miércoles, 1 de febrero de 2017

Ateos en La Catedral

Athletic de Bilbao 2  -  Sporting 1

El agnóstico cree que es imposible saber la verdad en los asuntos que le interesan al cristianismo y otras religiones, como Dios y la vida futura. O si no imposible, al menos imposible por ahora.
 Bertrand Russell

Es el hincha un hombre de fe. Cree en su equipo como otros creen en Dios, en los extraterrestres o en la buena voluntad de quienes nos gobiernan.  Y, como buen hombre de fe, no es raro que la pierda cuando las cosas se tuercen. A veces, incluso cree y deja de creer en un mismo partido. Puede suceder que varias veces en un mismo partido. Va de la fe al ateísmo, o viceversa, como quien va de su salón a su cocina, mientras ve la tele. El domingo pasdo, los del Sporting, salvo algunos optimistas benditos e irredentos, abrazamos el ateísmo más radical. ¿Quién -nos decíamos- puede creer que este equipo vaya a salvarse del descenso al infierno de la Segunda División? En general, el hincha del Sporting se está volviendo ateo cada partido que pasa. Y si no ateo, al menos agnóstico.

El ateísmo nos asalta, crudo y radical, justo cuando el partido acaba. Cuando el árbitro pita el final, alzamos la vista al cielo, buscando a no sabemoa quién, tal vez a un centrocampista que sea capaz de conservar un balón y jugarlo con sentido, a un extremo izquierdo que rompa veloz las defensas contrarias, a una defensa hermética como un verso vanguardista, qué sé yo... Pero el silencio, retumbando, ahoga nuestra queja en el vacío inerte, como parece que le pasaba a Blas de Otero cuando buscaba a Dios, como nosotros a esos salvadores, al borde del abismo...

Luego, a medida que pasa el tiempo -los hinchas somos unos infelices, unos ingenuos irremediables-, la cosa se va atenuando, y entramos en una fase de agnosticismo. Levantamos los hombros, y no sabemos muy bien qué pensar. A lo mejor -nos decimos-, todavía hay una solución. Pasamos así la semana y, cuando llega el siguiente partido, estamos deseando recuperar esa fe, como dicen que le pasaba a Unamuno con Dios.

Lo de Bilbao fue un poco como algunos de los primeros partidos de Liga, cuando aún todo era posible. Jugamos un primer tiempo decente, digno, serio. Hasta marcamos un gol. No sé si será un espejismo, pero nos pareció el equipo mejor trabajado, con las ideas más claras. Coordinados, firmes, con la defensa bien adelantada, sin encogernos atrás... No sé. Fue la segunda mitad la que nos volvió ateos. Empujó el Bilbao, gracias sobre todo a Williams, nos robaron un balón en el medio como se le quita una piruleta a un niño, y en ese contraataque, nos marcaron el empate, bien pronto todavía... Nos descompusimos un rato, Cuéllar se lució un par de veces con paradas de un mérito enorme... Y cuando parecía que había pasado la galerna, tras intentar un par de jugadas profundas..., vino el penalti, inocente, torpón. Volvimos a perder. Volvimos al amargo descreímiento... Y ahora andamos tratando de recuperar la fe, agnósticos de nuevo, leyendo en el periódico la señal del advenimiento de esos fichajes que nos devolverán la ilusión, esperando el próximo partido, sin saber si conseguiremos salvarnos o no, encogiéndonos de hombros...


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