martes, 27 de octubre de 2015

Una catedral demasiado grande

Athletic de Bilbao 3 - Sporting 0

Un libro, como un viaje, se comienza con inquietud y se termina con melancolía
José Vasconcelos

Convengamos que un partido de fútbol se pueda comparar con un viaje, incluso con un libro. En este caso, nadie puede dudar de que que un partido de fútbol pertenece al género narrativo. Hay un marco, espacial y temporal; hay personajes, protagonistas y secundarios; hay unas peripecias, organizadas en dos partes; y hay, incluso, varios narradores: el árbitro, los entrenadores, los cronistas de la radio y la televisión... Un partido de fútbol es, entre otras mil cosas, una polifonía de voces y puntos de vista.

El tiempo de la historia, un lunes por la noche, ya quedó dicho aquí que nos parecía una muy mala idea. Una idea desafortunada que solo podría traer, a quien se viese envuelto en ella, grandes desgracias. La semana anterior, ante el Granada, ya estuvo la cosa a punto de resultar un enorme desastre. En aquella ocasión, solo la voluntad inquebrantable de un equipo distinto pudo arreglar un desaguisado que se presumía de notables dimensiones. Ayer, sin embargo, ni con la voluntad se pudo hacer nada.

El espacio fue solemne. Un campo de fútbol que, a pesar de estar recién estrenado, ha conseguido conservar la mística del antiguo y heredar por ello la denominación del antiguo, La Catedral, es algo más que un campo de fútbol. Jugar con alegría y espontaneidad en un lugar así debe resultar bien difícil. Y si encima es un lunes, día el más extraño para la práctica de un partido de fútbol, las cosas se vuelven realmente inquietantes.

De los personajes, poco que decir. Los protagonistas estuvieron todos en el bando del Athletic: Beñat, Raúl García, Aduriz, Williams. Los del Sporting, salvo Alberto, actuaron como secundarios: Jony, Halilovic, Guerrero, Bernardo..., o incluso como muy secundarios, extras sin papel, meros figurantes...

Volví a ver el partido en casa, porque yo, un lunes a las ocho y media, no salgo de mi cuarto. Los veinte primeros minutos fueron esperanzadores. Como en el resto de los partidos de esta temporada, el Sporting no era superior a nadie, pero tampoco inferior. Se manejaba, en campo tan campanudo, con soltura y sin complejos. Hasta trazó un par de jugadas de relativo preligro. Jony se veía fino, Guerrero incordiaba a los centrales, Halilovic lo intentaba, Mascarell parecía un centrocampista solvente, Isma López amenazaba por su banda... Pero llegó el primer gol y todo se vino abajo. El Athletic no dejaba respirar a los centrocampistas del Sporting y estos comenzaron a jugar hacia atrás. Desde ese momento y hasta el final, el partido discurrió de ese modo. El Bilbao fue superior en cada uno de los lances del encuentro. Apagó cualquier otra voz y ya solo hubo un narrador y un relato. El Sporting no fue capaz de decir ni esta boca es mía.

Convengamos que, a veces, un partido de fútbol también se pueda comparar con un diálogo. Si este del Sporting en San Mamés se hubiese desarrollado como en los primeros veinte minutos, habríamos titulado esta crónica Conversación en La Catedral -para demostrar nuestra cultura libresca, claro, y nuestro menguado ingenio, también-. Pero no hubo caso. El partido, desde ese minuto, fue un monólogo.

Comenzó este partido, como se inician los viajes y los libros, con inquietud; y terminó, como estos, con melancolía. La melancolía venenosa que te dejan en el alma las derrotas incontestables.


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