sábado, 20 de febrero de 2016

Ejecutar las acciones, acometer las empresas

Sporting 1 - Barcelona 3

Los leones pueden ver las rayas de la cebra bajo la luz del día, en el crepúsculo y durante una noche sin luna.

 Amanda Melin, bióloga de la Universidad de Calgary (Canadá)

El partido fue muy semejante a aquellos documentales extraordinarios de El hombre y la Tierra, dirigidos por el llorado Félix Rodríguez de la Fuente. Aquellas películas en las nos presentaban a un magnífico león que acechaba a una cebra, paciente, atento y silencioso. Lo veíamos esperar el momento preciso en el que lanzársele al cuello de la pobre e indefensa cebra, que luchaba por su vida con todas sus fuerzas, que normalmente eran pocas y le duraban muy breve tiempo.

Así el partido del miércoles. Quién hacía el papel del león y quién el de la cebra no es necesario escribirlo. Aguantó el Sporting con gallardía, que es una palabra vieja pero que le viene muy bien a nuestro equipo. Otra cosa tal vez no, pero gallardía, la que se quiera. Sobre todo si empleamos esa palabra en la segunda acepción del diccionario de la RAE: Esfuerzo y arrojo en ejecutar las acciones y acometer las empresas.  

Dominó el Barça de un modo abrumador. Más que jugar, ya queda dicho, acechaba el momento de lanzar su zarpazo. El Sporting defendía más o menos bien, agrupándose muy juntos todos los jugadores en el centro, y basculando hacia las bandas cuando era necesario. Eran movimientos más o menos armónicos, que acertaban a cerrar las líneas de pase y mantenían el marcador en un ilusorio empate. Ver jugar al Barcelona mueve al engaño. Viendo cómo se pasan la pelota unos a otros, con tanta naturalidad, con tan poco esfuerzo, puede hacernos pensar que el fútbol es un deporte sencillo y la pelota un objeto manso y de trato fácil. Nada más lejos de la realidad. Pensar tal cosa es un error del que saldremos inmediatamente al ver jugar a cualquier otro equipo. Por ejemplo al Sporting. Lo que en unos parecía tan sencillo como respirar, en los otros se veía difícil, complicado, tortuoso. Las pocas veces que el balón caía a los pies de uno de nuestros gallardos jugadores, se comprobaba lo intratable que puede llegar a ser una forma esférica, y no tardaba ni un segundo en perderlo. 

El primer mordisco llegó a los veinte minutos más o menos. Fue una dentellada fugaz e inesperada. Un tiro de Messi desde fuera del área. Nos pareció que aquello sería definitivo y que ya solo le quedaba, a nuestro equipo, desangrarse lentamente. Sin embargo, apenas dos minutos más tarde, el Sporting cerró esa herida de un modo emocionante. Uno de esos balones perdidos por el Barça lo aprovechó Pablo Pérez montando una jugada de una austeridad monacal. Domó la pelota, la durmió en sus pies sin perder un segundo y, con la cabeza alta, más gallardo que nunca, se fue hacia campo contrario. Lo acompañó Canella, que recogió su pase un instante y se lo entregó a Álex Menéndez, que también se había unido, con grandes zancadas, a la expedición. Como Canella, solo tocó el balón una única vez, un pase preciso al segundo palo. Allí apareció Carlos Castro, tirándose al suelo como un chiquillo a un charco, para marcar el empate. Fue un momento glorioso. Un contraataque perfecto, de una sencillez maravillosa. Tres pases y un remate. Una jugada quirúrgica. Frente al juego barroco y anestésico del Barcelona, la pureza de una jugada despojada, sin retórica, limpia, sin adjetivos ni adornos. Una jugada nominal.

De pronto volvimos a pensar en la posibilidad de un milagro; renació en nosotros la esperanza descabellada de que la cebra, de alguna forma impensada, podría escabullirse. Como cuando veíamos uno de aquellos documentales de El hombre y la Tierra. Sin embargo, le ocurrió a esa esperanza lo que a los almendros que florecen antes de tiempo. Cuando esto sucede, no tarda en llegar una helada que acaba con la delicadeza de esas flores prematuras. Cuatro minutos más tarde Messi volvió a abrir la herida. 1-2.

La segunda parte fue un poco más abierta, menos solemne.  El Sporting lo intentó aunque siempre de lejos. El Barcelona también continuó hurgando en la herida aunque sin ensañarse. Falló un penalti, marcó un tercer gol... De todas formas, teníamos la impresión de que todo lo importante ya había sucedido en el primer tiempo. Gallardo nuestro equipo, invencible el Barcelona. La naturaleza es un lugar cruel. Como en aquellos documentales de la infancia, la cebra acabó vencida y el león saciado.




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