domingo, 23 de agosto de 2015

El hincha

Soy hincha del Sporting desde el año 76. Tenía entonces nueve años y me hice hincha del Sporting -lo recuerdo muy bien- durante un viaje en el 600 familiar -familiar porque en él íbamos embutidos toda la familia-. Volvíamos a casa de ver a los abuelos, que vivían en Gijón. Fue un acto de voluntad. A la entrada de Oviedo, en un semáforo al lado de San Julián de los Prados, decidí que no sería de ninguno de los equipos que seguía mi familia, el Real Madrid o el Oviedo. Ni mis amigos, que profesaban afición al Real Madrid o al Barcelona la mayoría, aunque también había un excéntrico que había entregado su corazón al Español -entonces todavía se escribía así-. No, de ninguna manera. Decidí que yo sería hincha del Sporting. Porque era el equipo de la ciudad donde vivían mis abuelos; porque esa ciudad tenía una playa enorme; porque nos gustaban aquellas camisetas de rayas blancas y rojas, y los pantalones azules, y las medias negras con ribetes rojiblancos; porque aquella temporada, ese equipo ya anunciaba su ascenso a la primera división; porque en él jugaba un delantero centro fabuloso con el que compartíamos el nombre: Enrique Castro, Quini... Por todas estas razones y muchas otras más, aquel día, en cuanto el semáforo se puso verde y mi padre arrancó el 600, yo ya me había convertido en un hincha inquebrantable del Sporting.

Fue el comienzo de una época gloriosa. Aquel equipo memorable no solo logró el ascenso sino que dos temporadas después casi gana la liga. Fue subcampeón. Jugó la UEFA y dos finales de la Copa del Rey. Se mantuvo en primera muchas temporadas. Luego, mientras nosotros nos hacíamos mayores, todo fue a peor. Quini se marchó al Barcelona -aunque luego volvió a El Molinón a acabar su carrera- y el resto se hizo viejo y se retiró. Castro, su hermano y portero de los mejores años del equipo, murió ahogado en la playa de Pechón. El equipo fue languideciendo y sus dirigentes, como acostumbran a hacer los dirigentes, lo llevaron a la ruina económica. Al cabo de unos años bajamos a Segunda. Al cabo de otros -no pocos-, volvimos a subir. Un entrenador vitalista, Manolo Preciado, lo mantuvo tres temporadas en la división de honor. Milagrosamente. La última lo cesaron, el equipo bajó y Preciado, que había fichado por el Villarreal, murió ese verano de un infarto...

La temporada pasada, a causa de las deudas, el Sporting fue sancionado y no pudo fichar a nadie. Abelardo -que ya había entrenado al equipo los últimos partidos de la anterior y lo había acercado al ascenso- compuso una plantilla con jugadores jóvenes, sacados del filial. La mayoría -yo entre ellos- pensamos entonces que si nos salvábamos habría que celebrarlo por todo lo alto. Comenzamos la temporada con la cabeza gacha, balanceándola de un lado a otro como negando la evidencia, pero pegados al televisor. Porque, a pesar de los años y las desilusiones, a pesar de que yo creía que con la edad -con trabajo estable y una familia propia- todo esto del fútbol se nos iba a pasar como se nos pasó el sarampión, a pesar de todo, no ha sido así. Muy al contrario, nos hemos ido hinchando cada vez. La temporada pasada vimos todos y cada uno de sus partidos. Y partido a partido, fuimos levantando la cabeza y cambiando el movimiento del cuello, para afirmar, sorprendidos, la marcha de un equipo joven e inexperto pero que solo perdió dos partidos y consiguió el ascenso.

Vimos todos los partidos por la tele porque vivimos a más de setecientos kilómetros de El Molinón. Vivimos en Albacete. Estamos empadronados en Albacete. Vimos todos esos partidos -contra la Llagostera, el Leganés, el Numancia, el Alcorcón...- en nuestra casa de Albacete, por la tele. Y fuimos felices como pocas veces, tal vez como aquellas tardes de la infancia cuando el Sporting se convirtió en un equipo de postín y le peleó la liga del 78/79 al Real Madrid. Por eso nos sigue gustando el fútbol, por eso somos fieles al Sporting, porque hay una clase de felicidad que solo nos la pueden proporcionar ese deporte y ese equipo.

También nos gusta escribir. También nos hace felices. Así que hemos decidido unir estos dos placeres y abrir este blog, en el que queremos hacer la crónica de la vuelta a Primera de nuestro equipo del alma. Un regreso que el calendario ha querido que sea por la puerta grande, con un partido verdaderamente lujoso. Pretendemos ver cada uno de los partidos del Sporting y venir después hasta aquí, a hacer la crónica.

No sé si les sucedeará a los demás hinchas. Antes de cada partido soy un optimista imaginativo y luminoso. Fantaseo con el partido perfecto del Sporting. Pero nada más que el encuentro comienza y compruebo que las cosas no están a la altura de mis fantasías, me vuelvo muy pesimista. Tiendo a pensar que todos los equipos juegan mejor que nosotros. No sé. El caso es que, siendo un hincha, esas crónicas serán, inevitablemente, sentimentales y emotivas. Lejos de El Molinón.



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