domingo, 24 de enero de 2016

Un juego raro

Sporting 5 -  Real Sociedad 1


Más vale la pena en el rostro que la mancha en el corazón.
Cervantes

 Lloramos al nacer por tener que entrar es este gran escenario de locos. Podéis hacerme abdicar de mis glorias y de mi estado, pero no de mis tristezas. ¡Todavía soy rey de mis amarguras…!
Shakespeare

El fútbol puede ser, como la vida, un asunto misterioso e incomprensibble. Un juego raro. Por ejemplo, el partido del viernes. En primer lugar, por el día de la semana en que se jugó, y en segundo lugar, por esos dos goles peregrinos y fugaces, el primero de ellos el más rápido de la historia que haya marcado nuestro equipo, apenas después de sacar de centro. Ni siquiera nos dio tiempo a celebrarlos, tan perplejos quedamos con un inicio tan desacostumbrado y extraño y con unos goles tan peculiares. Al Sporting, al que le cuesta un mundo alcanzar un gol, en apenas ocho minutos ya le habían regalado dos. Parecía como si la Real hubiese llegado a Gijón a promocionar su capitalidad cultural y hubiera decidido traerse unos bonos descuento para el espectáculo que estaba protagonizando. Bien es cierto que el Sporting suele salir a los partidos animoso y enérgico, pero lo de marcar un gol le resulta siempre muy problemático. Por tanto, esta temprana fase del juego la seguimos con la boca abierta, dominados por la incredulidad. 

Luego pasó lo que pasa siempre. El equipo contrario se hizo con el balón y comenzó a acunarlo de un lado a otro y a acercarse al área del Sporting, cuyos jugadores respondieron atrincherándose dentro de ella. Esta estrategia, para un aficionado impresionable como es uno, provoca grandes alteraciones arteriales y la sensación de un disgusto inminente. Yo, si tenemos que jugar de este modo, preferiría que excavasen un foso al borde del área, y levantasen un muro almenado, por evitar tanto sobresalto. No sé si el reglamento permitirá tal cosa. Tal vez no. El caso es que, cuando sucede esto, me invade la impresión de un fusilamiento inminente.

Y efectivamente, no tardó en ocurrir. Fue una jugada rara, con un delantero de La Real caído junto al poste derecho. Sus compañeros, no sé si porque no se llevan bien con él o porque no se percataron, continuaron jugando, y Vela, ese delantero achaparrado de piernas arqueadas, ese tipo con pinta de pistolero de western, marcó un gol incontestable. 2-1. "Tanta prisa para esto", pensamos, atisbando ya una nueva catastrófica derrota.

Afortunadamente, no sucedió así. Para aumentar nuestra preplejidad y concedernos algo de calma y tranquilidad, la Real demostró que había llegado a El Molinón con un agujero de grandes dimensiones en su muro de contención. Un pase largo e intrascendente lo controló con la espalda Sanabria (por ser más precisos, con lo que llamaríamos la chepa) y aunque lo vi repetido varias veces, todavía no sé de qué modo pudo salvar la oposición de los dos defensas centrales donostiarras y  plantarse solo ante el portero, al que, ahora sí, burló con un regate elegante, una maniobra que, al contrario que la anterior, sí recogen los códigos del fútbol.

La segunda parte fue un calco de la primera, solo que en esta ocasión el Sporting no agradeció los nuevos regalos que el equipo vasco le concedió nada más comenzar. De todas formas, el periodo de rebajas aún no estaba concluido y hubo tiempo para dos tantos más, los dos de Sanabria. Jugaba la Real y se agazapaba el Sporting, que, en las raras ocasiones en la que conseguía robar una pelota -la pelota, la única con la que se jugó el partido-, salía con tres guerrilleros -Jony, Snabria, Ndi...- rumbo a  la portería enemiga, con el cuchillo entre los dientes. Cada vez que sucedía una de estas escaramuzas, la Real se mostraba tan perpleja como nosotros, porque tardaba en volver hacia su campo, para la defensa de sus posiciones, una eternidad. 

Y así terminó el partido, con ese resultado llamativo, impensado y raro. Deberíamos estar felices y exultantes, pero ni siquiera habíamos cantado los goles como solemos -tan solo, un poco, el tercero-. Con un resultado así deberíamos estar dando saltos de alegría, y sin embargo nos levantamos del sillón con un disgusto sordo. Tendríamos que estar contentos, y en cambio nos invadía una melancolía venenosa. Probablemente porque sabemos que otro partido como este va a ser muy difícil que se vueva a repetir. ¡Qué raro es el fútbol! ¡Qué rara la vida!



www.mundodeportivo.com

martes, 19 de enero de 2016

Nosotros, los menesterosos

Real Madrid 5 - Sporting 1


 Para el aficionado del Sporting, como para el aficionado del Oviedo, su equipo será siempre el primero, el mejor, aunque sea el último de la fila. La lealtad no atiende a cifras, estadísiticas, puntuaciones, porcentajes...

Fernando Menéndez, Víctimas de la espera 

Cuando llegué al bar, en realidad una de esas cafeterías anónimas y tristes como habrá cientos en esta ciudad, el marcador ya sumaba tres goles a favor del equipo anfitrión. Y nada más sentarme y pedir un botellín de agua, metían el cuarto. Pensé cambiar el agua por un güisqui y, aunque no fumo, sacar de la máquina una cajetilla y encender un pitillo por cada gol del contrario, y fumarlo tragándome el humo. Tal como estaban las cosas, suponía que tendría que acabarme la cajetilla. Porque aquello, más que un partido de fútbol era una carnicería despiadada, una escabechina insoportable que nos dispusimos a soportar, hasta el final, con un botellín de agua y la cabeza muy alta. No pedimos que nos cambiasen el agua por alcohol ni encendimos un solo cigarro. Decidimos que nos quedaríamos allí hasta el final, sin más consuelo que un poco de agua y sin apartar la mirada ni un momento de lo que estaba ocurriendo en la pantalla. Lo que ocurrió entonces fue el quinto gol, jaleado con alegría por los parroquianos de la cafetería tan fea. Nuestro equipo ardía por los cuatro costados y la aviación enemiga continuaba el bombardeo amenazando con no dejar ni rastro de aquellos once jugadores... 

Cuando llegó el descanso, a pesar de no haber bebido más que unos buches de agua y sin haberme dado a la nicotina, me sentía como anestesiado. Aquella era una tristeza demasiado grande y el cuerpo, tan sabio, habría liberado alguna combinación química para que no doliese tanto. 

La segunda parte fue nuestra. Parcial de 0-1. El rico equipo del megaconstructor se sintió empachado y apenas hizo nada. La verdad es que no sé qué es peor, si aquella condescendencia satisfecha o la voracidad abusiva que demostraron en la primera parte y que les hubiese conducido, de continuarla tras el descanso, a un marcador épico, escandaloso y dolorosísimo... 

Con el agua en la mano y la mirada fija en la televisión, solitario entre los aficionados del equipo contrario, me iba lamiendo las cinco heridas abiertas de la primera parte: que si nosotros éramos ocho canteranos y ellos apenas uno, que si ellos fichan  caprichosamente en las tiendas más lujosas y a nostros ni siquiera nos dejan acercarnos al mercadillo de los domingos, que si CR tendría que haber sido expulsado por agresión a Cases... El gol que metimos fue bonito... Aunque nos habían echado la casa abajo y arrasado con todo, aún tuvimos fuerzas para marcarlo... Cuando el árbitro pitó el fin del partido, me volví a los parroquianos satisfechos y dibujé con mis dedos, en el aire, la v de la victoria. "Puxa Sporting", grité, y abandoné aquella cafetería tristísima a la que no pienso volver jamás.

www.okidiario.com

martes, 12 de enero de 2016

Siga jugando

Como los yogures que anuncian un premio bajo la tapa que nunca aparece y, a cambio, se lee en su dorso un frustrante "Siga jugando", así el partido de ayer en El Madrigal. Jugó el Sporting, vaya si jugó, bastante mejor de lo que podríamos suponer ante un rival que suele mostrarse egoísta con la pelota, pero el premio se lo llevó el equipo de casa, arropado no solo por su afición sino también por un árbitro correcto pero distraído. A diferencia de otros encuentros contra equipos de similar tonelaje, no se pasó todo el rato nuestro equipo defendiéndose panza arriba. Nada de eso. En esta ocasión supo buscar y encontrar los espacios suficientes para tocar y tocar y volver a tocar. Así como en otros partidos no está nada claro que el Sporting jugase al fútbol, en este sí lo hizo. Se hartaron de abrir yogures los jugadores de nuestro equipo: ahora en una banda, ahora en la otra, unas veces Mascarell, otras Cases, o Menéndez, o Sanabria... El que más veces probó fortuna fue, claro, Halilovic... Pero en todos aparecía, en el dorso de la tapa, el mismo lema burlón. Sin embargo, el Villarreal solo se tomó dos, los dos con premio. La vida y el fútbol suelen ser así. Injustos y arbitrarios.

Seguimos el partido resignados pero con la esperanza, no ya de ganar o empatar, sino la de encontrar  un premio de consolación: meter al menos un gol. Lo tuvo muy cerca Halilovic en una jugada bien llevada por todo el equipo; y marcó Bernardo, antes de lesionarse, en uno de esos saques ingleses y primitivos de Luis Hernández, aunque el árbitro decidió mirar para otro lado y anularlo. Jugó el Sporting como en pocos partidos lo ha hecho. La defensa no pasó apuros más allá de los dos goles; el centro del campo cortó y tocó; la delantera se fajó con bravura e intención; Halilovic hizo alguno de sus bailes preferidos con el balón y los defensas contrarios -que gustan de danzar agarrados a él, sin que los árbitros lo censuren-, y un eslalón prodigioso en la banda derecha... Pero nada. En cada una de esas jugadas, al final de todas ellas, la misma canción: ese "Siga jugando"decepcionante y triste. Lo seguiremos intentando, claro. Ya en puestos de descenso, qué remedio...



lunes, 11 de enero de 2016

Dos partidos perdidos


Dos partidos perdidos y dos partidos que nos perdimos. Los dos primeros partidos de esta temporada que, por motivos que no vienen al caso, no pudimos ver. El pequeño y ridículo supersticioso que, como hincha genuino, llevamos dentro, podría estar convencido de que parte de la responsabilidad de esas dos derrotas seguidas también es suya. Por no haberlos visto por la tele. Por haber dejado al equipo a su suerte. Un hincha es un ser tan absurdo que puede llegar a pensar cualquier cosa.


Eibar 2 Sporting 0

No vimos el partido en Valverde del Fresno, provincia de Cáceres, casi sobre la raya con Portugal.  Mientras se jugaba, nosotros estábamos cultivando un regular catarro paseando por las calles de ese pueblo, bajo una lluvia fría y enconada. Mientras caminábamos tratando de sortear los charcos y de que el agua no se nos colase dentro de los zapatos, fantaseábamos con la idea de que, si no veíamos el partido, a lo mejor nuestro equipo ganaba. Se trataba de un partido difícil, contra un contrario en forma, en un campo pequeño y complicado... Lo normal sería perder... Por eso, si no lo veíamos, a lo mejor las cosas sucederían de un modo impensado: el Sporting jugaría como los ángeles -como el Barça, por ejemplo- y ganaría con comodidad. Y ese paseo bajo la lluvia -que ya nos estaba calando los zapatos-, sería nuestra forma de sacrificarnos por el equipo... Pero no. A la hora de la cena, unos mensajes de N. en el móvil nos abrieron los ojos. Me cantó los dos goles, uno detrás de otro, inmediatos y concluyentes.

Al día siguiente, en un área de servicio de la A-4, compré el Marca. Mientras todos se tomaban un café, leí la crónica como quien estudia un viejo y oscuro manuscrito. De lo leído deduje que había sido un partido como tantos otros de nuestro equipo. Se me quedaron grabadas algunas frases: "demasiado timorato en ataque"; antes de los goles "apenas había pasado nada reseñable"... Lo que tenía que suceder sucedió, al parecer, en apenas diez minutos... Salvo el 0-0 con la Real Sociedad, esto, al Sporting le ocurre a menudo. Destacaba la crónica, como quien encuentra un miga en un plato vacío, una oportuidad perdida por Halilovic y alguna llegada de Ndi por la banda izquierda. Pero repetía la crónica: "El Sporting estuvo inoperante en ataque durante todo el encuentro". Y concluía, sombrío y sentencioso: "Mucho debe mejorar el equipo de Abelardo para acabar salvando la temporada. Enfrente, ayer, tuvo un buen espejo en el que poder mirarse para mejorar". Firmaba la crónica un tal Óscar García.




www.lavozdegijon.com



Sporting 1 Getafe 2

El segundo partido que no vimos no lo vimos en Úbeda, provincia de Jaén. Estuvimos tomando una cañas por ahí. Esta vez sin lluvia aunque con mucho viento.  Nos enteramos del resultado al llegar a casa. Por el teletexto. Aún albergábamos la esperanza de que nuestra ausencia fuese un revulsivo. Si el Sporting llega a ganar estos dos partidos, casi seguro que me habría pasado los siguientes no viéndolos por ahí, paseando por algún rincón del país. Pero tampoco fue así. El teletexto, sus resultados de colores, nos propinó una bofetada de desilusión justo el día antes de Reyes. Como esa diputada del PP con la alcaldesa de Madrid, aunque con muchísimo más fundamento, creo yo, no se lo perdonaremos jamás. Nunca más, en circunstancias semejantes, consultaremos un resultado a través de tan frío y cruel medio. 

Al día siguiente, en un quisoco, compramos el Marca y nos metimos en un café a leer la crónica con la misma atención y el mismo cuidado de un paleógrafo ante un texto antiguo. Al parecer fue un caso de envejecimiento prematuro. Tras una primera parte vigorosa, en la que consiguió colocarse por delante en el marcador con un gol de Sanabria, nuestro equipo languideció de forma lamentable. Juvenil, dinámico y feliz en la primera parte, la segunda supuso la llegada acelerada de la vejez decrépita y destemplada. Un caso de estudio médico. Mejor no haber asistido a semejante degradación...


 www.marca.com