sábado, 18 de marzo de 2017

Los impertientes dioses de la justicia

Valencia 1 -  Sporting 1

 Hágase la justicia aunque para ello se destruya el mundo
Proverbio latino


¿Por qué no hemos podido ganar este partido, oh dioses insensibles? ¿Tanto es vuestro amor a la justicia?. Estas preguntas hicimos mirando a los cielos, nada más concluir el encuentro. Ya nos sucedió con el Celta, en casa, y también incluso con el Coruña. No se trata de que hayan sido resultados injustos. No creemos que lo hayan sido. Pero a estas alturas, y dadas las circunstancias, siempre tan importantes y tan dolorosas esta temporada para nosotros, habríamos necesitado un poco menos de justicia y un poco más de suerte. De la misma manera que no hubiese resultado en absoluto escandalosa la victoria ante el Celta, incluso ante el Coruña, encuentro en el que los delanteros fallaron un par de oportunidades clamorosas y que no habría sido tan  raro remontar, así podría haber ocurrido en Valencia. El equipo no cabe duda de que ha mejorado, aunque no tanto como para declarar injustos esos resultados. Pero con las urgencias que nos acucian, sumar de uno en uno, o no sumar nada, son pasos que nos acercan una jornada más al precipio por el que, de seguir igual, vamos a caer sin remedio... O empezamos a ganar algún partido -varios partidos-, a ganarlos como sea, o el descenso al Averno lo tenemos garantizado.

En Valencia sujetamos más o menos bien al equipo local. Nos dieron algún susto, eso sí, sobre todo al comienzo del segundo tiempo, cuando Orellana cruzó el campo a la salida de un saque de esquina a nuestro favor, solo como un héroe antiguo y loco, salvo por la sombra de Carmona, que lo persiguió y quien sabe si fue su aliento el que lo perturbó para que enviase el balón fuera. Cómo somos capaces de dejar nuestra retaguardia así de despejada es un misterio. Pero el susto mayor fue el penalti. Fruto de una pérdida de Douglas y el entusiasmo de Vesga. Cuando Cuéllar lo paró, pensamos que era una señal -los hinchas vemos señales por todas partes-, y que al fin volveríamos a ganar. 

Y así parecía que iba a ser, tras la jugada de Burgui, habilísima, y el gol de Cop, oportunísimo, como debe pedírsele a un ariete. No conseguimos una oportunidad más, pero si los dioses estaban por premiarnos, con una sería suficiente.

De verdad pensamos que el partido era nuestro. El Valencia hizo muy poco para empatar. De hecho, el gol lo metió casi sin querer. Como cuando te pegan unos niños un pelotazo en la cabeza al pasar distraído por una plaza en la que la chiquillería juega. Así le cayó la pelota a Munir. La parábola que hizo esta, rara y peregrina, nos pareció otra señal, esta evidentemente funesta. La burla de unos dioses impertinentemente justos.


www.jornadaperfecta.com


lunes, 6 de marzo de 2017

El duelo

Sporting 0 - Deportivo 1

Disculpe esta intromisión, vengo aquí en misión militar. Una lamentable razón para invadir sus habitaciones. 
Joseph Conrad, Los duelistas


Se trataba, si no de la última, de una de las últimas batallas.Y tuvimos nuestras opciones, no muchas, es cierto, pero sí claras. Sin embargo, las dejamos pasar como pasan las nubes cuando necesitamos que llueva pero no llueve. Sin hacer apenas nada, el ejército visitante entró en nuestra casa y se llevó el jarrón chino de nuestras esperanzas.

Comenzó el partido con la pelota en los pies del Coruña, y con el Sporting persiguiendo sombras. Pero había tanto miedo y prudencia por las dos partes, que nadie se atrevió a disparar. Al rato se sacudió el dominio el Sporting, se envalentonó un tanto, se acercó al área contraria. Lo mejor, una internada de Canella por la izquierda, desconocido, que dejó el balón franco a Sergio Álvarez. Lo desaprovechó este enviándolo a esas nubes secas que comentábamos al comienzo.

La cosa cambió desde el córner. Los dos primeros que sacó el Deportivo fueron una tragedia. El primero provocó un penalti, una mano inocente de Vesga. Lo paró Cuéllar con mucho mérito. Creímos que desde ahí cimentaríamos nuestra victoria. Pero no. El siguiente, botado desde la otra esquina, acabó en gol. Nadie despejó un balón que voló hasta el segundo palo, donde Mosquera solo tuvo que colocar la cabeza para que el balón tropezase con ella y se metiese en nuestra portería. No fue necesario ni que levantase los pies del suelo. Sucedía en los últimos instantes del primer tiempo.

En la segunda parte tratamos de devolver el guante, tratamos de salvarnos de una muerte que se adivina segura. Se intentaron algunas cosas. Traoré, bastante torpón durante todo el partido, falló una ocasión de esas que se dicen clamorosas. Solo ante el portero, con el balón botando, no fue capaz de conseguir el empate. Se la sacó con una mano Lux, cancerbero prodigioso. Antes había cabeceado un centro de Douglas que se le fue por poco, y Carlos Castro se había quedado también solo ante Lux, tras un pase maravilloso de Burgui. Cayó ante él, pero el árbitro no consideró que allí se hubiese cometido ninguna infracción. En fin. Se acabó el partido de la única manera que no debía terminar. Derrotados. 

Hoy la salvación se ve muy lejos. Los partidos pasan y las esperanzas menguan. 

www.efe.com


Visita la dentista

Barcelona 6 -  Sporting 1

Hemos salido del dentista y ahora que pase el siguiente.

Joaquín Caparrós, después de un 7-0 en el Camp Nou, siendo entrenador del Levante 



La diferencia es que aquí te meten los goles sin anestesia.

Aunque vi todo el partido, desde el primer minuto hasta el pitido final, yo creo que hay poco que decir. Por el dolor. El dolor te deja sin palabras. Un aficionado culé seguramente podrá contar más cosas. Uno del Sporting, como es el caso, es mejor que guarde silencio y que se encomiende a la visita del Coruña el domingo que viene. 

Su liga, la del Barça, no es de este mundo, el nuestro. Ellos viven en el Olimpo. Nuestra liga es el Hades de las agonías clasificatorias y el miedo al descenso. Nosotros somos mortales; ellos no. A lo mejor hasta remontan al PSG.


 www.goal.com





La corte de los milagros

Sporting 1 -  Celta 1

Miles de rufianes pululaban por las calles impartiendo portentos, tales como limpiar la bolsa a los ingenuos, esfumarse por arte de birlibirloque, hipnotizar a víctimas cándidas, embaucar a benditos, leer el pensamiento a panolis, convertir el oro en oropel (y viceversa), buscar primos y demás familia. 
Ricardo Cantalapiedra


Un partido de fútbol es, entre otras muchas cosas, un juego de engaños. Y en ese juego, siempre es el más pillo el que tiene las de ganar.

Vi el partido a veinte quilómetros, más o menos, de El Molinón. En un bar de mi pueblo, al lado de cuatro parroquianos, dos de ellos en la barra, de espaldas al televisor. Pensaba uno que habría más afición, pero no. De manera que lo viví en la misma soledad que cuando estoy lejos. 

A medida que iba cayendo la tarde, el bar se fue llenando. Eran gentes que iban a merendar y que miraban con poca fe al televisor. Nadie, salvo yo, lamentó el gol de trilero de Aspas. 

Fue una pena. Es posible que mereciésemos la victoria. Pero aunque jugamos con empaque, marcar un gol nos cuesta un potosí. El que hicimos se debió en gran medida a un regate malabarista de Carmona, al que le hicieron penalti. Tuvimos algunas otras oportunidades, de Burgui sobre todo, que de pronto a roto a jugar y todos los regates que antes no se le lograban los realiza ahora con facilidad, rapidez y hasta suficiencia. Como si fuese otro jugador. Algo parecido le ocurre a Amorebieta, que ha mutado en un defensa seguro, casi limpio, capaz de salir con el balón controlado y delinear pases peligrosísimos y precisos. Por ejemplo, colocó una pelota en la cabeza a Traoré que aún no se sabe cómo fue capaz este mocetón de fallar. Otro cabezazo de este hombrón se fue al poste. No jugó mal, de espaldas, aguantando la pelota, abriéndola a los costados con sentido. No es que lo hiciera muchas veces, pero sí las suficientes como para mejorar lo mostrado hasta entonces. Vesga, me parece a mí, es una de las causas de todos estos cambios. Gracias a él tenemos un jugador fiable y de cierto poderío en el centro del campo. No solo sabe presionar, sino que también se muestra competente en el manejo del balón, en el pase corto y largo. Parece un futbolista, y eso, mira que siento decirlo, en el centro del campo hasta el momento lo habíamos visto poco.

Lo natural habría sido que, estando las cosas de este modo, hubiesen concluido igual. Sin embargo, salió desde el banquillo Iago Aspas, con esa cara de gamberro, y, efectivametne, hizo una de las suyas. Aspas es un jugador diferente, y diferente fue el modo como nos birló la victoria. Como un carterista en el mercado. Ni nos enteramos. Cuando al fin nos quisimos dar cuenta de lo que nos había hecho ya teníamos que sacar de centro, que se nos iba la tarde. 

Se nos quedó cara de inocentes.


 www.abc.es