lunes, 31 de agosto de 2015

Defensa, defensa, defensa

Real Socieda 0  Sporting 0



La invencibilidad es una cuestión de defensa, la vulnerabilidad, una cuestión de ataque. Mientras no hayas observado vulnerabilidades en el orden de batalla de los adversarios, oculta tu propia formación de ataque, y prepárate para ser invencible, con la finalidad de preservarte. Cuando los adversarios tienen órdenes de batalla vulnerables, es el momento de salir a atacarlos.

Sun Tzu, El arte de la guerra

El partido, pasiones forofas aparte, fue infumable

Marca, 30 de agosto de 2015


Empecé a verlo cinco minutos tarde. Había elegido de nuevo el irlandés de al lado de casa, pero tenían las televisiones apagadas. Hasta el partido del Barça no los iban a encender. De manera que tuve que buscarme otro lugar. Fui al King, un bar que hace esquina al lado de la catedral y que, aunque más pequeño, también tiene tres o cuatro televisores, estratégicamnete colocados. Es un bar donde casi siempre encuentras gente muy arreglada, como si estuviesen esperando para ir de boda. En realidad, están esperando para ir de boda. En la catedral. Algunos están aguardando a que comience la ceremonia; otros, a que acabe. El caso es que suele estar lleno de hombres enchaquetados y mujeres envueltas en papel de regalo. Dicen que es un lugar donde no se come mal. Pero yo no iba ni elegante ni hambriento. Yo sabía bien a lo que iba a aquel lugar. Pedí una cerveza y me senté frente al televisor más grande. Salvo yo, nadie le hacía caso al partido de Anoeta.

La cosa no comenzó mal. Igualada. Incluso el Sporting pudo marcar en un pase de Jony, con muy mala intención, esa clase de pases que rasgan el área entre los defensas centrales y el portero y dejan en el aire un olor a pólvora. Pero ni Guerrero ni Carmona llegaron. Pólvora mojada. Acudieron tarde porque venían de cuidar el campo propio. 

Eso fue lo que el Sporting hizo durante todo el partido. En la primera parte de un modo constante.  Luego, tras esa jugada esperanzadora, la Real Sociedad tomó el balón y, como si fuese un crío egoísta y el esférico -¡qué hermosa palabra!- se lo hubiese comprado esa misma mañana su padre, no dejó que ningún jugador del Sporting lo tocara. A cambio, estos no permitieron que los vascos se acercasen por el área. Cuéllar creo yo que hasta se aburrió un poco. Como todo el mundo.

Aproveché el descanso para cambiar de cerveza y fijarme un poco en los invitados de la boda. Eran más o menos como todos los invitados de todas las bodas. Más aburridos incluso que el partido.

La segunda parte comenzó en la izquierda del ataque donostiarra -en las crónicas deportivas, o pseudodeportivas, como lo son estas, da mucho gusto usar adjetivos así,-. Un extremo llamado Bruma -no me digan que no es precioso el  nombre de este jugador- comenzó a corretear por ese lado del campo, a hacer un regate tras otro y a meterse en el área del Gijón. Llegó hasta ahí. Pero ni un paso más. La defensa del Sporting es cosa seria. Se responsabiliza de ella todo el equipo. Hasta los derlanteros no hicen otra cosa que defender. La defensa del Sporting es, de momento, de una solidez incontestable.  Por esta razón, la segunda parte fue, incluso, plácida. Me tomé, la segunda cerveza, bien despacio, sin angustias. Naturalmente, todo lo que tiene de firmeza defensiva, se desvanece en la parte atacante. Si Cuéllar se aburrió, Rulli debió de contener más de un bostezo. El ataque del Sporting no fue tímido. Fue mudo. En ataque se puede decir que el Sporting no dijo esta boca es mía. 

Solo cuando salió el angelical Halilovic, pequeño, ligero y rubio, pensé que podríamos divertirnos un poco. Pero tampoco. Tardó en tocar un balón un cuarto de hora -más o menos-. Perdió el primero, recuperó el segundo, y ya luego jugó unos cuantos. No pudo hacer mucho, porque los compañeros se veían derrengados por el esfuerzo. Pero dejó abierta la puerta a la esperanza en una conducción elegante al filo del área de la Real. 

Terminó el partido con un par de sustos en dos tiros lejanos de los donostiarras y en cuanto el árbitro decretó el final, me acerqué a la barra a pagar las dos cervezas. Los de la boda ya no estaban. Me fui para casa pensando que llevamos dos partidos y aunque no hemos metido ni un solo gol, tampoco nos han marcado ni un solo gol. Paso a paso, poco a poco, se hace camino al andar, que decía don Antonio.


golaverage.com



lunes, 24 de agosto de 2015

Homérico

Sporting  0  Real Madrid  0



El Molinón no es cualquier cosa. El Sporting cuenta con su estadio y con su hinchada para arrancar algunos puntos que quizá no pueda alcanzar con su juego.

Santiago Segurola 
 
Marca, lunes 24 de agosto 2015

Ante partidos de este calibre suelo ser pesimista. La última vez que el Sporting regresó a Primera recibió, en las primeras jornadas, grandes goleadas. Sin embargo, en esta ocasión había algo que me decía que no era inevitale salir goleado ante el equipo de Cristiano, Bale, Isco, Modric, etc, etc. Sentía cierto optimismo. ¿Quién nos iba a decir, hace apenas un año, que íbamos a ascender? ¿Quién que solo perderíamos dos partidos en toda la temporada? ¿Quién que venceríamos en el último partido en el Villamarín y que el Lugo le empataría al Girona? -bueno, esta última pregunta mejor la apartamos disimuladamente a un lado-. Nadie se lo había imaginado. De modo que si entonces el equipo pudo sorprendernos de esa manera, ¿por qué no iba a seguir haciéndolo?

Vi el partido en el irlandés que hay al lado de casa. Es un bar oscuro, lleno de referencias a la isla esmeralda, todas compradas en un almacén chino. Pero es amplio y tiene tres o cuatro televisiones, estratégicamente colocadas. Me senté, solo, cerca de la pantalla grande. Por el wasap, me mandaba Nacho fotos del ambiente fuera de El Molinón. Ana y él también iban a verlo en un bar, frente a un televisor semejante al que yo tenía tan cerca. Fuera de El Molinón, pero no lejos, pues lo iban a hacer en uno de los bares que hay en los bajos del estadio. 

Lo vi, y es raro, con gran tranquilidad. Normalmente sigo los encuentros con gran nerviosismo y esperando en cada jugada del contrario el desastre de un gol en contra. Sin embargo, el comienzo fue esperanzador. El Sporting comenzó a jugar como la temporada pasada: como si le fuese la vida en ello. El Madrid, salvo algún aviso, parecía intrascendente. Además, al cuarto de hora, apareció por el bar un conocido, con sus dos hijos mellizos. Él es inspector de hacienda y su dos hijos dos educadísimos eruditos del fútbol nacional e internacional. Él, del Atleti; ellos, del Madrid. Fuimos comentando el partido. Les llamó mucho la atención Luis Hernández y sus saques de banda, esos saques que parecen hechos con una catapulta, con un delicioso sabor a fútbol británico y antiguo. Me hicieron compañía y evitaron que gritase gruesas palabras cuando el árbitro no concedió como gol el cabezazo admirable de Sanabria -que, efectivamente, no traspasó la línes de meta, por un dedo, pero que nos favoreció porque, como el árbitro no debía de estar muy seguro de haber acertado, en la jugada siguiente evitó señalar un penalty clarísimo de Sergio Álvarez a Cristiano-. Y así, sin más sobresaltos, terminó la primera parte. El gran Madrid, el lujoso Madrid, no podía con nosotros.

Luego llegaron Pablo y Ana. No les gusta el fútbol y ven esta afición nuestra como una manía a la que procuran no hacerle ningún caso. Pero en esta ocasión logré convencerlos para que me acompañasen un rato. Podríamos cenar juntos, les dije. Y aceptaron. Pedimos unos bocadillos y comenzó la segunda parte. Menos mal que estaban conmigo. Se mostraron muy atentos. Me acompañaron en los peores momentos, como si también a ellos les importase algo lo que pasaba en la pantalla. Porque esa segunda parte fue un asedio en toda regla. Un desordenado pero desatado Madrid contra un Sporting conmovedor, cansado pero firme, contra la pared del área pero ordenado y solidario. En ocasiones, y por eso también me gustó el partido, me recordó a los partidos que jugábamos de críos en el patio del colegio. Partidos homéricos. Todos persiguiendo con afán infantil un único balón, que quedaba enredado entre una maraña indescifrable de piernas... Al final, me salió el pesimista que llevo dentro y le dije a Pablo que íbamos a perder, por uno a cero, que el Madrid marcaría en el último minuto del partido. En el último minuto de lo que hoy se llama tiempo añadido.

-Los dioses son crueles, papá- me contestó mi hijo.

Pero en esta ocasión se distrajeron. Casi sin darme cuenta, el árbitro pitó el final y, aunque en el bar cortaron el sonido y pusieron en su lugar una melodía irlandesa, pude imaginarme el rugido satisfecho y aliviado de El Molinón. Me despedí con cortesía británica -como los saques de banda de Luis Hernández- de los hijos de mi conocido -al que no le pregunté por las deudas del Sporting- y pensé: "Hemos vuelto. Y no va a ser fácil que nos devuelvan a Segunda, cagunrrrrros".

Luego me llevaron a dar un paseo nocturno Ana y Pablo, para que oxigenase y me bajase la adrenalina.




Foto enviada por wasap por Nacho Matías


domingo, 23 de agosto de 2015

El hincha

Soy hincha del Sporting desde el año 76. Tenía entonces nueve años y me hice hincha del Sporting -lo recuerdo muy bien- durante un viaje en el 600 familiar -familiar porque en él íbamos embutidos toda la familia-. Volvíamos a casa de ver a los abuelos, que vivían en Gijón. Fue un acto de voluntad. A la entrada de Oviedo, en un semáforo al lado de San Julián de los Prados, decidí que no sería de ninguno de los equipos que seguía mi familia, el Real Madrid o el Oviedo. Ni mis amigos, que profesaban afición al Real Madrid o al Barcelona la mayoría, aunque también había un excéntrico que había entregado su corazón al Español -entonces todavía se escribía así-. No, de ninguna manera. Decidí que yo sería hincha del Sporting. Porque era el equipo de la ciudad donde vivían mis abuelos; porque esa ciudad tenía una playa enorme; porque nos gustaban aquellas camisetas de rayas blancas y rojas, y los pantalones azules, y las medias negras con ribetes rojiblancos; porque aquella temporada, ese equipo ya anunciaba su ascenso a la primera división; porque en él jugaba un delantero centro fabuloso con el que compartíamos el nombre: Enrique Castro, Quini... Por todas estas razones y muchas otras más, aquel día, en cuanto el semáforo se puso verde y mi padre arrancó el 600, yo ya me había convertido en un hincha inquebrantable del Sporting.

Fue el comienzo de una época gloriosa. Aquel equipo memorable no solo logró el ascenso sino que dos temporadas después casi gana la liga. Fue subcampeón. Jugó la UEFA y dos finales de la Copa del Rey. Se mantuvo en primera muchas temporadas. Luego, mientras nosotros nos hacíamos mayores, todo fue a peor. Quini se marchó al Barcelona -aunque luego volvió a El Molinón a acabar su carrera- y el resto se hizo viejo y se retiró. Castro, su hermano y portero de los mejores años del equipo, murió ahogado en la playa de Pechón. El equipo fue languideciendo y sus dirigentes, como acostumbran a hacer los dirigentes, lo llevaron a la ruina económica. Al cabo de unos años bajamos a Segunda. Al cabo de otros -no pocos-, volvimos a subir. Un entrenador vitalista, Manolo Preciado, lo mantuvo tres temporadas en la división de honor. Milagrosamente. La última lo cesaron, el equipo bajó y Preciado, que había fichado por el Villarreal, murió ese verano de un infarto...

La temporada pasada, a causa de las deudas, el Sporting fue sancionado y no pudo fichar a nadie. Abelardo -que ya había entrenado al equipo los últimos partidos de la anterior y lo había acercado al ascenso- compuso una plantilla con jugadores jóvenes, sacados del filial. La mayoría -yo entre ellos- pensamos entonces que si nos salvábamos habría que celebrarlo por todo lo alto. Comenzamos la temporada con la cabeza gacha, balanceándola de un lado a otro como negando la evidencia, pero pegados al televisor. Porque, a pesar de los años y las desilusiones, a pesar de que yo creía que con la edad -con trabajo estable y una familia propia- todo esto del fútbol se nos iba a pasar como se nos pasó el sarampión, a pesar de todo, no ha sido así. Muy al contrario, nos hemos ido hinchando cada vez. La temporada pasada vimos todos y cada uno de sus partidos. Y partido a partido, fuimos levantando la cabeza y cambiando el movimiento del cuello, para afirmar, sorprendidos, la marcha de un equipo joven e inexperto pero que solo perdió dos partidos y consiguió el ascenso.

Vimos todos los partidos por la tele porque vivimos a más de setecientos kilómetros de El Molinón. Vivimos en Albacete. Estamos empadronados en Albacete. Vimos todos esos partidos -contra la Llagostera, el Leganés, el Numancia, el Alcorcón...- en nuestra casa de Albacete, por la tele. Y fuimos felices como pocas veces, tal vez como aquellas tardes de la infancia cuando el Sporting se convirtió en un equipo de postín y le peleó la liga del 78/79 al Real Madrid. Por eso nos sigue gustando el fútbol, por eso somos fieles al Sporting, porque hay una clase de felicidad que solo nos la pueden proporcionar ese deporte y ese equipo.

También nos gusta escribir. También nos hace felices. Así que hemos decidido unir estos dos placeres y abrir este blog, en el que queremos hacer la crónica de la vuelta a Primera de nuestro equipo del alma. Un regreso que el calendario ha querido que sea por la puerta grande, con un partido verdaderamente lujoso. Pretendemos ver cada uno de los partidos del Sporting y venir después hasta aquí, a hacer la crónica.

No sé si les sucedeará a los demás hinchas. Antes de cada partido soy un optimista imaginativo y luminoso. Fantaseo con el partido perfecto del Sporting. Pero nada más que el encuentro comienza y compruebo que las cosas no están a la altura de mis fantasías, me vuelvo muy pesimista. Tiendo a pensar que todos los equipos juegan mejor que nosotros. No sé. El caso es que, siendo un hincha, esas crónicas serán, inevitablemente, sentimentales y emotivas. Lejos de El Molinón.