lunes, 1 de febrero de 2016

El misterio del delantero centro

Valencia 0 - Sporting 1


Leyes hay, lo que falta es justicia.
Ernesto Mallo
 

Seguramente una de las razones por las que el fútbol es un deporte tan popular es porque no siempre gana el mejor. Esto no suele suceder en la mayoría de los deportes. En tenis, baloncesto, golf, balonmano..., siempre gana el que mejor juega. En cambio, en el fútbol, el hecho injustificable de la victoria del peor no es tan raro. Y además, al contrario de lo que suele suceder en la vida corriente, en la que la injusticia favorece invariablemente al poderoso frente al desamparado, en el fútbol ocurre justamente al revés: a menudo el equipo más pobre y débil consigue  derrotar al lujoso y millonario. Este hecho nos proporciona a los hinchas de los equipos pequeños una esperanza y una fe, la ilusión de que algo impesado pueda ocurrir. Como ayer en Mestalla...

El Valencia es un equipo confundido, y su delantero centro, Negredo, un tipo hundido en graves dudas existenciales. Desde ayer es además más que probable que se encuentre sumido en una negra depresión. Gozó de tres oportunidades meridianas para haber solventado el partido. Las falló metódicamente, misteriosamente, una tras otra. Fue particularmente extraña la última, con toda la portería a su favor, abierta de par en par ante él. Solo tenía que empujarla dentro. La envío por encima del larguero. Una nube de fatalismo lo envolvía. Fue entonces, tras esa oportunidad inverosímilmente fallada, cuando comencé a pensar que podríamos, idea inverosímil, ganar. 

No está jugando bien el Sporting. En realidad, está jugando bastante mal... Se ha descosido... Estoy muy lejos de ser un entendido. Tan solo soy un hincha. Un tipo sentimental y supersticioso que solo quiere ver jugar y ganar a su equipo. No entiendo de fútbol un pimiento. Tan solo veo partidos y me divierto -cuando veo al Barcelona o a otros equipos- o sufro -cuando veo al Sporting-, y así paso el rato. Pero no me engaño. Pienso que nuestro equipo tiene un serio problema en el corazón del campo. Ahí, ni somos capaces de quitarle la pelota al contrario, ni mostramos demasiada habilidad para esconderla, masticar la jugada, dar un pase clarividente que ponga patas arriba la defensa contraria. Por ejemplo ayer, el lánguido soplo que producía el juego del Valencia fue más que suficiente para hacer estremecerse la armazón del Sporting... Si no pasó nada fue, ya lo hemos dicho, por esa maldición del delantero centro que sufre el suyo y porque, aunque fue mejor, no está el Valencia para grandes fallas. Algunos petardos, modestos fuegos de artificio, suficientes para hacer temblar a nuestro equipo pero, con su delantero centro misteriosamente entristecido, no tanto como para poder marcarle un gol...

Nuestro portero estuvo correcto e incluso inspirado -en la primera oportunidad del delantero centro misteriosamente deprimido-, la defensa solvente -con mención especial para el nuevo fichaje, Ogi Vranjes, que pareció poderoso, atento, disciplinado-, y la delantera bulliciosa cuando le cayó, como la limosna al menesteroso, un balón... Pero nada más. Muy poco para merecer ganar el partido. De manera que no tengo duda alguna. Si conseguimos la victoria ayer fue gracias al misterioso caso de ese delantero centro.

Es por esta razón por la que el fútbol es un deporte inigualable. Como una novela policiaca cualquiera, un partido de fútbol está lleno de giros en la trama, de promesas incumplidas, de golpes de efecto, de sorpresas, de lances inesperados... Al final, no siempre ganan los mejores. Es la única injusticia que estamos dispuestos a bendecir.


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