martes, 19 de enero de 2016

Nosotros, los menesterosos

Real Madrid 5 - Sporting 1


 Para el aficionado del Sporting, como para el aficionado del Oviedo, su equipo será siempre el primero, el mejor, aunque sea el último de la fila. La lealtad no atiende a cifras, estadísiticas, puntuaciones, porcentajes...

Fernando Menéndez, Víctimas de la espera 

Cuando llegué al bar, en realidad una de esas cafeterías anónimas y tristes como habrá cientos en esta ciudad, el marcador ya sumaba tres goles a favor del equipo anfitrión. Y nada más sentarme y pedir un botellín de agua, metían el cuarto. Pensé cambiar el agua por un güisqui y, aunque no fumo, sacar de la máquina una cajetilla y encender un pitillo por cada gol del contrario, y fumarlo tragándome el humo. Tal como estaban las cosas, suponía que tendría que acabarme la cajetilla. Porque aquello, más que un partido de fútbol era una carnicería despiadada, una escabechina insoportable que nos dispusimos a soportar, hasta el final, con un botellín de agua y la cabeza muy alta. No pedimos que nos cambiasen el agua por alcohol ni encendimos un solo cigarro. Decidimos que nos quedaríamos allí hasta el final, sin más consuelo que un poco de agua y sin apartar la mirada ni un momento de lo que estaba ocurriendo en la pantalla. Lo que ocurrió entonces fue el quinto gol, jaleado con alegría por los parroquianos de la cafetería tan fea. Nuestro equipo ardía por los cuatro costados y la aviación enemiga continuaba el bombardeo amenazando con no dejar ni rastro de aquellos once jugadores... 

Cuando llegó el descanso, a pesar de no haber bebido más que unos buches de agua y sin haberme dado a la nicotina, me sentía como anestesiado. Aquella era una tristeza demasiado grande y el cuerpo, tan sabio, habría liberado alguna combinación química para que no doliese tanto. 

La segunda parte fue nuestra. Parcial de 0-1. El rico equipo del megaconstructor se sintió empachado y apenas hizo nada. La verdad es que no sé qué es peor, si aquella condescendencia satisfecha o la voracidad abusiva que demostraron en la primera parte y que les hubiese conducido, de continuarla tras el descanso, a un marcador épico, escandaloso y dolorosísimo... 

Con el agua en la mano y la mirada fija en la televisión, solitario entre los aficionados del equipo contrario, me iba lamiendo las cinco heridas abiertas de la primera parte: que si nosotros éramos ocho canteranos y ellos apenas uno, que si ellos fichan  caprichosamente en las tiendas más lujosas y a nostros ni siquiera nos dejan acercarnos al mercadillo de los domingos, que si CR tendría que haber sido expulsado por agresión a Cases... El gol que metimos fue bonito... Aunque nos habían echado la casa abajo y arrasado con todo, aún tuvimos fuerzas para marcarlo... Cuando el árbitro pitó el fin del partido, me volví a los parroquianos satisfechos y dibujé con mis dedos, en el aire, la v de la victoria. "Puxa Sporting", grité, y abandoné aquella cafetería tristísima a la que no pienso volver jamás.

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