la peota por hacer algo y se la dejó a Orellana franca para marcar. A mí me pareció un flagrante fuera de juego. El hecho de que apenas repitiesen la jugada me afirma en esa opinión forofa. No sería raro que el realizador fuese gallego. Gallegos hay en todas partes.

-¿Quién ha marcado?-preguntó mi suegra- ¿Quiénes son los del Sporting? ¿Los de rayas o los de azul? ¿En qué portería tienen que meter los goles?

Luego todo volvió a la normalidad plana de los primeros minutos. El Sporting mantenía bien alejado al Celta del campo propio. Jugaba bien Mascarell, atento a todo, se asomaba peligroso Halilovic, amenazaba Jony, volvía a regatear hacia adentro Isma López. En una jugada desde el extremo izquierdo del campo, marcó este último después de una buena combinación entre cuatro o cinco jugadores gijoneses. Este gol, en cambio, sí se anuló por fuera de juego. A mí no  me lo pareció. El hecho de que volviesen a repetirlo de una manera casi clandestina, una sola vez y muy rápido, me confirmó esta opinión forofa. El realizador, ahora ya no me cabía duda alguna, no solo tenía que ser gallego, sino que sería del mismo Vigo. Sin duda. Rumiando esta convicción, terminó la primera parte.

La segunda fue, hasta cierto punto, muy agradable de ver para un aficionado sportinguista. Se adueñaron nuestros jugadores del balón y, aunque están lejos de ser, salvo muy contadas excepciones, unos estilistas, bien colocados y muy atentos, dominaron el partido. El método para ello estaba un tanto inspirado en el rugby. Ganábamos metros con esfuerzo pero sin desmayo. Se sucedían las faltas de los gallegos, aunque todas lejos del área. Tambores lejanos. 

Hasta que empatamos y casi ni lo vimos. Menos mal que existe la moviola -qué bella palabra-, porque el realizador gallego, del mismo Vigo, andaba distraído cuando el portero del Celta cometió una pifia monumental. Le pasó el balón a Carlos Castro, recién ingresado en el campo -yo creo que era ese el primer balón que tocaba-, que no desperdició el regalo, marcando el gol con serenidad y talento. 

Los siguientes minutos fueron la demostración plástica de las razones por las que queremos tanto a este equipo y a su entrenador; allí se pudieron ver las causas por las que nunca podremos reprocharles nada. Se lanzó el Sporting a un ataque sin cuartel. Atacamos con cinco y hasta seis jugadores, la defensa plantada en el medio del campo. Como si fuésemos, por ejemplo, el Barcelona. No se crearon muchas oportunidades -no somos el Barcelona-, pero fue admirable. Después ya se calmó un tanto la cosa. Se puso el partido convencional y educado, como un cóctel. El equipo anfitrión dominaba y amagaba un vago interés por ganar, mientras que el Sporting esperaba atrás, muy tranquilo, como con una copa en la mano y acodado en el mueble bar. El empate parecía seguro. Sin embargo, Carlos Castro estuvo a punto de marcar el segundo, con una vaselina venenosa. Habría sido un maravilloso gol. Seguramente fue ahí cuando se presentó en el campo el azar. Seguramente también gallego, del mismo Vigo. Vestido con una camiseta celeste. La vaselina se fue fuera por muy poco y al rato a Nolito no le hizo falta nada más que ponerse delante de Cuéllar cuando este llegó antes que él a un pase y despejó con toda su alma. El balón, que tendría que haberse perdido en lo más alto e inhóspito de las gradas de Balaídos, rebotó en las piernas del delantero vigués y se coló burlona en la portería de nuestro equipo. No nos lo podíamos creer. A esas alturas del partido, ya casi en la medianoche, mi suegra ya se había ido a acostar, lo mismo que P. A. también dormía, a mi lado en el sofá. Tuve que maldecir en silencio.

A partir de ahí, el partido se fue desangrando triste, lento y fatal.


www.goal.com

 

domingo, 22 de noviembre de 2015

El viento del desengaño

Sporting 0 - Levante 3

Ya veo al cristal del Desengaño, que soy polvo, nada y viento

Calderón de la Barca

Estos fuertes vientos provienen del interior de la comarca y arrastran una gran cantidad de sedimentos en el aire; con lo que se recomienda tener cerradas puertas y ventanas que estén orientadas hacia el Este, ya que en cinco minutos se llena el alojamiento de arena y tierra.

zaharaenlaweb.com

El levante es un viento incómodo y molesto. Sobre todo si dejas las puertas y ventanas de tu casa abiertas. Y así fue como las tuvo, casi de par en par, el Sporting en la primera parte. Por mucho que se afanase en cerrarlas, ese viento áspero se las volvía a abrir sin dificultad. El Sporting tiene un problema grave de bisagras.

Y eso que el día parecía más propicio para que soplase el nordeste. Para que pudiésemos asistir, en la mañana lluviosa, gris y desapacible, a un típico partido norteño, ya se sabe, uno de esos partidos a la inglesa, de ida y vuelta, sudoroso y esforzado. Un partido antiguo que terminaría por desarbolar a un equipo que, por levantino, no asimilaría bien el ritmo septentrional, la balada del norte. Todo parecía preparado para eso. Los primeros minutos, con un Jony rápido y afilado, anunciaban que sería, efectivamente, de ese modo. Pero no. En cuanto el Levante consiguió amainar esas ventoleras del extremo sportinguista, le dio la vuelta al viento y puso patas arriba a la defensa de nuestro equipo. Ni siquiera necesitó crear ocasiones. Cuando nos dimos cuenta, teníamos el marcador lleno de arena y tierra. Tonelada y media de cada. 

Luego, la segunda parte no fue más que la constatación de que esta vez no iba a haber ni épica, ni gloria, ni remontada alguna. No se rindió el Sporting -nunca lo hace-, pero cada uno de sus intentos de arreglar el desaguisado acabó en nada. Le cuesta a nuestro equipo articular el juego, masticar las jugadas, dialogar con el balón un rato sin que el contrario sea capaz de meter baza. El Sporting es, de momento, pura voluntad. A veces, con eso es capaz de empatar e incluso ganar algunos partidos. Pero no este. Se encendió una débil luz cuando el árbitro señaló un penalti. Lo fallamos. Esta vez venció el desengaño.

www.levante-emv.com

lunes, 9 de noviembre de 2015

Solo era un punto

Atlético de Madrid 1 - Sporting 0


Poco dura la alegría en la casa del pobre
Refrán

Al comienzo, antes incluso de que el partido empezase, pensaba que la derrota era cosa segura. Incontestable. Pensar en cualqueir otra cosa, incluso para un aficionado imaginativo como yo, resultaba una fantasía desmesurada. Como las hipérboles. 

Al final, en cambio, dos minutos antes de que el partido se acabase, pensaba que ese punto, ese modesto punto como un mendrugo de pan, ya no nos lo quitaba nadie de la boca y que nos iba a saber a gloria. 

Me equivoqué dos veces. 

Decidí verlo fuera de casa. Lejos de El Molinón y fuera de casa. El equipo y yo. No sé por qué razón, pensaba que digeriría mejor la derrota segura en un bar, solitario entre la afición atlética. Imaginaba que esta llenaría las cafeterías y tabernas. Elegí la irlandesa que hay en el barrio. Cuando llegué, la afición atlética estaba ausente. Apenas una docena de parroquianos, absortos en sus conversaciones, y en las televisiones -cinco de distintos tamaños-, el Albacete-Córdoba.

-¿Vais a poner el partido del Atleti?-le pregunté a una camarera distraída y lánguida.
-¿El del Atleti? Me parece que sí...-me contestó un tanto ausente.

De manera que le pedí una cerveza. Sin embargo llegó la hora del partido y en la tele continuaba el partido del equipo de la ciudad, al que nadie hacía caso. Insistí.

-No sé-me explicó- El jefe no está, y hasta que no venga... 

Me bebí la cerveza de un trago, pagué sin decirle nada y me eché a la calle, cagándome en la lánguida camarera, en su jefe ausente y en todos los demonios. 

Apreté el paso y en unos minutos di con un bar, al lado de la Catedral, en el que lo estaban emitiendo. Tampoco había allí señal alguna de la tan alabada afición colchonera. Solo media docena de bebedores acodados en la barra y absortos en sus conversaciones. Pedí otra cerveza y me acomodé frente al televisor más grande -había cuatro-. Corría ya el minuto once del partido. Todavía empataban a cero. Pensé que la afición del Atleti está muy sobrevalorada.

Si estaba tan convencido de la derrota en aquellos momentos se debía a que el enfrentamiento me parecía muy semejante al que podrían dirimir, en la lucha por el Óscar, una superproducción hollywoodense -ellos-, con una película independiente, de bajo presupuesto, casi casera -nosotros-. No había color. 

Además, cuando llegué se acababa de lesionar Sergio Álvarez. Luego caería Guerrero. El partido era intenso y muy parecido a tantos de los que juega nuestro equipo. Los rivales llevaban a los nuestros de un lado a otro sin permitirles apenas tocar el balón. Un ejercicio abusivo de dominio y posesión. Aunque, eso sí, sin hacer sangre. Cuéllar vivía tranquilo. Las líneas defensivas continuaban de pie. De todas formas, para aliviar la angustia de un dominio tan continuo y aplastante, de vez en cuando miraba por el ventanal. Atardecía y unos chiquillos jugaban con una canasta que habían colgado en una farola. Al volver la vista al televisor, seguía el cero a cero. También me perdía a veces en el platillo de los frutos secos que me habían puesto para acompañar la cerveza. Al levantar la vista, todavía cero a cero.  

Fue después de una de esta breves ausencias cuando, a alzar de nuevo la mirada, vi a Jony en la izquierda del área colchonera, con el balón controlado. Vi cómo daba un pase atrás, más o menos al punto de penalti, y cómo aparecía en ese lugar Halilovic. Vi cómo este golpeaba la pelota al lado contrario al que se había comenzado a desplazar Oblak... Era un gol seguro. Ocurre, sin embargo, que estos equipos poderosos suelen escoger, para el papel de portero, a grandes artistas, a actores consumados, expertísimos y brillantes. Estiró Oblak una mano prodigiosa y evitó lo que a nosotros nos había parecido, hasta el último instante, un gol cierto y verdadero. 

Luego, otra vez la misma canción. Y así fueron pasando los minutos.

Y con el paso de estos, fuimos nosotros sosegándonos. Porque si bien era cierto que el Atleti dominaba sin contestación, no había logrado ni una sola ocasión clara de gol. En todo el partido solo alcanzaría -además de la del gol, que no sé si se puede considerar como tal-, una doble situación de verdadero peligro, solucionada por Cuéllar con un par de actuaciones muy aparentes. El Sporting, en cambio, consiguió otra más, en un tiro magnífico remitido por Jony, desde fuera del área, y con dirección a la escuadra derecha de Oblak, s/n. También parecía gol, pero de nuevo lo evitó ese portero, sobrio y elegante, discípulo aventajado del Actors Studio. 

Y ya no hubo más. Por esa razón llegamos tan serenos al final, sin necesidad de mirar por la ventana o ensimismarnos en el platillo de los frutos secos. No contábamos con el galán escurridizo de Griezman, con su bigotillo a lo Errol Flynn, en el papel de pillo carterista. Solo quedaba un minuto y ese punto que ya nos estaba sabiendo a gloria se esfumó. Se perdió como se pierden las lágrimas en la lluvia.

No nos pareció justo. Salimos del bar dolidos. Para curarnos un poco la herida, íbamos lamiéndonosla, diciéndonos que en los partidos del Sporting, esta temporada, las cosas importantes suceden cuando parece que ya no puede pasar nada, y que lo que hoy había sido pérdida u derrota, otros días había sido alegría y ganancia; que, al fin y al cabo, solo había sido un punto... Así íbamos consolándonos, por las calles vacías -¿dónde estarían los aficionados del Atleti?-.


www.mundodeportivo.com
 


lunes, 2 de noviembre de 2015

La coctelera

Sporting 1 - Málaga 0

La única manera de evitar la resaca es continuar borracho
Dean Martin

Casi todos los partidos del Sporting se parecen. En realidad, el Sporting juega cada semana el mismo partido. Como un cóctel cuyos ingredientes sabemos de memoria. El cóctel del fin de semana -con la extravagancia de algún lunes-: mucho entusiasmo, un gol temprano, defensa al borde del área propia, dominio y empate del equipo contrario. Picante y alegre en el paladar, áspero cuando comienza a deslizarse por la garganta, y ardoroso y agrio al desembocar en el estómago. Así la mayoría de los partidos que apuramos, devotos, en el caliz de la televisión.

Esta vez nos volvimos a quedar en casa. Las tardes de los domingos pueden resultar venenosas. La idea de tomarme esa copa en un bar, solo y rodeado de desconocidos, me deprimió. Me quedé en casa. Allí también sigo los partidos solo, pero al menos en la habitación de al lado está la familia. Está allí, aunque no me hace ni caso. Cuando el fútbol, me hacen más caso y compañía los camareros de los bares. Al menos, cuando les pido una cerveza, me escuchan y me la sirven. En casa, en cambio, cuando les digo que me encierro a ver al Sporting, me miran con pena, y no dicen nada, cada uno en sus afanes. 

El cóctel de este domingo, el partido de esta semana, comenzó como siempre. La alegre muchachada sportinguista lo intentaba todo con entusiasmo, aunque con escasa fortuna, y lo mismo le pasaba al Málaga. Esta vez tardó algo más en llegar, pero también en esta ocasión fue nuestro equipo el que marcó primero. Halilovic -qué fenómeno de jugador-, abrió el balón hacia la banda izquierda, donde Jony tocó la pelota a Sergio, que lo dobló con fe y realizó un pase hacia atrás. Fue uno de eso pases canallas y desconcertantes que dejan a la defensa descolocada y palideciendo en el punto de penalti. Entonces apareció quien había abierto la jugada, el joven y angelical Halilovic, que no pudo golpear con más tino el balón. Abajo, a la izquierda, fuerte, colocado y con rosca. Un primer gol que nos supo a gloria. 

Este primer sorbo suele provocarnos fantasías delirantes. Nos embriaga de tal modo que comenzamos a imaginarnos que tras él vendrán, como salidos del cuerno de la abundancia, otros goles, y que por una vez tendremos una tarde báquica y tranquila, borrachos de goles. Pero no. Lo que ocurre a continuación suele ser algo muy parecido a una resaca. El Sporting recula y se pone a defender al borde del área, como si esa línea fuese una trinchera. Se parece, en esos momentos, a un equipo de balonmano. La pelota queda entonces a merced del equipo contrario, que comienza a llevarla de un lado a otro, hasta que nos da un susto o directamente nos mete un gol. O más de uno -Betis, Granada-. En esos momentos, el Sporting se convierte en los ingredientes del cóctel y su contrincante, en un bárman habilidoso. Agitan a nuestro equipo arriba y abajo, a la izquierda y a la derecha, que es una lástima.

Así parecía que iba a ser, una vez más, este domingo. Sin embargo, en esta ocasión se modificó la fórmula. La defensa se mantuvo más o menos firme, el portero en su lugar y Halilovic decidió añadirle a todo eso unas gotas de su fútbol espumoso. El Málaga atacaba, sí, pero el Sporting decidió continuar bebiendo las jugadas escanciadas por el joven croata. Montó, con la ayuda de Fraile, unos cuantos contraataques que bien podrían haber hecho realidad esa fantasía nuestra de una goleada. Habría sido injusto, desde luego, pero no raro, que el partido hubiese finalizado con un 3-0.

Fue el momento de Halilovic, el jugador que sube los grados de un equipo esforzado y valiente. De momento, más que hacer mejor a su equipo y el nuestro, Halilovic se lo subió a sus espaldas y se fue con él a cuestas en busca de la portería contraria. Como quien va de romería. Dos balones al larguero y varios regates y carreras con el balón pegado a su bota, consiguieron convertir el final del partido no en la agonía que nos temíamos, sino en una espicha feliz donde corría la sidra. Y nosotros, con él, borrachos de alegría. 


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