lunes, 7 de marzo de 2016

Tópicos

Sporting 0 -  Athletic de Bilbao 2

¿Qué los pasa que no metís goles?
 
Un aficionado anónimo, en un campo de La Mancha

Como sucede en la vida y en la literatura clásica -no se sabe a ciencia cierta si primero en la una y luego en la otra o al revés- el fútbol está rodeado de tópicos. En los partidos de fútbol -como en la vida y en la literatura - pasan siempre, más o menos, las mismas cosas. Si a menudo resultan emocionantes es por cómo se desarrollan esos acontecimientos. Lo realmente interesante, en un partido de fútbol, no suele ser el qué, sino el cómo. Los hechos acostumbran a ser, lo repetimos, siempre los mismos: un gol temprano o en el descuento, un penalti, una falta al borde del área, un regate, una carrera, un fallo grueso, un rebote, el acierto o el fallo de un árbitro... Estas repeticiones dan lugar a un buen montón de lugares comunes que podemos escuchar cada semana en las crónicas deportivas y en las ruedas de prensa. De todos ellos, el que más me gusta es ese de "el fútbol es así".

Otro de estos tópicos reza que no es nada raro que cuando mejor esté jugando un equipo, de manera paradójica y sorprendente, reciba un gol en contra. Domina tu equipo el partido y, en una jugada aislada, generalmente un contraataque fugaz, le clavan un puñal por la espalda. El fútbol es así. 

Eso fue exactamente lo que sucedió ayer en El Molinón, en el minuto 13 de la segunda parte. Después de una primera para el olvido, deprimente para cualquier hincha sportinguista, se inició el segundo con nuestro equipo transformado. No se puede saber si la causa fue la arenga de Abelardo en el descanso, o el orgullo herido de unos chavales que se habían visto ninguneados clamorosamente, o incluso que tan pobres les debimos de parecer al Bilbao, que no quiso ensañarse y se acomodó, seguro de su victoria. Como decía Tolstoi de los grandes acontecimientos históricos, nunca hay tras ellos una sola causa, sino varias y múltiples, que al trenzarse unas con otras, los provocan. Así que, siguiendo al conde, seguramente fue una combinación de esos tres factores, más algún otro que se nos escapa, la que provoco semejante cambio. 

El caso es que comenzó el Sporting el segundo acto de la tragedia desconocido y mandón. Se adueñó del balón y sus centrocampistas empezaron a funcionar a todo trapo, dinámicos y seguros. Cuando recibían un balón o lo recuperaban, no se lo quitaban de encima como al inicio, que parecía que les daba grima tocarlo. Al contrario, le susurraban dulcemente cuál era la dirección que debía seguir y se lo pasaban entre sí más de tres veces seguidas sin perderlo. Parecían otro equipo. Eso sí, hay que señalar que tampoco les sirvió esta nueva forma de jugar para conseguir alguna oportunidad de gol. Ayer, el portero del Athletic podría haberse llevado a la portería todos los periódicos del domingo, con sus gruesos suplementos, y leérselos de cabo a rabo, distraído del juego y apoyada la espalda en uno de los postes. Habría dado igual.

Pero en esas estábamos, con el Sporting ejerciendo de amo del balón, cuando en una jugada aparentemente sin importancia el Athletic nos metió la puñalada. 0-2.

Se produjo entonces un violento flashback y volvimos todos al primer tiempo, el tiempo del dominio apabullante e incontestable del Bilbao, un equipo serio, vestido de negro, sólido y adulto, que se manejaba como un hombre de mundo frente a unos adolescentes perdidos y atolondrados que buscaban, sin encontrarlo, su lugar en él. Ante semejante saber hacer, se pasó el Sporting todo ese rato achicando agua. 

Le han salido al equipo, estas últimas jornadas, unas goteras enormes por todos lados. En la portería, que aparece ahora más abierta que nunca y con muchas corrientes de aire; en la delantera, que se ha vuelto un lugar frío, solitario y desapacible; en el centro del campo, igual que uno de esos salones de pasos perdidos que había en los viejos palacios.

Había declarado Abelardo, antes del partido, que quería que su equipo dominase y tuviese el balón. Lo consiguió algo más de diez minutos, en el segundo tiempo. Había alineado para ello a Halilovic, pero lo volvió a colocar del salón en el ángulo oscuro, y apenas lo vimos. Apenas vimos nada de nuestro equipo. En la primera mitad, solo una ocasión de gol, un robo de balón de Rachid y un pase rápido y fulminante que dejó solo a Sanabria frente al portero. Abandonó este el dominical y salió a tapar su portería. Y aunque Sanabria salvó esa salida, le penalizó no ser zurdo y envió la pelota fuera, rozando el poste donde tenía Iraizoz el resto de los periódicos. 

Y ya no pasó casi nada. Solo apuntar aquí, como aquella rama verdecida de Machado, esos diez minutos de la segunda parte y un túnel que se sacó Carlos Castro de su chistera y que casi le deja solo frente al portero. Casi, porque al final se aturulló y todo quedó en humo.

De las quejas airadas de Granada solo sacamos la expulsión injusta de un contrario cuando ya perdíamos irremediablemente 0-2. Magro botín. Ahora, cada vez restan menos partidos y cuesta recordar cuándo fue la última vez que cantamos una victoria. Y resuena, en nuestra cabeza de hincha apesarado, un viejo tópico: tempus fugit.


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