domingo, 27 de septiembre de 2015

Pequeña contabilidad de aciertos y errores

Sporting 1 - Betis 2

La historia se repite. Ese es uno de los errores de la historia

Charles Darwin

Eso que llaman verdad no es más que la eliminación de los errores

George Clemenceau 

El curso pasado, el único equipo que consiguió vencer en El Molinón fue el Betis. Entonces comenzó marcando el Sporting, un gol bien hermoso de Juan Muñiz tras un desborde de Jony por la derecha. Luego, el Betis se recompuso y, sin demasiados alardes, le dio la vuelta al marcador. 1-2. Esta mañana volvió a suceder lo mismo. Una jugada magnífica por la derecha, en esta ocasión de Halilovic, y un movimiento extraordinario de Carlos Castro para quedarse solo ante el portero y batirlo con una naturalidad exquisita. Pero luego, como si la historia estuviera condenada a repetirse, el Betis marcó dos goles y se llevó, otra vez, el partido.

Sin embargo, el de esta mañana ha sido muy distinto a aquel del curso pasado en la Segunda División. En esta ocasión el Sporting jugó más que bien los primeros treinta minutos. Durante ese tiempo, ser hincha del Gijón y estar delante de la tele, fue una verdadera alegría. Halilovic mariposeó por todas partes, hiperactivo y libre, y mejoró a todo el equipo. Este muchacho es cosa seria y seguramente esta de dejarle a sus anchas y concederle los galones ofensivos del equipo, sea la mejor de las estrategias. Durante todos esos minutos, el Sporting dominó a un Betis que pareció un equipo gris, sin carácter. No sabía cómo echarle el lazo al rubio.

El Sporting, en cambio, se manejaba con la autoridad de los equipos sólidamente construidos. Bien, como casi siempre, la defensa -lo de Meré, tan joven e imberbe, impresiona-, trabajadores los del centro del campo, punzantes y descarados Jony y Álex Fernández por los pasillos, y con aires de delantero de clase -aguanto, me vuelvo, amenazo...-, el pequeño Carlos Castro. Pero la táctica, una vez ordenado el equipo, era, ya queda dicho, darle el balón al rubio. 

Esta verdad incontestable del primer tiempo, saltó por los aires apenas comenzado el segundo. Primero por un doble error -un mal pase y un despeje desgraciado-, que dejó a media docena de jugadores del Betis frente al portero local, con  casi todo el equipo demasiado lejos como para llegar a auxiliarlo; y al poco, otra equivocación desafortunada en un despeje hacia atrás. Fue un poco como cuando, en nuestra infancia, malográbamos una lámina de dibujo técnico, emborronándola lamentablemente tras largos minutos de esforzado e inmaculado trabajo.

La respuesta del Sporting no fue brillante, pero sí digna y abnegada, y poco faltó para conseguir el empate e, incluso, la victoria. Somos unos aficionados imaginativos e ilusos, y cuando suceden estos pequeños desastres, damos en fantasear con lo que hubiese ocurrido si ese pase no hubiera sido equivocado, si ese despeje se hubiese perdido muy lejos. Si eso hubiera pasado -si no se hubieran dado esos errores-, y, al contrario, Carlos Castro y Guerrero hubiesen marcado, en la segunda parte, dos ocasiones francas frrente a Adán  -buen nombre para un portero, el primer jugador del equipo-, yo cuento un 3-0. Y en mi imaginación, ese resultado me parece no solo justo sino también verdadero.

www.estadiodeportivo.com

sábado, 26 de septiembre de 2015

Juan Tallón y los errores arbitrales

Juan Tallón es un escritor que nos gusta mucho. Uno de los libros más felices que se hayan escrito sobre el fútbol lo ha firmado él. Se titula Manual de fútbol. Un libro en fuera de juego. Recomendabilísimo. Desde hace unos meses, escribe regularmente en El País. También de fútbol. Unos días antes del funesto encuentro de Vallecas, escribió, como una premonición, ESTO.



jueves, 24 de septiembre de 2015

En un solo minuto

Rayo Vallecano 2 - Sporting 1

No hay cosa más perjudicial en la República que un necio con opinión de sabio, mayormente si tiene algún mando y gobierno

Huarte de San Juan, Examen de ingenios

... porque de toda la vida lo hemos llammado "el campo del Rayo". El único campo de primera con un fondo siin asientos, el terreno de juego más cuadrado de toda la liga (100x65), con edificios que lo rodean desde los que se puede ver el fútbol y en el que era mejor no jugar en casa la primera jornada de enero, porque los corredores de la San Silvestre Vallecana  dejaban el campo para el arrastre cuando acababan la carrera sobre su césped...

Quique Peinado, ¡A las armas!

El árbitro se dirigía a nosotros con prepotencia

Lora, lateral derecho del Sporting

 Del partido de ayer no hay mucho que decir. En el viejo y hermoso -a su manera- campo vallecano -"el campo del Rayo", el único que alberga en su interior dos federaciones tan ajenas como la de boxeo y la de ajedrez, las madrileñas, una enfrente de la otra- lo realmente importante sucedió en un único minuto. A veces, lo que debía desarrollarse en noventa minutos sucede en apenas treinta -como ocurrió en Riazor- o incluso, como quien pretende romper un récord, en uno solo. Fue ese minuto de la primera parte en el que el árbitro pitó una mano -inexistente- a Bernardo y lo expulsó del partido. 

En esta ocasión lo vi en casa. Cuando me senté frente al televisor, el primer plano que contemplé fue uno primerísimo del árbitro, un tal Vicandi Garrido. Se me vino a la cabeza Huarte de San Juan, aquel médico que dio en componer una clasificación del carácter de las personas por su aspecto. Recordé que al hombre alto, delgado y seco, lo consideraba el bueno de Huarte hombre bajo el influjo de la bilis, y por consiguiente de naturaleza colérica, siempre al albur de permanentes arrebatos y sueños resplandecientes, llenos de truenos y cosas peligrosas, insomne y melancólico, a merced de pesadillas sin cuento y persona de opiniones intransigentes. Vicandi se veía, en esa primera imagen, alto, delgado, seco.

Hasta ese minuto en el que sucedió todo, no ocurrió casi nada. Tal vez por tener tan cerca esas federaciones, la cosa se asemejaba a un combate en el que los dos contendientes bailaban uno frente al otro, sin encontrar por dónde encajarle al contrario un buen gancho; o a una partida en la que nadie era capaz de lograr alguna ventaja en el centro del tablero. Estaba el asunto muy parejo y no se adivinaba un ganador. Si acaso, a los puntos, el Sporting había disparado dos veces con peligro contra la portería del Rayo -la que está en el único fondo sin asientos que existe en toda la Liga española-, y eso nos animaba a albergar ciertas, tímidas, esperanzas de victoria. Porque el Rayo también había hurgado, tímido y lejano, en la defensa sportinguista.

Pero apareció el colérico, melancólico, insomne Vicandi, y sus opiniones intransigentes. Se cobró ese penalti inexistente y esa expulsión, y ya no hubo manera de enderezar el entuerto. 


 www.radioset.es




 
 

lunes, 21 de septiembre de 2015

Treinta minutos de locura


 Coruña 2 - Sporting 3

Juan Ignacio Rodríguez, alias "El Rácano", pequeño extremo de hábil regate que fichó por el Real Madrid de las copas de Europa de los 60, aunque la competencia le obligó a marcharse al Dépor, donde tuvo más suerte. Luego jugó en el Rayo Vallecano -creo recordar- y acabó su carrera de nuevo en el Albacete, en Regional Preferente, con el que ascendió a tercera en 1975, el año de los 111 goles. Recibió un homenaje multitudinario en su retirada. Después hizo de todo: entrenador del juvenil, secretario técnico, gerente, director de la Ciudad Deportiva, hasta que se jubiló, hace siete u ocho años. Yo le vi jugar: escurridizo, listo como el hambre. Un hombre de club. No como sucede ahora, que son funcionarios de los fondos buitre.

Cristóbal Guzmán, en respuesta a una petición de información nuestra, por wasap


En mi ruta por los bares y cafeterías que hay en el barrio -como en todos los barrios de este país, más de una docena-, el domingo elegí el Manavi, el más cercano a casa y probablemente el más feo. 

Debido a lo temprano de la hora - esa hora perezosa y lánguida de la sobremesa-, apenas se veía a nadie por la calle. En la cafetería, aparte de dos camareros, solo estaban un señor moreno y bajito que leía en Marca como quien estudia un manuscrito antiguo en la Biblioteca Nacional, y un par de muchachos que charlaban de sus cosas, no puedo decir cuáles, porque no pude escucharlos.

Eran ya las cuatro de la tarde y en los tres televisores que colgaban de las paredes se veía el mismo  partido, pero no era el Coruña-Sporting. No era el de Riazor aquel césped esmeralda, sino el de White Hart Lane, y el encuentro que retransmitían el Tottenham-Crystal Palace. Le pregunté al camarero, un muchacho cojo, si podrían cambiar de canal.

-¿El Coruña-Sporting? Eso es de Segunda, ¿no?

Mal empezamos, pensé. ¿Cómo es posible que el camarero de un bar con tres televisores que están mostrando continuamente partidos de fútbol ignore que nuestro equipo ha subido a Primera? Va a tener razón mi padre, cuando dice que este mundo va de mal en peor.

El caso es que el buen mozo cambió al canal correcto, le pedí un café y me senté a ver qué pasaba. El Sporting iba de amarillo. Me acordé de Molière, y no me dio buena espina. 

El camarero cojo se dirigió entonces al lector moreno y bajito que estudiaba el Marca.

-¡Juanito!, que es el Coruña. Y va a perder, ya lo verás.

El tal Juanito resultó ser una vieja gloria del Albacete Balompié, y, a lo que parece, también llegó a jugar en el Coruña.

-¡Qué va!-contestó Juanito sin dejar de mirar su periódico-. Hoy el Coruña gana -sentenció.

Pero no. En esta disputa de videncia entre los camareros y la vieja gloria, resultaron ganadores los camareros.

Todo lo importante sucedió en apenas treinta minutos. Desmintiendo lo ocurrido en partidos anteriores -la esterilidad sportinguista y su solidez defensiva, la misma que se le alababa al Coruña-, ese Sporting de amarillo no solo no murió en escena, sino que comenzó matando con una saña inimaginable. A los siete minutos ya ganaba 0-2. Yo, la verdad, no daba crédito. De pronto mi equipo, que todavía no había marcado ningún gol en los tres partidos anteriores, los metía ahora con una facilidad pasmosa. Ni en el mejor de esos sueños despiertos que tenemos antes de los partidos, y en los que nos imaginamos un encuentro perfecto y feliz, nos habíamos atrevido a tanto.

Fueron dos jugadas nacidas en la periferia del campo, en esas calles que aran extremos y laterales. Sin necesidad de  pasar por la burocracia del centro del campo. Fueron dos jugadas muy semejantes, casi iguales, en las que Lora apareció marcial e infalible y puso dos centros venenosos al centro del área coruñesa, donde Sanabria, vestido de delantero centro de toda la vida, remató impecable y solo. En el primer gol, Lora regateó a su compadre gallego de banda un par de veces, como quien juega con un niño, y la mandó donde más duele. En el segundo, intervino también el angelical Halilovic. Primero muy esforzadamente, luchando por una pelota que se perdía por la banda y que salvó arrojándose al césped. Luego, exquisito, engañó al defensa con un taconazo delicioso que dejó libre a nuestro calvo lateral para que repitiese el mismo diálogo, por segunda vez en apenas unos minutos, con Sanabria. Siete minutos de partido y 0-2. Impensable e increíble.

La vieja gloria del Albacete aguantaba estoico las chanzas de los dos camareros, que si bien no sabían a qué divisón correspondía ese partido, sí sabían, en cambio, que el Coruña era un equipo con una media de edad mucho más alta que la chavalería gijonesa. 

-Si te tienen que marcar, mejor que sea al comienzo - les contestó, sentencioso, el tal Juanito.

Y qué razón llevaba. Porque a partir de ahí, el Coruña hizo casi lo que quiso. Sin centro del campo amarillo, donde Sergio y Cases se mostraron sombríos y desacertados toda la tarde, el equipo gallego se instaló al borde del área del Sporting y empató el partido con la misma facilidad y rapidez con que lo había comenzado a perder tan tempranamente. Para entonces, Juanito se había ido, que tenía cosas que hacer, les dijjo a los camareros. Yo volví a acordarme de Molière. Me resigné al desastre. "Palmamos seguro", pensé. Fue entonces cuando apareció de nuevo Halilovic. Con el Coruña cebándose en el área del Gijón, condujo el balón, como un ángel por el desolado centro del campo sportinguista, con una elegancia que no estamos acostumbrados a ver en nuestro equipo. Sanabria trazó un desmarque diagonal y arrastró consigo a toda la defensa del Coruña que, como es natural, desconfiaba de ese delantero que les había marcado dos goles. Entonces, ese chico rubio, pálido y genial que el Barça nos ha prestado, abrió la pelota al otro lado, por donde apareció el esforzado Álex Menéndez, que en lugar de perder el balón y malograr la jugada, se coló en el área rival como quien se pasea por el salón de su casa y cruzó un disparo certero y raso. Tercer gol. Se puede afirmar que fue ahí, en ese instante, cuando, más o menos, se acabó todo.

La segunda parte, dejando de lado algún susto, ya no ofreció apenas nada. A Álex Menéndez le quitaron todas las pelotas que le dieron, el centro del campo continúo igual de sombrío y desacertado, la delantera desapareció... Halilovic se fue del campo, dejándolo más oscuro y frío. Sin embargo, la defensa volvió a mostrarse más o menos impenetrable y el Sporting pudo, al fin y al cuarto intento, cantar victoria. El amarillo no fue, al final, tan mal augurio.


 (lavanguardia.com)



domingo, 13 de septiembre de 2015

El ejecutor

Sporting 0 - Valencia 1

El ejecutor de una empresa atroz debe imaginar que ya la ha cumplido, debe imponerse un porvenir que sea irrevocable como el pasado.
J. L. Borges  

Esta crónica -la crónica de un hincha sentimental y solitario, no lo olvidemos- debe comenzar, como algunas novelas modernas, por la última jugada del partido. En la penúltima, justo cuando se contaba el primer minuto del descuento -esa propina que se les concede a todos los partidos, un breve tiempo de calderilla con el que algunos comienzan a cimentar su riqueza-, un joven jugador sin rasgo particular alguno, un muchacho como tantos -ni alto ni bajo, ni fuerte ni débil-, un muchacho común y corriente, acababa de embocar de cabeza un gol en la portería de nuestro equipo. 

Solo quedaba tiempo para bajar los brazos e irse para el vestuario. Pues no fue así. El Sporting, un equipo al que le cuesta un mundo hilvanar una jugada de ataque, aprovechó las cenizas de un partido que ya estaba extinguido para montar un ataque sensato, bien llevado, de caligrafía limpia y clara, y consiguió, justo cuando el árbitro llenaba de aire sus carrillos para pitar el final del partido, un último disparo contra la portería del Valencia. Una volea que..., ¡oh crueldad divina!, rechazó un portero que, cuando se lo exigieron, respondió con agilidad y un entusiasmo encomiable. Expulsó el aire almacenado en sus carrillos el réferi o referí -qué bonito anglicismo, anticuado y esdrújulo o agudo, al gusto- y los jugadres de la casaca blanca y un murciélago en el escudo se abrazaron felices, como si acabasesn de ganar algún título. Ese gesto, pienso yo que a los sportinguistas tiene que confortarnos. Va a ser muy difícil ganarle al Sporting en El Molinón. El que lo quiera conseguir, tendrá que sudar sangre. El Madrid que un par de horas antes había vencido 0-6 al Espanyol en Barcelona, en El Molinón no había podido decir, tres semanas antes, esta boca es mía. Al Ronaldo de los cinco goles de Cornellà, en El Molinón no le habían dejado decir ni pío.

El partido se pareció bastante a aquel del Madrid. El Valencia es un equipo poderoso, con jugadores atléticos, llenos de talento y muy bien plantados en el campo. Sin embargo, todas esas virtudes solo le sirvieron para dominar el partido en algunas fases y coser algunas oprotunidades, que no aprovecharon por falta de puntería y por el indesmayable esfuerzo de los jugadores de Abelardo. Lo que diferenció este encuentro del del Madrid fue que, en esta ocasión, el Sporting también supo contestar con alguna bofetada que, desgraciadamente, se perdió en el aire. A veces por falta de tino, a veces porque el portero, un tal Jaume, supo estar en su sitio muy responsablemente. Y, claro, ese muchacho de apariencia corriente.

Para ver el partido elegí esta vez un café que hay muy cerca de casa, justo enfrente del cuartel de la Guardia Civil. Dominan en él los colores verdes, tanto por la iluminación y algunos adornos, como por los uniformes de la clientela, básicamente números de la Benemérita. Se llama Green Café. También son asiduos algunos abuelos del barrio, que mantienen donosas charlas con las camareras. Apenas había nadie. Solo dos guardias que estaban hablando del escalafón. Del partido no se ocupaba nadie. Así que me senté frente al telvisor más grande -en este establecimiento también tienen tres televisores, estratégicametne colocados-, y pedí una cerveza. 

Me gustó la alineación, con el angelical Halilovic entre los titulares, y también con Pablo Pérez, que es una debilidad nuestra. 

La cosa comenzó bien. Igualada. Luego ya dominó el Valencia, faltaría más, pero con poca puntería. Esto se mantuvo así hasta la media hora de la segunda parte. Entonces el partido se puso precioso. El Sporting decidió ir a por la victoria y dibujó tres o cuatro jugadas de mucho peligro que se emborronaron a final. 

Me lo pasé bien, aunque llevaba un rato con la mosca detrás de la oreja. Detrás y delante, de la oreja y de la nariz, pues estoy hablando tanto de una mosca real, que se encaprichó conmigo, como de una mosca simbólica, porque hacía un ratito que Paco Alcácer, ese jugador con pinta de muchacho común y corriente, circulaba por el campo. A la mosca la espantaba cada rato con grandes manotazos, pero con Alcácer no podía hacer nada. Aperantemente, es un jugador vulgar al que no se le aprecia cualidad notable alguna. Sin embargo, se trata de esa clase de jugadores que han nacido para vivir en el área contraria e hincharse a marcar goles. Ese es su hábitat y eso es lo que mejor sabe hacer. Es, no hay duda alguna, un ejecutor. Lo sabe él y lo saben los contrarios. De manera que cuando en ese fatídico minuto, el primero del descuento, el balón voló sobre el área del Sporting y se pudo ver que Alcácer estaba allí, todos supimos lo que iba a suceder de un modo inevitable. En ese breve instante, el porvenir se dibujó tan irrevocable como el pasado.