jueves, 24 de septiembre de 2015

En un solo minuto

Rayo Vallecano 2 - Sporting 1

No hay cosa más perjudicial en la República que un necio con opinión de sabio, mayormente si tiene algún mando y gobierno

Huarte de San Juan, Examen de ingenios

... porque de toda la vida lo hemos llammado "el campo del Rayo". El único campo de primera con un fondo siin asientos, el terreno de juego más cuadrado de toda la liga (100x65), con edificios que lo rodean desde los que se puede ver el fútbol y en el que era mejor no jugar en casa la primera jornada de enero, porque los corredores de la San Silvestre Vallecana  dejaban el campo para el arrastre cuando acababan la carrera sobre su césped...

Quique Peinado, ¡A las armas!

El árbitro se dirigía a nosotros con prepotencia

Lora, lateral derecho del Sporting

 Del partido de ayer no hay mucho que decir. En el viejo y hermoso -a su manera- campo vallecano -"el campo del Rayo", el único que alberga en su interior dos federaciones tan ajenas como la de boxeo y la de ajedrez, las madrileñas, una enfrente de la otra- lo realmente importante sucedió en un único minuto. A veces, lo que debía desarrollarse en noventa minutos sucede en apenas treinta -como ocurrió en Riazor- o incluso, como quien pretende romper un récord, en uno solo. Fue ese minuto de la primera parte en el que el árbitro pitó una mano -inexistente- a Bernardo y lo expulsó del partido. 

En esta ocasión lo vi en casa. Cuando me senté frente al televisor, el primer plano que contemplé fue uno primerísimo del árbitro, un tal Vicandi Garrido. Se me vino a la cabeza Huarte de San Juan, aquel médico que dio en componer una clasificación del carácter de las personas por su aspecto. Recordé que al hombre alto, delgado y seco, lo consideraba el bueno de Huarte hombre bajo el influjo de la bilis, y por consiguiente de naturaleza colérica, siempre al albur de permanentes arrebatos y sueños resplandecientes, llenos de truenos y cosas peligrosas, insomne y melancólico, a merced de pesadillas sin cuento y persona de opiniones intransigentes. Vicandi se veía, en esa primera imagen, alto, delgado, seco.

Hasta ese minuto en el que sucedió todo, no ocurrió casi nada. Tal vez por tener tan cerca esas federaciones, la cosa se asemejaba a un combate en el que los dos contendientes bailaban uno frente al otro, sin encontrar por dónde encajarle al contrario un buen gancho; o a una partida en la que nadie era capaz de lograr alguna ventaja en el centro del tablero. Estaba el asunto muy parejo y no se adivinaba un ganador. Si acaso, a los puntos, el Sporting había disparado dos veces con peligro contra la portería del Rayo -la que está en el único fondo sin asientos que existe en toda la Liga española-, y eso nos animaba a albergar ciertas, tímidas, esperanzas de victoria. Porque el Rayo también había hurgado, tímido y lejano, en la defensa sportinguista.

Pero apareció el colérico, melancólico, insomne Vicandi, y sus opiniones intransigentes. Se cobró ese penalti inexistente y esa expulsión, y ya no hubo manera de enderezar el entuerto. 


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