domingo, 28 de febrero de 2016

El equipo suicida

Sporting 2 - Espanyol 4

Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver

John Derek, en Llamad a cualquier puerta, de Nicolas Ray


Juega el Sporting sus partidos en casa como si no hubiese un mañana. Sale lanzado hacia la portería contraria con el entusiasmo atolondrado y ciego de la juventud. Acostumbra a conseguir de esta forma, casi siempre, un par de oportunidades y un gol más o menos temprano que le pone por delante en el marcador. Así sucedió de nuevo con el Espanyol. Los primeros minutos, un tanto enredados, sirvieron para que cada uno mostrase sus credenciales: el equipo catalán trató de guardar el balón pasándoselo con cierta sensatez de unos a otros y Burgui anunció lo que no tardaría en ocurrir colándose desde la izquierda con gran estilo; el Sporting, por su parte, insistió en un fútbol catapulta que emplea a Jony como hombre bala, o que puede dejar solo ante el portero a Castro, en una jugada muy parecida a la que resolvió felizmente en Sevilla, pero que en esta ocasión estrelló en el cancerbero. Esto fue así hasta el minuto 19, cuando el mismo Jony, pez en el agua de su hábitat en la esquina izquierda del área contraria, trazó un pase magnífico a Isma López, que centró y, tras rechace del portero, dejó el balón a los pies de Carlos Castro, que le puso el último clavo a la jugada con un remate incontestable. 

Si el Sporting fuese un equipo maduro, colocarnos por delante nos proporcionaría, a los hinchas, una gran serenidad. Pero con nuestro equipo sabemos que esta clase de alegrías suelen ser frágiles y de escasa duración. Como pompas de jabón. Estuvo a punto de estallar en una falta que Asensio -finísimo jugador- envió al larguero y acabó reventando en una jugada espléndida de Burgui, que alcanzó el centro del área gijonesa dejando atrás a toda la defensa sportinguista como quien borra en un pizarra una serie de fórmulas equivocadas. 

1-1. Así terminó la primera parte.

La segunda comenzó con el Sporting romántico y suicida. Perdió dos balones fáciles como quien derrocha su vida por las tabernas  y de pronto nos vimos perdiendo por dos goles de diferencia. Esto, en cualquier otro lugar, habría sido definitivo. En El Molinón, sin embargo, nunca se sabe. Al Granada, en una situación semejante, se le empató. Se rebeló la sangre joven de nuestros jugadores y comenzaron un asedio fenomenal y conmovedor a la portería de Pau López. Para entonces ya andaba por el campo Halilovic, que además de joven, conoce una serie de trucos para descomponer a cualquier defensa. Tomó el balón y trazó unas cuantas fórmulas matemáticas en el área contraria que a punto estuvieron de descubrir el camino al gol. Marcó el segundo Carlos Castro -que está inspirado y lleva cuatro goles en tres partidos, cifras magníficas que sin embargo tan solo le han proporcionado al equipo un punto- y Sanabria y Rachid mandaron un par de remates al larguero -el de Sanabria una verdadera mala suerte que no entrase, como ya le sucedió en el partido de la primera vuelta; el de Rachid, en cambio, pareció más bien un pase mal medido y habría sido gol muy afortunado-. De pronto todo parecía posible, no solo el empate sino incluso la victoria. Fantaseamos con los titulares del día siguiente, alabando la remontada... En esas estábamos cuando Asensio cogió un balón en una banda y, borrando de nuevo a cuantos defensas -pocos- le salieron al paso, quebró todas esas ilusiones... 

Sobre El Molinón quedó tendido el hermoso cadáver de nuestras esperanzas. 


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