martes, 10 de mayo de 2016

Las circunstancias

Getafe 1 - Sporting 1


Estamos en manos de las circunstancias. Las circunstancias, al fin, acaban por explicarlo todo. Nosotros y nuestras circunstancias. Etc., etc. Cualquiera de las frases anteriores nos habría servido como cita de esta penúltima crónica. Son lugares comunes, y como todos los lugares comunes encierran un porcentaje, mayor o menor, de verdad. Depende de las circunstancias en que se pronuncien. 

A estas alturas de la temporada, pienso que ya se puede decir. Pase lo que pase el domingo que viene, la temporada de nuestro equipo habrá sido espléndida. En semejantes circunstancias, con el peligro cierto del descenso, ningún otro equipo del campeonato podría decir lo mismo. En el caso del Sporting, sin embargo, son las circunstancias las que hacen de lo sucedido, y de lo que queda por suceder, un hecho admirable. Si nos atenemos a las circunstancias, llegar al último partido con posibilidades de mantenernos es algo ciertamente prodigiosos y, por lo tanto, digno de admiración y aplauso. Que con una plantilla tan joven e inexperta, aún sin madurar, más el castigo de la Liga Profesional, más unos dirigentes que no han demostrado ser mejores que los demás..., que con toda esta suma de particularidades el equipo siga vivo a estas alturas, resulta milagroso. El partido de Getafe fue un resumen exacto de todo esto que estamos contando. Si alguien no ha seguido la temporada del Sporting, el partido del domingo pasado fue, sin duda, un compendio exacto de todos los avatares que le han sucedido al equipo en las treinta y cinco jornadas anteriores. Y una prueba, la más perfilada, de su carácter.

El domingo, un puñado de futbolistas imberbes se enfrentó a la posibilidad cierta de despeñarse a la Segunda División en un partido contra un rival directo y fuera de casa. Esto último, todo hay que contarlo, pesó menos, pues cuatro mil hinchas los acompañaron, además de la lluvia, que también es  humana compañía y pienso yo que debe contar. A pesar de ello, lo normal habría sido que nos pasasen por encima. No fue así. Pudimos ganar, pudimos perder -es lo que tiene el fútbol, a no ser que empates, que fue lo que finalmente sucedió-, fue un partido a corazón abierto, jugado en un alambre a mil metros de altura, en un trapecio en lo más alto y sin red. El que hubiese perdido se habría ido directo a la morgue. Fue un partido sin juego pero, como no podía ser de otro modo dadas las circunstancias, entretenidísimo. Lleno de emociones. Lo seguimos con el corazón en la boca.

Y poco más deberíamos decir. Solo que al comienzo nos martirizó el Getafe desde las esquinas, con Sarabia -con ese nombre tiene que ser un gran jugador- y Pedro León tratando de buscar las costuras de nuestra defensa por ver de descoserlas. Surgió entonces Luis Hernández, imperial y ubicuo; y Cuéllar, que lo paró, esta vez, casi todo; y supieron sufrir Lora e Isma López el castigo, con la ayuda de Cases y de Sergio.

Luego, ya en el segundo tiempo, vino el saque inglés de Luis Hernández, que no ha prodigado mucho esta temporada. Pero no llegaba el Sporting, y esa era una manera tan buena como cualquier otra de colocar un balón en el área del contraria. ¡Y qué manera! Se desordenó la defensa del Getafe a causa de esa pelota caída del cielo, se convirtió su área en el patio del colegio en el recreo, el balón desquiciado de aquí para allá y todos tras él como locos... Trató de domarlo Carmona con el pecho, pero quien lo cazó, de un modo contundente y acrobático, fue el siempre abnegado Sergio Álvarez, que lo colocó en la red del Getafe como si hubiese cazado un rarísimo ejemplar de mariposa.

Saltamos como locos en el salón, nos vimo salvados, estuvimos a punto de aumentar la renta en un par de jugadas, el contrario se mostraba confuso, anonadado... Hasta que el árbitro expulsó a Cases, y nos temimos lo peor.

Lo peor habría sido perder, y eso no llegó a ocurrir, pero a partir de ese instante el asedio fue total y completo, por tierra, mar y aire -sobre todo por aquí-. No se denfendió mal nuestro equipo, hasta que apareció Scepovic. Desde el momento en el que entró al campo quedó bastante claro que nos marcaría un gol. No porque jugase especialmente bien, sino porque es, este del gol del exjugador y excompañero, un clásico del fútbol ... Efectivamente, en un ataque áreo, empató el Scepovic. Faltaban, más o menos, diez minutos. A partir de ese momento, se lanzaron los dos equipos a matar o morir, sin mirar atrás, los dos en el almabre, sin miedo. Abandonaron las trincheras a pecho descubierto. Hubo oportunidades para unos y otros, al borde del abismo los dos, bajo la lluvia y los cánticos de la hinchada del Sporting... Nos queda una bala. Las circunstancias dirán...


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