domingo, 17 de abril de 2016

Hasta el último minuto

Las Palmas 1 - Sporting 1

Los aficionados somos individuos propensos a la quimera. Nuestro temperamento combina la  facilidad para ilusionarse de los chiquillos y la capacidad de encajar golpes de los malos boxeadores ucranianos. Carecemos de todo sentido práctico y nuestra pasión es un castillo de naipes mil veces reconstruido.

Pablo Martínez Zarracina


La bomba hace ya varias jornadas que hace tic-tac en nuestros oídos. Una temporada irregular y desafortunada activó el explosivo y ahora -Abelardo dixit-, perder ciertos partidos -digamos que todos los que quedan salvo el del Barça, que se da por descontado- viene a ser como si el artificiero se confundiese de cable y cortase el que no debe, provocando la explosión y el desastre: la vuelta a la Segunda División.

El de Las Palmas se adivinaba complicado. Juega tan bien al fútbol ese equipo, dirigido con el buen gusto que siempre ha demostrado su entrenador, que llevaba hasta ayer seis victorias en los siete últimos encuentros. Con la salvación en la palma de la mano, jugaría no solo bien, sino relajado. 

Y así fue durante casi toda la primera parte, periodo que comenzó además con un gol tempranísimo, en un fallo defensivo de nuestros muchachos. Bigas, el defensa que remató de cabeza, lo hizo de un modo tan libre y desahogado, que aprovechó el golpeo para arreglarse el flequillo. Sin despeinarse. 

Comenzar de este modo un partido trascendental, a un equipo corriente lo descompondría lo indecible. Lo normal sería una cómoda victoria del equipo goleador. Pero no. El Sporting puede tener un montón de defectos -los tiene-, pero está muy lejos de ser un equipo cualquiera. No se rinde jamás y encaja los golpes con el estoicismo de un fraile cartujo. Eso, no me cabe duda alguna, es lo que nos mantiene vivos. Como si no hubiese sucedido nada, trató de jugar el Sporting su partido, defendiéndose con gallardía y orden ante el juego paciente, aseado y brillante de los canarios -sobre todo de Viera-, tratando de atacar por uno y otro costado y acumulando córners como si estuviese sumando cupones del supermercado para conseguir un buen descuento a fin de mes. A defendernos nos ayudó el juez de línea, que vio un fuera de juego donde tal vez no lo hubiese y nos salvó del segundo gol; por su parte, los córners resultaron estériles, y hasta alguno hubo que se transformó en un contraataque del contrario. 

Llegamos así al segundo tiempo, con Halilovic en el campo, a ver si iluminaba un poco el camino al campo contrario. Nada más comenzar este tiempo, tras uno de esos córners-boomerang, salvado con pericia y sangre fría por Isma López cuando ya se plantaban dos jugadores de Las Palmas solos frente a Cuéllar, lanzó este el contraataque del contraataque, un pase largo con la mano hacia Jony que, con esa vocación suya de francotirador solitario, de extremo a la antigua, se dirigió vertical hacia la portería de Javi Varas, como si jugase él solo contra todas las defensas del mundo. Una jugada tan larga como la frase anterior. Consiguió llegar hasta el área, entró en ella y disparó un tiro raso y seco, esquinado, venenoso. Gol. Habíamos empatado. Sin falta de jugar demasiado. 

Se quedó un poco confundida la defensa de Las Palmas, tanto que tres minutos más tarde, Halilovic encontró un enorme agujero en el centro del área y dejó solo a Sanabria ante el portero. Sanabria va a ser, a no tardar, un delantero de lujo. Tal vez ya lo sea. Le ha dado al Sporting unas cuantas buenas tardes y un buen número de goles. Pero de lo de ayer seguramente se acordará toda la vida, pues es difícil que vuelva a fallar un oportunidad como esa. Es más, es posible que, aunque le quedan muchísimos goles que marcar en su carrera, sea la de ayer la oportunidad más clara que tendrá jamás. La falló.

No pasó nada, sin embargo. Ya queda dicho que el Sporting es un equipo impasible ante las desdichas. Británico, inmutable. Siguió intentándolo, obligó a Las Palmas a jugar en largo, Halilovic estuvo a punto de lograr un gol y dejó, para los gourmets y exquisitos, un túnel maravilloso en la esquina derecha del área canaria. Para entonces ya jugaba el Sporting en el alambre, sin pértiga ni red, con la defensa en el centro del campo. Quemábamos las naves. Fueron momentos de grandes despropósitos. Se jugaba mal. Sin embargo, nos parecieron épicos y memorables. Hasta el último minuto.



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