domingo, 28 de febrero de 2016

El equipo suicida

Sporting 2 - Espanyol 4

Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver

John Derek, en Llamad a cualquier puerta, de Nicolas Ray


Juega el Sporting sus partidos en casa como si no hubiese un mañana. Sale lanzado hacia la portería contraria con el entusiasmo atolondrado y ciego de la juventud. Acostumbra a conseguir de esta forma, casi siempre, un par de oportunidades y un gol más o menos temprano que le pone por delante en el marcador. Así sucedió de nuevo con el Espanyol. Los primeros minutos, un tanto enredados, sirvieron para que cada uno mostrase sus credenciales: el equipo catalán trató de guardar el balón pasándoselo con cierta sensatez de unos a otros y Burgui anunció lo que no tardaría en ocurrir colándose desde la izquierda con gran estilo; el Sporting, por su parte, insistió en un fútbol catapulta que emplea a Jony como hombre bala, o que puede dejar solo ante el portero a Castro, en una jugada muy parecida a la que resolvió felizmente en Sevilla, pero que en esta ocasión estrelló en el cancerbero. Esto fue así hasta el minuto 19, cuando el mismo Jony, pez en el agua de su hábitat en la esquina izquierda del área contraria, trazó un pase magnífico a Isma López, que centró y, tras rechace del portero, dejó el balón a los pies de Carlos Castro, que le puso el último clavo a la jugada con un remate incontestable. 

Si el Sporting fuese un equipo maduro, colocarnos por delante nos proporcionaría, a los hinchas, una gran serenidad. Pero con nuestro equipo sabemos que esta clase de alegrías suelen ser frágiles y de escasa duración. Como pompas de jabón. Estuvo a punto de estallar en una falta que Asensio -finísimo jugador- envió al larguero y acabó reventando en una jugada espléndida de Burgui, que alcanzó el centro del área gijonesa dejando atrás a toda la defensa sportinguista como quien borra en un pizarra una serie de fórmulas equivocadas. 

1-1. Así terminó la primera parte.

La segunda comenzó con el Sporting romántico y suicida. Perdió dos balones fáciles como quien derrocha su vida por las tabernas  y de pronto nos vimos perdiendo por dos goles de diferencia. Esto, en cualquier otro lugar, habría sido definitivo. En El Molinón, sin embargo, nunca se sabe. Al Granada, en una situación semejante, se le empató. Se rebeló la sangre joven de nuestros jugadores y comenzaron un asedio fenomenal y conmovedor a la portería de Pau López. Para entonces ya andaba por el campo Halilovic, que además de joven, conoce una serie de trucos para descomponer a cualquier defensa. Tomó el balón y trazó unas cuantas fórmulas matemáticas en el área contraria que a punto estuvieron de descubrir el camino al gol. Marcó el segundo Carlos Castro -que está inspirado y lleva cuatro goles en tres partidos, cifras magníficas que sin embargo tan solo le han proporcionado al equipo un punto- y Sanabria y Rachid mandaron un par de remates al larguero -el de Sanabria una verdadera mala suerte que no entrase, como ya le sucedió en el partido de la primera vuelta; el de Rachid, en cambio, pareció más bien un pase mal medido y habría sido gol muy afortunado-. De pronto todo parecía posible, no solo el empate sino incluso la victoria. Fantaseamos con los titulares del día siguiente, alabando la remontada... En esas estábamos cuando Asensio cogió un balón en una banda y, borrando de nuevo a cuantos defensas -pocos- le salieron al paso, quebró todas esas ilusiones... 

Sobre El Molinón quedó tendido el hermoso cadáver de nuestras esperanzas. 


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domingo, 21 de febrero de 2016

Arte de marear

Betis 1 - Sporting 1

 Sea lo que fuere, invéntelo quien lo inventare, que muchas veces me paro a pensar, cuán aborrecido debía de estar el primer hombre, que estando bien seguro en la tierra, se cometió a los grandes peligros de la mar: pues no hay navegación tan segura, en la cual entre la muerte, y la vida haya más de una tabla. A mi parecer sobra de codicia, y falta de cordura inventaron el arte de navegar

Antonio de Guevara, El arte de marear

La caligrafía del juego del Sporting acostumbra a ser tortuosa. Sobre todo en ataque, la letra de nuestro equipo se entiende mal. Es embarullada en el centro del campo y solo se aclara, y no siempre, cuando coge la pluma Halilovic. Sin embargo, en el partido de ayer comenzó escribiendo de un modo legible y limpio como pocas veces -tal vez algunos minutos en Villarreal-. Se aplicaron los centrocampistas, que con la ayuda de Halilovic, dictaron las primeras jugadas. El único defecto fue que las terminaban siempre en puntos suspensivos. Frases correctas pero sin rematar.

Luego, no sabemos muy bien por qué, tal vez por un par de jugadas de Musonda, abandonó la buena letra y pasó el recado de escribir al contrario... Trazó también este algunas líneas... Pero nunca un párrafo entero, y se mostró tambien incapaz de ponerle la rúbrica del gol a ninguna de sus jugadas.

Después ya se emborronó todo, como si se les hubiese caído el tintero a los dos equipos sobre el cuaderno abierto del campo.

Una de las estrategias que más puntos le ha dado al Sporting esta temporada es el error del contrario. Se trata, qué duda cabe, de una estrategia vaga e incierta, pero muy eficaz. Funcionó a la perfección en el partido del El Molinón contra la Real Sociedad, y gracias a ella se le marcó el primer gol al Rayo Vallecano. Tal como iban las cosas en el Villamarín, nos encomendamos a ella.

Porque en la segunda parte el Sporting se fue achicando sin remedio minuto a minuto. Se fue haciendo más pequeño. Encogido en su área, era incapaz de estirar las piernas, de asomar la cabeza, de respirar un poco. El equipo se ahogaba. Poco a poco se fue transformando en una cáscara de nuez en mitad de un mar agitado.

No fue un error, sino la brújula de Halilovic, la que nos hizo saltar de alegría. Halilovic y Carlos Castro, claro, que se lanzó a mar abierto y se cobró la pieza del primer gol. Fue muy hermoso. A la salida de un córner, cayó el balón a los pies de Carmona, que en lugar de perderlo de un modo absurdo como les venía ocurriendo a todos los jugadores de nuestro equipo desde que había comenzado la segunda parte, se lo cedió a Halilovic y este, con un solo toque, se lo envió en paralelo a Carlos Castro, dejándole en ventaja ante los defensas del Betis pero con un largo camino que recorrer. ¡Qué carrera tan gallarda la de nuestro delantero! Recorió todo ese trozo del campo a toda velocidad, con el balón pegado a su bota, y cuando se encontró con Adán, le hizo un truco de magia, picando el balón y dejándolo dentro de la portería como quien deposita un regalo en casa de un amigo. Ahí te dejo eso.

Pero a nadie se le escapa que el Sporting es un equipo pobre,  y ya se sabe lo que ocurre con la suerte en la casa del menesteroso. En la siguiente jugada nos empató el Betis. Fue como si hubiésemos encontrado un número de lotería premiado, y nada más enterarnos, sin tiempo alguno para alegrarnos siquiera, y avisar a la familia, un golpe de viento nos lo hubiese arrebatado de las manos y se lo hubiese llevado, en remolino, muy lejos... En los pantalanes del puerto de la Primera División, al lado de los yates de lujo y otras embarcaciones de postín, el Sporting es un bote pesquero muy modesto en el que tan solo brillan dos o tres objetos prestados por los vecinos: la brújula de Halilovic, el sextante de Sanabria... 

Después de ese empate, el juego del Betis se convirtió en mar gruesa y se encrepó con olas altas y de mala voluntad. Lo soportó el Sporting de esa manera suya un tanto agónica. Meré, un verdadero patrón, sacó un balón de la misma línea de gol, con Cuéllar en el agua, y se hartó de cruzarse con valentía en por babor o estribor, cuando los laterales se veían sobrepasados por una de esas oleadas béticas.

Hubo un momento  en el que el naufragio parecía inminente e inevitable. Se abrían vías de agua por casi todas partes. Salió Lora, por ayudar a achicar la que entraba a borbotones por la banda de estribor. Finalmente, amainó un tanto la galerna, se pudieron reparar algunos aparejos y pudo así mantenerse a flote. De esta manera se alcanzó el abrigo del pitido final del árbitro.


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sábado, 20 de febrero de 2016

Ejecutar las acciones, acometer las empresas

Sporting 1 - Barcelona 3

Los leones pueden ver las rayas de la cebra bajo la luz del día, en el crepúsculo y durante una noche sin luna.

 Amanda Melin, bióloga de la Universidad de Calgary (Canadá)

El partido fue muy semejante a aquellos documentales extraordinarios de El hombre y la Tierra, dirigidos por el llorado Félix Rodríguez de la Fuente. Aquellas películas en las nos presentaban a un magnífico león que acechaba a una cebra, paciente, atento y silencioso. Lo veíamos esperar el momento preciso en el que lanzársele al cuello de la pobre e indefensa cebra, que luchaba por su vida con todas sus fuerzas, que normalmente eran pocas y le duraban muy breve tiempo.

Así el partido del miércoles. Quién hacía el papel del león y quién el de la cebra no es necesario escribirlo. Aguantó el Sporting con gallardía, que es una palabra vieja pero que le viene muy bien a nuestro equipo. Otra cosa tal vez no, pero gallardía, la que se quiera. Sobre todo si empleamos esa palabra en la segunda acepción del diccionario de la RAE: Esfuerzo y arrojo en ejecutar las acciones y acometer las empresas.  

Dominó el Barça de un modo abrumador. Más que jugar, ya queda dicho, acechaba el momento de lanzar su zarpazo. El Sporting defendía más o menos bien, agrupándose muy juntos todos los jugadores en el centro, y basculando hacia las bandas cuando era necesario. Eran movimientos más o menos armónicos, que acertaban a cerrar las líneas de pase y mantenían el marcador en un ilusorio empate. Ver jugar al Barcelona mueve al engaño. Viendo cómo se pasan la pelota unos a otros, con tanta naturalidad, con tan poco esfuerzo, puede hacernos pensar que el fútbol es un deporte sencillo y la pelota un objeto manso y de trato fácil. Nada más lejos de la realidad. Pensar tal cosa es un error del que saldremos inmediatamente al ver jugar a cualquier otro equipo. Por ejemplo al Sporting. Lo que en unos parecía tan sencillo como respirar, en los otros se veía difícil, complicado, tortuoso. Las pocas veces que el balón caía a los pies de uno de nuestros gallardos jugadores, se comprobaba lo intratable que puede llegar a ser una forma esférica, y no tardaba ni un segundo en perderlo. 

El primer mordisco llegó a los veinte minutos más o menos. Fue una dentellada fugaz e inesperada. Un tiro de Messi desde fuera del área. Nos pareció que aquello sería definitivo y que ya solo le quedaba, a nuestro equipo, desangrarse lentamente. Sin embargo, apenas dos minutos más tarde, el Sporting cerró esa herida de un modo emocionante. Uno de esos balones perdidos por el Barça lo aprovechó Pablo Pérez montando una jugada de una austeridad monacal. Domó la pelota, la durmió en sus pies sin perder un segundo y, con la cabeza alta, más gallardo que nunca, se fue hacia campo contrario. Lo acompañó Canella, que recogió su pase un instante y se lo entregó a Álex Menéndez, que también se había unido, con grandes zancadas, a la expedición. Como Canella, solo tocó el balón una única vez, un pase preciso al segundo palo. Allí apareció Carlos Castro, tirándose al suelo como un chiquillo a un charco, para marcar el empate. Fue un momento glorioso. Un contraataque perfecto, de una sencillez maravillosa. Tres pases y un remate. Una jugada quirúrgica. Frente al juego barroco y anestésico del Barcelona, la pureza de una jugada despojada, sin retórica, limpia, sin adjetivos ni adornos. Una jugada nominal.

De pronto volvimos a pensar en la posibilidad de un milagro; renació en nosotros la esperanza descabellada de que la cebra, de alguna forma impensada, podría escabullirse. Como cuando veíamos uno de aquellos documentales de El hombre y la Tierra. Sin embargo, le ocurrió a esa esperanza lo que a los almendros que florecen antes de tiempo. Cuando esto sucede, no tarda en llegar una helada que acaba con la delicadeza de esas flores prematuras. Cuatro minutos más tarde Messi volvió a abrir la herida. 1-2.

La segunda parte fue un poco más abierta, menos solemne.  El Sporting lo intentó aunque siempre de lejos. El Barcelona también continuó hurgando en la herida aunque sin ensañarse. Falló un penalti, marcó un tercer gol... De todas formas, teníamos la impresión de que todo lo importante ya había sucedido en el primer tiempo. Gallardo nuestro equipo, invencible el Barcelona. La naturaleza es un lugar cruel. Como en aquellos documentales de la infancia, la cebra acabó vencida y el león saciado.




domingo, 14 de febrero de 2016

El tamaño de la portería

Sporting 2 - Rayo Vallecano 2
 
Dios siempre utiliza la geometría
Platón


Los números gobiernan el mundo
Pitágoras

Una elipse es el curva simétrica cerrada que resulta al cortar la superficie de un cono por un plano oblicuo al eje de simetría, con un ángulo mayor que el de la generatriz respecto del eje de revolución 
sites.google.com/site/geometriaanaliticageraferjenny/unidad-3/la-elipse

  

No hay duda de que la geometría y la física pueden levantar pasiones. El ejemplo más evidente es el fútbol. No hace falta fijarse mucho para comprobar que se trata de un deporte dominado por esas dos frías disciplinas: un amplio rectángulo y una simple figura esférica  han sido capaces de poner en pie el mayor espectáculo del mundo, que hace ya tiempo que no es el circo. También están los rectángulos de las áreas, la grande y la pequeña, el semicírculo que les da entrada, el círculo central o la línea perpendicular que divide en dos el gran rectángulo de juego. La física la ponen los jugadores. Velocidad y potencia, aceleración, inercia, cargas, trayectorias... Cuando se combinan las dos, comienza el juego: pases horizontales o verticales, líneas paralelas, triangulaciones, elipses... Al Sporting, el viernes -qué día tan raro para jugar un partido de liga- primero lo condenó una elipse y luego lo salvó un rectángulo.

Llegamos tarde al partido. Llegamos tarde porque los viernes son un día muy raro para jugar un partido de fútbol y los viernes por la tarde nosotros tenemos otras cosas que hacer. Vamos a la pescadería, a la charcutería, y el viernes pasado, a la presentación de un libro. Un libro de Manuel Astur. Fue una charla muy agradable. El libro tiene muy buena pinta -aún no lo hemos leído- y el autor nos pareció un muchacho bien agradable y muy lúcido. Ya podía ver nuestro equipo el juego con tanta claridad como ve las cosas este escritor. Antes del encuentro -el literario, no el deportivo-, estuve un rato charlando con él. Por paisanaje. Como no sabía nada de él, le pregunte por wasap a H. Me contestó con una montaña de datos. Sus padres asisten a un taller literario de F. Su hermana tiene una librería en Gijón que es a la que acude mi prima MJ a un club de lectura, etc. etc. Me confirmó todo esos datos. Le iba a preguntar también si le gustaba el fútbol, si era del Sporting, pero me dio la impresión de que no. Si le gustase y fuese hincha del Sporting, como nosotros, no habría accedido a esa charla.

Eran ya las nueve cuando salimos de la librería discretamente y echamos a correr camino de casa. Como otras veces, pensamos que si no veíamos aquellos minutos, tal vez aprovecharía nuestro equipo para jugar maravillosamente y meter tres o cuatro goles, haciéndonos placidísima la contemplación del resto del partido. Al pasar por el irlandés, asomamos la nariz y  vimos en la pantalla inmensa en la que echan allí los partidos que íbamos ganando. No tres o cuatro a cero, no, pero al menos ganábamos: 1-0. De esa taberna hasta nuestra casa se tarda no más de cinco minutos. No necesitó más el Rayo Vallecano para empatar. Al llegar a casa y encender nuestra pantalla, mucho más modesta, el marcador reflejaba una desilusión: 1-1 Ya nos recelábamos algo, porque los partido del Sporting suelen tener este patrón: salida enérgica, gol a favor -muchas veces más fruto de la voluntad que del buen juego-, despertar del contrario, empate y sufrimiento.

Esta vez ese guión se rompió impensadamente cuando ya declinaba el primer tiempo. Una galopada solitaria de Jony acabó en el área del Rayo y allí, cuando todo parecía acabado -el primer tiempo y sobre todo esa jugada-, y que esa carrera no habría servido para nada, recuperándose incluso de un resbalón, se sacó el extremo del Sporting un pase delicioso que Halilovic recogió como un chiquillo que no quiere dejar perderse un caramelo en cabalgata de Reyes. Paró el balón-caramelo con una pierna, la derecha, y desde el suelo y con la izquierda, lo colocó dentro de la portería del Rayo como si fuese su bolsillo.

Luego, ya en la segunda parte, fue esa elipse. Una elipse  traicionera que dejó plantado a Cuéllar, fuera de la portería, que se quedó abierta de par en par para que Jozabed, un centrocampista brillante y laborioso, colocase el balón en la misma portería donde había marcado Halilovic. Otro caramelo que no dejó pasar.

Después hubo unos minutos en los que, animado por los pases de Halilovic, el Sporting amenazó con volver a remontar. Fue una amenaza tímida, que además duró bien poco. El Rayo tiene centrocampistas muy sabios, que no tardaron en hacerse con el esférico, lo domaron y ya apenas se lo dejaron tocar a nuestros jugadores. Y si no ganaron los bravos vallecanos, fue por lo que ya queda dicho: porque la portería es un rectángulo que mide lo que mide y ni un centrímetro más.


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domingo, 7 de febrero de 2016

Del gobierno

Sporting 1 - Deportivo de La Coruña 1

 No hace falta un gobierno perfecto; se necesita uno que sea práctico
Aristóteles

Vi el partido en el salón de la casa, rodeado de la familia pero en absoluta soledad. La familia estaba al lado pero en otras cosas, atenta a sus teléfonos móviles y a las redes sociales, donde se enteran de multitud de asuntos que a mí se me suelen escapar. Tan solo me dijeron, antes de que el partido comenzase, que procurase no me sobreviniera, por culpa de los lances del encuentro, un infarto. Aunque no acostumbran a hacerme ningún caso cuando sigo un partido, me han visto alguna vez sobresaltarme, hacer visajes raros con los músculos del rostro, dar voces, maldecir, gritar un gol... Y no se fían. Creen que este vicio nuestro del fútbol y el Sporting no es sano. Les dije que sí, que no se preocupasen. Ya no me estaban escuchando. Comenzó el partido. En El Molinón, Sporting-Coruña; en nuestro salón, el televisor y yo.

Empezó y los primeros minutos pude mantener mi promesa. El balón iba de un lado a otro, por el cielo gijonés, sin que nadie fuese capaz de disciplinarlo. Cada treinta segundos salía fuera de banda. Parecía aquello un partido de la tercera división. Era un partido de trazo torpe, emborronado, de errores continuos, completamente desgobernado. Como si fuese una alegoría de la situación política del país, esa que la familia sigue en sus facebooks y twitters. Luego, como si se tratase del equipo de Pedro Sánchez, el Coruña intentó poner algún orden y se hizo con el balón, postulándose para gobernar aquella confusión. Lo bajó al suelo, dibujó algunos pases. Fue entonces cuando, paradójicamente, llegó el gol de nuestro equipo, en una volea afortunada de Jony, que rebotó en un defensa y distrajo al portero. Di un grito seco y corto. La famila se sobresaltó. Me afeó que no hubiese respetado mi promesa. Volvió a amenazarme con la posibilidad de una ataque súbito al corazón...

Como ha sucedido a menudo a lo largo de la temporada, no necesita nuestro equipo gobernar nada para marcar los goles. Nuestro juego es sincopado, de fulgores imprevistos, de impulsos impensados. Normalmente suceden cuando Jony coge una pelota en su banda y se va hacia el horizonte de la portería contraria como si le fuese la vida en ello. 

Prosiguió el encuentro como una película de sobremesa dominical. Aburrido, monótono, sin un argumento claro. Hasta que Juan Carlos y Lucas Pérez, dos delanteros que dominan la función poética del fútbol, elaboraron un pareado muy bien rimado y el primero consiguió el empate con un tiro rotundo y consonante. Así como nos mostramos ruidosos en las alegría que nos regala el Sporting, las desgracias solemos recibirlas con un silencio grave y luctuoso. La familia ni se enteró.

La segunda parte trancurrió sin que me obligase a romper de nuevo mi promesa de no morirme infartado. Como si hubiesen llegado a un pacto, se repartieron los dos equipos el tiempo de gobernarlo. Primero el Sporting, con una política de presión alta y balones largos de la que no logró sacar ningún progreso. Luego, como en la Restauración, le llegó el turno al Dépor, que se mostró más sofisticado, pero con idénticos y estériles resultados. Intentaron de nuevo componer sus dos delanteros algún pareado bien rimado como el de la primera mitad, pero se les quedaron, los pocos que iniciaron, en versos de cabo roto. Terminó el partido con el gobierno del Sporting, otra vez, pero cansado y sin ideas, de nuevo no sucedió nada.  A esas alturas del partido, en el salón de casa ya no había nadie, y el silencio, en el filo de la medianoche, era solido y perfecto. Apagué la televisión y las luces, y me fui a dormir preguntándome qué gobierno acabaremos por tener y si el equipo este nuestro conseguirá salvar la categoría, las dos cuestiones, tan inciertas, mezclándoseme en el pensamiento.


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lunes, 1 de febrero de 2016

El misterio del delantero centro

Valencia 0 - Sporting 1


Leyes hay, lo que falta es justicia.
Ernesto Mallo
 

Seguramente una de las razones por las que el fútbol es un deporte tan popular es porque no siempre gana el mejor. Esto no suele suceder en la mayoría de los deportes. En tenis, baloncesto, golf, balonmano..., siempre gana el que mejor juega. En cambio, en el fútbol, el hecho injustificable de la victoria del peor no es tan raro. Y además, al contrario de lo que suele suceder en la vida corriente, en la que la injusticia favorece invariablemente al poderoso frente al desamparado, en el fútbol ocurre justamente al revés: a menudo el equipo más pobre y débil consigue  derrotar al lujoso y millonario. Este hecho nos proporciona a los hinchas de los equipos pequeños una esperanza y una fe, la ilusión de que algo impesado pueda ocurrir. Como ayer en Mestalla...

El Valencia es un equipo confundido, y su delantero centro, Negredo, un tipo hundido en graves dudas existenciales. Desde ayer es además más que probable que se encuentre sumido en una negra depresión. Gozó de tres oportunidades meridianas para haber solventado el partido. Las falló metódicamente, misteriosamente, una tras otra. Fue particularmente extraña la última, con toda la portería a su favor, abierta de par en par ante él. Solo tenía que empujarla dentro. La envío por encima del larguero. Una nube de fatalismo lo envolvía. Fue entonces, tras esa oportunidad inverosímilmente fallada, cuando comencé a pensar que podríamos, idea inverosímil, ganar. 

No está jugando bien el Sporting. En realidad, está jugando bastante mal... Se ha descosido... Estoy muy lejos de ser un entendido. Tan solo soy un hincha. Un tipo sentimental y supersticioso que solo quiere ver jugar y ganar a su equipo. No entiendo de fútbol un pimiento. Tan solo veo partidos y me divierto -cuando veo al Barcelona o a otros equipos- o sufro -cuando veo al Sporting-, y así paso el rato. Pero no me engaño. Pienso que nuestro equipo tiene un serio problema en el corazón del campo. Ahí, ni somos capaces de quitarle la pelota al contrario, ni mostramos demasiada habilidad para esconderla, masticar la jugada, dar un pase clarividente que ponga patas arriba la defensa contraria. Por ejemplo ayer, el lánguido soplo que producía el juego del Valencia fue más que suficiente para hacer estremecerse la armazón del Sporting... Si no pasó nada fue, ya lo hemos dicho, por esa maldición del delantero centro que sufre el suyo y porque, aunque fue mejor, no está el Valencia para grandes fallas. Algunos petardos, modestos fuegos de artificio, suficientes para hacer temblar a nuestro equipo pero, con su delantero centro misteriosamente entristecido, no tanto como para poder marcarle un gol...

Nuestro portero estuvo correcto e incluso inspirado -en la primera oportunidad del delantero centro misteriosamente deprimido-, la defensa solvente -con mención especial para el nuevo fichaje, Ogi Vranjes, que pareció poderoso, atento, disciplinado-, y la delantera bulliciosa cuando le cayó, como la limosna al menesteroso, un balón... Pero nada más. Muy poco para merecer ganar el partido. De manera que no tengo duda alguna. Si conseguimos la victoria ayer fue gracias al misterioso caso de ese delantero centro.

Es por esta razón por la que el fútbol es un deporte inigualable. Como una novela policiaca cualquiera, un partido de fútbol está lleno de giros en la trama, de promesas incumplidas, de golpes de efecto, de sorpresas, de lances inesperados... Al final, no siempre ganan los mejores. Es la única injusticia que estamos dispuestos a bendecir.


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