sábado, 12 de marzo de 2016

Querer y no poder

Málaga 1 - Sporting 0

Quien puede, quiera. Quien quiere, pueda

Cervantes


Los hinchas somos, por naturaleza, supersticiosos y ridículos. Por esa razón entendimos como un mal augurio que la tele no se viese a la hora del comienzo del partido. Nerviosos, sintonizamos en el ordenador la RTPA, no fuese a suceder algo extraordinario mientras nosotros andábamos a oscuras. Antes, en mi infancia, los locutores coloreaban de tal modo sus relatos que daba gusto escucharlos. Al no tener la competencia de la televisión podían darse el gusto de contar el partido como les diese la gana, concediéndole a muchas jugadas un relieve y una emoción que estaban lejos de poseer. De eso nos dimos cuenta más tarde, cuando algún partido televisado lo seguimos al mismo tiempo por el transistor. ¡Qué imaginación le echaban aquellas voces prodigiosas a los encuentros! Jugadas anodinas que se desarrollaban lejísimos del área, las transformaban ellos en maniobras maravillosas y llenas de peligro. Cuánto les debemos. Hoy, sin embargo, al televisarse todos los partidos, esa posibiliad de fantasear y mejorar de ese modo la vida ya no es posible. Los herederos de aquellos locutores saben perfectamente que quienes los escuchan también están viendo, en HD y con toda clase de detalles y repeticiones,  lo que ocurre en el campo, y, claro, ya no pueden poner nada de su propia cosecha. La realidad se impone. De manera que las retransmisiones se han vuelto lánguidas y llenas de silencios o, mucho peor, de largas tiradas de publicidad. Apenas nos enteramos de lo que ocurría. Solo sacamos en claro que iban empatados a cero y que el Sporting se movía con soltura.

Recuperamos la señal de la tele a los siete minutos. Efectivamente, no estaba jugando mal el Sporting. Ni bien ni mal. Como el Málaga. Era un partido que estaba pidiendo a gritos un locutor de los viejos tiempos. El Sporting lo intentaba, sobre todo a través de esa pareja artística que forman Jony e Isma. Pero apenas conseguían nada. De esta manera, como tantas veces en los partidos de nuestro equipo, el juego comenzó a marchitarse. El equipo lo intentaba. Los centrales se mostraban serios y contundentes; los laterales iban y venían, como mensajeros aplicados; el centro del campo intentaba mirara hacia delante pero casi siempre acababa por jugar hacia atrás; Ndi, en la media punta, jugaba también de espaldas, tratando de recoger el balón del altillo donde se lo colocaban sus compañeros; Jony se mataba a correr; Carmona, con esas maneras suyas de delineante formal y pulcro, intentaba levantar algún plano; Sanabria se sentía tan solo que bajaba a defender, también de espaldas a la portería del Málaga. Y Cuéllar hace tiempo ya que no para ningún gol imparable. Que fue lo que sobrevino en el minuto 25 del primer tiempo. Sucedió después de una de esas jugadas clásicas del Sporting en la que pierde la pelota tres o cuatro veces seguidas en una misma jugada. Parece entonces como si el balón les quemase, tal que carbón ardiendo, y no hay nadie capaz de domarlo. Apagó el fuego un tal Juanpi, que recogió el balón, sopló los rescoldos y lanzó un zurdazo tremendo que nuestro portero no pudo parar. 1-0.

Luego ya fue todo un querer y no poder. Se escoró el Sporting a la izquierda, como si la banda derecha estuviese cerrada por obras, y lo intentó de todas las maneras por allí. Jony, Isma López, Mascarell, Ndi, Sanbria, todos trataron de colarse en el área enemiga por ese flanco. Sin fotruna alguna. En esos minutos -el 28, el 31, el 33, el 39, el 44- parecía nuestro equipo como esas gentes que, completamente sordas de un oído -en este caso el derecho-, se pasan la vida inclinados hacia su lado bueno -en este caso el izquierdo-, por ver de oír mejor lo que les dicen...

En el segundo tiempo, pasó un tiempo en el que no pasó nada. Luego salió Halilovic y recuperamos el oído derecho. Un poco. Antes ya Lora se había aventurado por ese carril y consiguió poner un centro dulce a la cabeza de Sanabria. Remató este bien, fuerte y picado, pero el arquero Ochoa, el mundialista afortunado, despejó el balón a córner. Sin embargo, tuvo que ser por la izquierda por donde llegase nuestra mejor oportunidad. Un pase estupendo de Jony que Pablo Pérez remató de primeras. La volvió a parar, con mérito, el mundialista Ochoa, pero se quedó el balón franco a los pies de Carlos Castro. Remató este con fuerza y determinación, aunque con tan mala fortuna que se le tropezó en el poste y la pelota salió rebotada al borde del área. La recogió allí Halilovic, que la golpeó con igual determinación y fuerza. Buscaba la portería ese balón, pero no sabremos nunca si Ochoa también la habría parado o se habría convertido en el gol del empate. No lo sabremos jamás porque fue a tropezarse en Carlos Castro, que aún estaba en mitad del área, preguntándose cómo había podido fallar aquel remate tan franco... Como nuestras ilusiones, el balón se perdió fuera de puerta.

Por aquel entonces el Málaga vivía abrigado en su campo, fiando un segundo gol a alguna jugada de contragolpe. No llegó ese gol, como tampoco el empate del Sporting. En los minutos de descuento, una mano en el área del Málaga debería haber sido penalti. Ni al árbitro ni al linier les pareció como a nosotros. Terminó el partido. Nuestro equipo no jugó ni bien ni mal. Ojalá fuese el mundo como don Quijote pedía en la cita que abre esta crónica. Que quien quisiera pudiese, que quien pudiese, quisiera. El Sporting, hoy, quiere pero no puede. Y está convirtiendo las derrotas en una costumbre. En esta vida, lo normal, decía Stevenson, es perder. Pues eso.


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