domingo, 18 de septiembre de 2016

Atropellos

Atlético de Madrid 5 - Sporting 0


Yo creo que esa leyenda es inventada, que Goliat siempre le arranca la cabeza al infrecuente e inocente David mientras que está preparando el lanzamiento de su piedra

Carlos Boyero, en El País del día

¿Qué se puede contar de un partido así, un partido en el que desde el primer momento te atropellan sin piedad? Efectivamente, aún estábamos pasando revista a nuestras armas (Cop, Víctor Rodríguez, Burgui, qué tal lo haría Douglas...) cuando ya perdíamos dos a cero. Entró nuestro equipo al partido como quien decide cruzar la avenida más concurrida de la ciudad con el semáforo en rojo. Pasaba, en ese momento, un tráiler. Casi un suicidio.

Si pude soportar esta dolorosa derrota  fue gracias a la anestesia que me proporcionó un parroquiano del bar. Llegó diez minutos después de que el partido hubiese comenzado. Ya perdíamos de un modo incontestable. Comenzó a comentar el partido en voz alta, celabrando el juego del Atleti. En un momento dado me miró, solicitando mi aquiescencia. Para evitar malentendidos y por fidelidad a nuestros colores, le informé de que uno estaba allí por el Sporting. Lo celebró mucho. Me dijo que le encantaban los equipos del norte, sus campos, la mística de El Molinón, donde nunca había estado pero que había visto un día, de joven, desde un autobús... Y ya comenzó a hablarnos de esto y lo otro, de los años de oro del Albacete, de la zurda de Salazar, del dueño del bar, que era, me explicó, también un poco del Sporting pues, culé pasional, veneraba a Luis Enrique, y que hasta le había puesto el nombre de Lucho a su perro, y que lo llevaba tatuado en el tobillo (al perro, no a Luis Enrique)... Y así un buen montón de cosas, sin respiro y casi sin dejarme decir esta boca es mía (del traje que le hizo un día a Iniesta, pues es sastre y dueño de dos tiendas de moda masculina, en la calle Ancha; de su amistad con el padre del genial centrocampista de Fuentealbilla; del vino que hace este, muy malo según su opinión...), mientras se tomaba un chupito tras otro y ni siquiera miraba lo que sucedía en el televisor.

Yo sí, o al menos lo intentaba. Ya había marcado Griezmann su segundo gol, incontestable. Ha roto a jugar, este muchacho que podría protagonizar cualquier versión de El Principito, como los más grandes. Más que jugar, parece ir bailando, de puntillas, por el campo, destrozando a sus contrarios sin despeinarse y con música de violines.

Sin embargo, mi vecino de mesa continuaba charlando y contándome toda clase de cosas. De esta manera, aunque intentaba seguir el curso del partido, apenas me enteré de lo que sucedía. Unos minutos antes de que terminase lo llamaron por el móvil. Se enfadó un poco, alzó la voz.

-Ya voy, ya voy, todavía tengo tiempo...

Cuando colgó me explicó que tenía una boda en la catedral, pero que ya ves tú lo cerca que estaba, que en dos minutos se plantaba allí, y además que no era él el que se casaba, ni tenía otro papel en esa ceremonia que la de figurante... Mientras se quejaba de ese modo, sacó una corbata del bolsillo de la chaqueta, se la anudó con gran estilo y, hecho un figurín, se levantó y me alargó la mano, presentándose y despidiéndose al mismo tiempo.

-Me llamo A. Encantado de haberte conocido. Si vuelves por aquí, seguro que nos veremos.

Quedaban dos minutos para que acabase el partido. Perdíamos cuatro a cero. Aún dio tiempo para que nos pitasen un penalti y nos metieran un gol más. Ya no sentía nada. Me encontraba completamente narcotizado por la charla del sastre.


www.sporting.elcomercio.es

No hay comentarios:

Publicar un comentario