miércoles, 6 de abril de 2016

La batalla de Valencia

Levante 0 -  Sporting 0

Un cero a cero suelen ser dos bostezos

José Sámano

Para rebajar los nervios que me comían, allá por la mitad de la primera parte, me distancié unos segundos de lo que estaba contemplando y di en pensar que si el partido lo estaban viendo aficionados de otros equipos, seguramente estarían muriéndose de aburrimiento. Y los envidié. Intenté verlo con los ojos de un hincha de, por ejemplo, el Mirandés. No lo logré. Aunque el partido continuaba siendo insufrible, yo lo seguía como si me fuese la vida en él.

Llevábamos esperando este encuentro mucho tiempo. Hasta el lunes tuvimos que aguardarlo, cosa disparatada. Teníamos la ilusión de una victoria que nos permitiese sacar la cabeza del pozo negro de los puestos de descenso, un lugar que se parece mucho al purgatorio, lleno de incertidumbre y desasosiego. ¿Hacia dónde se inclinará la balanza? ¿Alcanzaremos el cielo o caeremos de cabeza en el infierno? Incluso habíamos escrito, aburridos con tanta demora, un título para esta crónica, La conquista de Valencia, de épicas resonancias, por si así conjurábamos una victoria. Lo tuvimos que cambiar.

Lo esperábamos, desde luego, como una durísima batalla, y así lo vivimos, como si lo fuese, a pesar de las evidencias.

Comenzó la cosa con un minuto de silencio en memoria de Johan Cruyff. En la pantalla del estadio aparecieron, al lado de su imagen, las fechas de su nacimiento y muerte: 1947-2016. Anda, pensamos, como Cervantes, solo que cuatrocientos años después. El cerebro, pienso yo, trataba de distraernos para rebajar la tensión.

Llovía a mares. Los locutores lo comentaron. Señalaron que le vendría mejor, ese fenómeno de la meteorología, al Sporting. Me entraron ganas de ponerles un comentario, por las redes sociales. En Asturias ya no llueve como antes, les escribiría. Ya no llueve como en nuestra infancia. Tampoco el Sporting es el de nuestra infancia, pensé, nostálgico. Quini, Joaquín, Cundi, Mesa, Ferrero... Me sacudí ese sentimiento venenoso recordando lo mucho que estos jugadores se han esforzado, viéndolos pelearse con los contrarios levantinos sobre el césped mojado. Ganarán -algunas veces-, empatarán -otras-, o perderán -este curso la mayoría-, pero no dejan nunca de resultar admirables...

Al comienzo, mientras me distraía con todo lo que llevo contado, el partido parecía de rugby, el balón siempre en el aire, patadas a seguir, carreras sin fruto, sudor, barro y lluvia. Hasta que el Levante perdonó misteriosamente un par de remates francos. Parecía como si no quisiese marcar, o no pudiese, hechizado vete tú a saber por qué raro malefecio. Tal vez por aquel título que había tecleado en el ordenador. Contestó luego el Sporting, con un Pablo Pérez -tengo debilidad por este jugador, creo ver en él maneras de jugador lujoso que un día romperá a jugar y nos dejará a todos con la boca abierta y lo fichará otro equipo...-, un Pablo Pérez incisivo y participativo. Remató una hermosa jugada por la derecha entre Carmona y Lora -que ejerció muchos minutos como un medio centro jugando en la banda, repartiendo desde allí juego, serenando, templando, tratando de domar el espacio y el tiempo-, un remate contra el poste. Minutos antes también había estado muy cerca del gol PP en una rara jugada en la que nos pareció que Isma López le estorbaba un gol casi seguro. 

Luego ya no pasó nada. Solo la lluvia y el esfuerzo de los jugadores. Hasta que el Levante, como en una repetición de lo sucedido en la primera parte, erró dos ocasiones meridianas y lanzó un remate al larguero. A lo mejor iba a ser verdad que les molestaba la lluvia, o un malefecio. No sé. Tal vez por eso vayan últimos, casi como nosotros. Porque en esta segunda parte, incluso con Halilovic en el campo, no fuimos capaces de alcanzar ni una oportunidad. Cuando salió Carlos Castro se despertó en nosotros una cálida esperanza. Cada vez que aparece este menudo delantero -también lo cosideramos una promesa segura, si se nos permite el oxímoron-, suele suceder algo. Y a punto estuvo de ocurrir, pues en una jugada como tantas poco faltó, la punta de un borceguí, para que se quedase con el balón, solo y con la portería muy cerca, los dos centrales burlados. Pero no. En el último momento se lo arrebataron. 

Y así murió el partido, mudo y sin goles, las cosas del mismo modo que al comienzo. Tuvimos que mudar el título ya escrito. Y no paraba de llover.


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