domingo, 6 de noviembre de 2016

Diagnóstico de hincha

Málaga 3 - Sporting 2

Casi todos los médicos tienen sus enfermedades favoritas
Henry Fielding

Uno de los placeres del hincha es, sin duda, señalar los males de su equipo. Aunque no tengamos más autoridad que la que pueda concedernos haber visto, a lo largo de nuestra vida, algunos partidos, más haber jugado otros tantos con los amigos; aunque estemos huérfanos del más mínimo conocimiento táctico o estratégico, o de cualquier barrunto sobre la peculiar psicología de los futbolistas profesionales; a pesar de todo esto, nos sentimos capaces de juzgar por qué estamos en puestos de descenso. Y hacemos el diagnóstico.

Andamos como andamos, alicaídos, pálidos, enfermos, hundidos en los más oscuros sótanos de la clasificación, porque, fundamentalmente, no tenemos centro del campo. También, quizás, porque los laterales son permeables; o porque Amorebieta, más que un central, parece hoy un tahúr del viejo Oeste al que se le descubren sus fullerías y tiene que tirar de revólver, acumulando tarjetas con regularidad de récord... Estos son, nos parece a nosotros, achaques, pero la dolencia realmente grave es esa del centro del campo.

El comienzo del partido fue una declaración de intenciones. Una premonición. Pase atrás para que la juegue Sergio y pésimo control de este, que se ve obligado a hacer la primera falta. Desde ese momento, Sergio no hizo otra cosa que equivocarse. Ni quitó, ni construyó, ni fue capaz de poner orden, de disciplinar los balones que por su lado pasaban. Tal vez esté fuera de forma -anduvo lesionado casi toda la pretemporada-, no lo sé, pero a diferencia de lo que suelen decir los cronistas, a mí no me parece un pilar del equipo. Si acaso, un pilar que se cae una y otra vez, dejándonos a la intemperie. Más que lesionarse -y no albergamos duda alguna de que se hizo mal, solo es una licencia literaria-, Sergio se rindió. Tras otro balón que le pasó al lado sin ser capaz de controlarlo, zancadilleó al contrario con la fatalidad de quien deja sus armas en el suelo y piensa que ya está bien de sufrir... No me gustaría ser injusto, pero con Sergio el centro del campo es una valla por la que se cuela todo el mundo. Y Nacho Cases, con su cara de buen hijo, con su fútbol aseado, no da para sostener el andamio. 

Siendo las cosas así, los contrarios nos llegan al borde del área sin demasiado esfuerzo. Por el centro se topan con Meré, y ahí sí encuentran cierta resistencia; o a Amorebieta, tahúr pelirrojo, que les recibe con mala cara y ásperos modales pero lánguido y flojo. En el primer gol, por ejemplo, se metió en la cueva como quien se atrinchera, cuando se desencadena la balacera, detrás de una mesa volcada. Tapó a Cuéllar y pudo contestar un par de veces a los disparos contrarios, hasta que, con el tercer tiro, nos mataron. También se acercan por los flancos. En Málaga Canella sufrió tanto como Sergio. Ni defendió ni atacó. Y Lillo, que sí defiende más bravamente, cuando sube lo hace sin brújula y acostumbra a  perderse.

Nos quedan, así, los delanteros. Solitarios, esforzados, voluntariosos. Son, sin duda, la parte más sana del equipo. Ellos solitos se fabricaron los dos goles y una tercera oprotunidad clarísima. Goles que nos dieron alegrías a las que no estamos muy acostumbrados. Abrigamos entonces ciertas esperanzas de recuperación. Pero nada. Se fueron apagando aquellas poco a poco, una a una, hasta la derrota final.

En fin, que este hincha que esto escribe piensa, modestamente, que hasta que no arreglemos el desaguisado del centro del campo, y los laterales, y a Amorebieta le dejen de descubrir los trucos, vamos a seguir pareciendo un equipo muy enfermo. Y lo vamos a pasar muy mal. A lo peor, hasta nos morimos.



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