domingo, 7 de febrero de 2016

Del gobierno

Sporting 1 - Deportivo de La Coruña 1

 No hace falta un gobierno perfecto; se necesita uno que sea práctico
Aristóteles

Vi el partido en el salón de la casa, rodeado de la familia pero en absoluta soledad. La familia estaba al lado pero en otras cosas, atenta a sus teléfonos móviles y a las redes sociales, donde se enteran de multitud de asuntos que a mí se me suelen escapar. Tan solo me dijeron, antes de que el partido comenzase, que procurase no me sobreviniera, por culpa de los lances del encuentro, un infarto. Aunque no acostumbran a hacerme ningún caso cuando sigo un partido, me han visto alguna vez sobresaltarme, hacer visajes raros con los músculos del rostro, dar voces, maldecir, gritar un gol... Y no se fían. Creen que este vicio nuestro del fútbol y el Sporting no es sano. Les dije que sí, que no se preocupasen. Ya no me estaban escuchando. Comenzó el partido. En El Molinón, Sporting-Coruña; en nuestro salón, el televisor y yo.

Empezó y los primeros minutos pude mantener mi promesa. El balón iba de un lado a otro, por el cielo gijonés, sin que nadie fuese capaz de disciplinarlo. Cada treinta segundos salía fuera de banda. Parecía aquello un partido de la tercera división. Era un partido de trazo torpe, emborronado, de errores continuos, completamente desgobernado. Como si fuese una alegoría de la situación política del país, esa que la familia sigue en sus facebooks y twitters. Luego, como si se tratase del equipo de Pedro Sánchez, el Coruña intentó poner algún orden y se hizo con el balón, postulándose para gobernar aquella confusión. Lo bajó al suelo, dibujó algunos pases. Fue entonces cuando, paradójicamente, llegó el gol de nuestro equipo, en una volea afortunada de Jony, que rebotó en un defensa y distrajo al portero. Di un grito seco y corto. La famila se sobresaltó. Me afeó que no hubiese respetado mi promesa. Volvió a amenazarme con la posibilidad de una ataque súbito al corazón...

Como ha sucedido a menudo a lo largo de la temporada, no necesita nuestro equipo gobernar nada para marcar los goles. Nuestro juego es sincopado, de fulgores imprevistos, de impulsos impensados. Normalmente suceden cuando Jony coge una pelota en su banda y se va hacia el horizonte de la portería contraria como si le fuese la vida en ello. 

Prosiguió el encuentro como una película de sobremesa dominical. Aburrido, monótono, sin un argumento claro. Hasta que Juan Carlos y Lucas Pérez, dos delanteros que dominan la función poética del fútbol, elaboraron un pareado muy bien rimado y el primero consiguió el empate con un tiro rotundo y consonante. Así como nos mostramos ruidosos en las alegría que nos regala el Sporting, las desgracias solemos recibirlas con un silencio grave y luctuoso. La familia ni se enteró.

La segunda parte trancurrió sin que me obligase a romper de nuevo mi promesa de no morirme infartado. Como si hubiesen llegado a un pacto, se repartieron los dos equipos el tiempo de gobernarlo. Primero el Sporting, con una política de presión alta y balones largos de la que no logró sacar ningún progreso. Luego, como en la Restauración, le llegó el turno al Dépor, que se mostró más sofisticado, pero con idénticos y estériles resultados. Intentaron de nuevo componer sus dos delanteros algún pareado bien rimado como el de la primera mitad, pero se les quedaron, los pocos que iniciaron, en versos de cabo roto. Terminó el partido con el gobierno del Sporting, otra vez, pero cansado y sin ideas, de nuevo no sucedió nada.  A esas alturas del partido, en el salón de casa ya no había nadie, y el silencio, en el filo de la medianoche, era solido y perfecto. Apagué la televisión y las luces, y me fui a dormir preguntándome qué gobierno acabaremos por tener y si el equipo este nuestro conseguirá salvar la categoría, las dos cuestiones, tan inciertas, mezclándoseme en el pensamiento.


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