domingo, 1 de mayo de 2016

La necesidad

 Sporting 2 - Eibar 0

Por nuestra necesidad lo poco es mucho

Quevedo

Dicen las madres - sin duda la voz más autorizada sobre prácticamente cualquier asunto de la vida corriente- que es muy importante merendar, porque si no lo haces, llegas a la hora de la cena con un hambre canina, y comes demasiado, y eso, antres de acostarse, no es bueno. Bien. Pues así también en el fútbol, en el largo día de una temporada de fútbol. Conviene comenzar bien, sumando los puntos necesarios para no desfallecer en las primeras cuestas, que suelen ser las más empinadas; mantener la regularidad a mitad de temporada; sacar algunos puntos después y de este modo llegar a los últimos partidos con los deberes hechos, de tal modo que aunque no ganes a nadie, da lo mismo porque ya está el equipo salvado.

Este es el modo de vida que suelen llevar los equipos que navegan serenos en mitad de la tabla. Un buen comienzo, un regular desarrollo y un final intrascendente y aburrido. Se dan, naturalmente, algunas excepciones: equipos con pésimos principios que de pronto se transforman y terminan tan lozanos y frescos que, si por ellos fuese, la liga se prolongaría un par de meses más; y otros que, en cambio, tras unos comienzos prodigiosos, dilapidan toda su fortuna al final, como viejos aristócratas que, de viejos, gaiteros, se pulen el patrimonio familiar en el juego y las mujeres. 

Pero lo normal - la vida de los equipos olímpicos y ricos resulta otro cantar- es lo que comentábamos en el  primer párrafo. Si no consigues hacer eso, la vida será dura, tu estómago se resentirá y no dormirás bien por las noches.

Así ha sido para el Sporting. Por hacer un resumen, ahora que ya solo quedan dos partidos, desayunó sin grandes alardes, la comida fue frugal y se saltó la merienda. Por eso ha llegado al final con hambre feroz.

Solo así, a causa de este estado de necesidad, se explica la victoria del viernes. El Eibar demostró ser mejor equipo pero sin la necesidad que tenía el Sporting. Demostró el cuadro armero que quería también la cena, y compitió muy seriamente. Sin embargo, el que de verdad la necesitaba era el Sporting. Y se notó.

Se notó al comienzo, cuando cada balón recuperado lo perdía en apenas dos pases, comido por la ansiedad. Así las cosas, el Eibar movía el balón de un lado a otro con limpieza, dominando el partido y acumulando faltas a favor, cada vez más cerca del área de Cuéllar. Torpe y sin argumentos el Sporting, vimos cómo Peleteiro, un jugador de clase, se quedaba dos veces solo ante nuestro portero, que si se salvó fue por que el primer tiro le salió desmayado al talentoso delantero, y en la segunda ocasión se le adelantaba un poco la pelota y permitía a Cuéllar tapar el disparo y desviarlo a córner.

Luego trancurrieron unos minutos en los que no pasaba nada, que es cuando suelen pasar las cosas. Efectivamente, con Cases fuera de sitio en la izquierda, le filtró un pase a Jony y sacó este un centro precioso al que llegó Carmona, como la caballería en las películas del Oeste, al galope, para salvarnos a todos de las necesidad y el hambr.

Así terminó la primera parte.

Salió en la segunda el Sporting más tranquilo, si no saciado, al menos aplacados los ruidos estomacales y las angustias. Movieron piezas los entrenadores: salió Borja Bastón -un delantero lujoso- por el Eibar, y Carlos Castro por Halilovic. ¿Quién estaría acertando?, nos preguntamos, ¿Abelardo o Mendilíbar? Si miramos el resultado final, se diría que Abelardo, pero si nos fijamos en lo que ocurrió tras esas sustituciones, no está tan claro. Tras unos momentos en que volvió a no ocurrir nada, se espabiló el Eibar y Enrich lanzó un tiro venenoso. Cuéllar desvió el balón levemente, tocó en el poste de la portería y, en lugar de irse lejos de esta, se giró hacia ella y se paseó por la raya de gol como si quisiese matarnos de un infarto. Fue, no me cabe duda alguna, un pequeño milagro. Comenzó a cantar El Molinón.

Volvió nuestro equipo a perder el balón y comenzó a jugar al rugby: patadas a seguir, balones en lo más alto de la noche gijonesa, y Jony o Álex Menéndez corriendo como posesos a ver si conseguían atrapar alguno y hacer un ensayo... Y lo consiguieron, con la colaboración de un defensa que midió mal al tratar de despejar una de esas pelotas caídas del cielo. La recogió Jony, enfiló hacia los tres palos, y ensayó...

Gracias a esta jugada pudimos terminar el partido más o menos tranquilos -a pesar incluso del gol anulado al Eibar, probablemente legal-. La necesidad nos dio la victoria y la necesidad tal vez nos lleve a una cena que, contra la opinión de las madres, nos sentará maravillosamente. ¿Quién sabe?



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