domingo, 24 de abril de 2016

Sin compasión

Barça 6 - Sporting 0


El Barça es imbatible, pero eso no basta para ganar siempre

Juan Tallón

Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobre todo, la disposición para hacer el bien...

Cervantes


Venceréis pero no convenceréis

Unamuno


Quiso la familia salir un rato a tomar algo. Puse mis condiciones: un bar con televisión. Elegimos el irlandés del barrio. Mientras la familia se tomaba algo, yo sufriría viendo el partido. Había un ambiente muy bueno. La gente tomaba sus cañas y sus tapas, charlaba animadamente y miraba distraída al televisor. Los aficionados del Barça porque sabían lo que iba a pasar y los del Madrid por lo mismo. Yo no, yo mantengo una fe ciega en los imposibles. (Del Atleti, como siempre, no vi a nadie).

Hace años, cuando Guardiola irrumpió como entrenador para pasmo y admiración del mundo, perdió el primer partido en Soria, contra el Numancia, y empató el siguiente, en el Nou Camp, ante el Santander. El tercero, en El Molinón, nos ganaron 1-7. También lo vi en la tele, rodeado de seguidores culés. Así que a uno ya no le amedrenta nada.

En esta ocasión la sangría sucedió al final, en el segundo tiempo. En el primero jugó mal el Barça y muy bien Guerrero y Pablo Pérez, que aguantaron los balones llovidos del cielo que les enviaban los defensas, y les metieron el miedo en el cuerpo a los aficionados culés y a los comentaristas partidarios. En el minuto diez, por ejemplo, tuvo una ocasión clarísima Álex Menéndez, que si no aprovechó es porque le llegó el balón a su pierna derecha y un poco atrás. Yo jaleaba a los míos -a los del Sporting, quiero decir, que la familia no me hacía ni caso-. Según P., que estaba a mi lado, en el bar todos me estarían suponiendo seguidor del Madrid, porque quién se iba a imaginar que pudiese haber un sportinguista allí dentro. 

Ante equipos como estos, tan olímpicos y encumbrados, dicen los expertos que no se pueden perdonar ocasiones como esas. Deben de estar en lo cierto, porque dos minutos más tarde marcó Messi, en una jugada rara. Todavía estamos preguntándonos por qué razón no cogió el balón Cuéllar. En lugar de blocarlo, que le llegaba de frente y franco, lo palmeó muy flojo, dejándolo a merced del monstruo argentino. Tal vez fue por miedo a una patada de Suárez, que andaba por medio y que, efectivamente, se la dio. Bien podía haber pitado el árbitro falta. Pero no lo hizo, anunciando ya en esa decisión su falta de sensibilidad, de empatía con el débil y de compasión. 

Si en algo falló Cuéllar en esa jugada, se redimió después con un par de paradas de mucho mérito. El árbitro, en cambio, en lugar de enmendarse, porfiaría en lo suyo.

Siguió este tiempo sin mucho sobresalto. Se defendían bien los nuestros, muy bravo Vranjes -a veces demasiado-, la pareja de centrales se mostraba firme, muy puesto Isma López, mientras que los centrocampistas ayudaban a achicar con criterio y bien colocados. Además, Guerrero se llevaba cada balón que le llegaba, aunque fuesen estos pocos y difíciles, lo mismo que Pablo Pérez, que se hartó a bajar pelotas de los desvanes donde se las ponían, y Halilovic condujo un par de contras con la clase que se le conoce cuando no se ofusca. Tuvimos, antes de la llegada del descanso, otras dos ocasiones meridianas: otra vez un remate de Menéndez y un pase desde la derecha que se paseó al filo de la línea de gol...

La familia decidió volver a casa. Al salir, llovía a mares. En casa ya había comenzado la segunda parte. Continuaba el Barça melancólico y lento. Protestó el público y tomó cartas en el asunto Messi. Como si se hubiese despertado en un letargo, un ensimismamiento o una siesta, se puso a zumbar y ya no hubo sosiego. Salvó un gol cantado Cuéllar pero ya no pudieron hacer, ni él ni el equipo, nada. Ante tal monstruo de la naturaleza, qué se puede hacer. El Sporting había intentado el triunfo en el Camp Nou, como Cervantes con sus comedias y entremeses en los corrales, pero llegó Messi, como Lope en su tiempo, y se acabó lo que se daba.

Lo que no se entiende es la colaboración del árbitro. No discuto la veracidad de los penaltis, pero con el resultado que había, pitar tres en menos de diez minutos nos pareció un acto de inhumanidad innecesario. Más que un árbitro parecía un coleccionista de penas máximas, desesperado por batir un récord. 

El público, por su parte, se puso a hacer la ola. Tampoco lo entendimos.

Y tampoco el ensañamiento del Barça. Habría que decirles que, por mucho que marquen ocho goles en un partido y seis en otro, los puntos que gana siguen siendo los mismos. 

En fin, que nos derrumbamos y no encontramos, en el partido de ayer, ni un gramo de compasión.



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