domingo, 21 de febrero de 2016

Arte de marear

Betis 1 - Sporting 1

 Sea lo que fuere, invéntelo quien lo inventare, que muchas veces me paro a pensar, cuán aborrecido debía de estar el primer hombre, que estando bien seguro en la tierra, se cometió a los grandes peligros de la mar: pues no hay navegación tan segura, en la cual entre la muerte, y la vida haya más de una tabla. A mi parecer sobra de codicia, y falta de cordura inventaron el arte de navegar

Antonio de Guevara, El arte de marear

La caligrafía del juego del Sporting acostumbra a ser tortuosa. Sobre todo en ataque, la letra de nuestro equipo se entiende mal. Es embarullada en el centro del campo y solo se aclara, y no siempre, cuando coge la pluma Halilovic. Sin embargo, en el partido de ayer comenzó escribiendo de un modo legible y limpio como pocas veces -tal vez algunos minutos en Villarreal-. Se aplicaron los centrocampistas, que con la ayuda de Halilovic, dictaron las primeras jugadas. El único defecto fue que las terminaban siempre en puntos suspensivos. Frases correctas pero sin rematar.

Luego, no sabemos muy bien por qué, tal vez por un par de jugadas de Musonda, abandonó la buena letra y pasó el recado de escribir al contrario... Trazó también este algunas líneas... Pero nunca un párrafo entero, y se mostró tambien incapaz de ponerle la rúbrica del gol a ninguna de sus jugadas.

Después ya se emborronó todo, como si se les hubiese caído el tintero a los dos equipos sobre el cuaderno abierto del campo.

Una de las estrategias que más puntos le ha dado al Sporting esta temporada es el error del contrario. Se trata, qué duda cabe, de una estrategia vaga e incierta, pero muy eficaz. Funcionó a la perfección en el partido del El Molinón contra la Real Sociedad, y gracias a ella se le marcó el primer gol al Rayo Vallecano. Tal como iban las cosas en el Villamarín, nos encomendamos a ella.

Porque en la segunda parte el Sporting se fue achicando sin remedio minuto a minuto. Se fue haciendo más pequeño. Encogido en su área, era incapaz de estirar las piernas, de asomar la cabeza, de respirar un poco. El equipo se ahogaba. Poco a poco se fue transformando en una cáscara de nuez en mitad de un mar agitado.

No fue un error, sino la brújula de Halilovic, la que nos hizo saltar de alegría. Halilovic y Carlos Castro, claro, que se lanzó a mar abierto y se cobró la pieza del primer gol. Fue muy hermoso. A la salida de un córner, cayó el balón a los pies de Carmona, que en lugar de perderlo de un modo absurdo como les venía ocurriendo a todos los jugadores de nuestro equipo desde que había comenzado la segunda parte, se lo cedió a Halilovic y este, con un solo toque, se lo envió en paralelo a Carlos Castro, dejándole en ventaja ante los defensas del Betis pero con un largo camino que recorrer. ¡Qué carrera tan gallarda la de nuestro delantero! Recorió todo ese trozo del campo a toda velocidad, con el balón pegado a su bota, y cuando se encontró con Adán, le hizo un truco de magia, picando el balón y dejándolo dentro de la portería como quien deposita un regalo en casa de un amigo. Ahí te dejo eso.

Pero a nadie se le escapa que el Sporting es un equipo pobre,  y ya se sabe lo que ocurre con la suerte en la casa del menesteroso. En la siguiente jugada nos empató el Betis. Fue como si hubiésemos encontrado un número de lotería premiado, y nada más enterarnos, sin tiempo alguno para alegrarnos siquiera, y avisar a la familia, un golpe de viento nos lo hubiese arrebatado de las manos y se lo hubiese llevado, en remolino, muy lejos... En los pantalanes del puerto de la Primera División, al lado de los yates de lujo y otras embarcaciones de postín, el Sporting es un bote pesquero muy modesto en el que tan solo brillan dos o tres objetos prestados por los vecinos: la brújula de Halilovic, el sextante de Sanabria... 

Después de ese empate, el juego del Betis se convirtió en mar gruesa y se encrepó con olas altas y de mala voluntad. Lo soportó el Sporting de esa manera suya un tanto agónica. Meré, un verdadero patrón, sacó un balón de la misma línea de gol, con Cuéllar en el agua, y se hartó de cruzarse con valentía en por babor o estribor, cuando los laterales se veían sobrepasados por una de esas oleadas béticas.

Hubo un momento  en el que el naufragio parecía inminente e inevitable. Se abrían vías de agua por casi todas partes. Salió Lora, por ayudar a achicar la que entraba a borbotones por la banda de estribor. Finalmente, amainó un tanto la galerna, se pudieron reparar algunos aparejos y pudo así mantenerse a flote. De esta manera se alcanzó el abrigo del pitido final del árbitro.


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